“El Dios de Israel es aquel que ‘hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido'”. Así lo ha recordado el papa Francisco a los presentes hoy, 29 de septiembre, a los presentes en la plaza de San Pedro durante la misa por la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. “Una preocupación amorosa por los menos favorecidos”, ha continuado, que “también se le requiere, como un deber moral, a todos los que quieran pertenecer a su pueblo”.
Subrayando las palabras de las Sagradas Escrituras, el Papa ha apuntado la necesidad de prestar atención a todos aquellos que se encuentran en “las periferias existenciales” y que son “descartados en nuestros días”. Y es que, tal como se expresa en el mensaje de la 105 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que hoy se celebra, ‘No se trata solo de migrantes’, sino “de todos los que son víctimas de la cultura del descarte”, ante lo que “el Señor nos pide que pongamos en práctica la caridad hacia ellos”, que el cristiano sea capaz de restaurar “su humanidad, a la vez que la nuestra, sin dejar a nadie afuera”.
Un ejercicio de caridad en el que, como cristianos, “el Señor nos pide que reflexionemos sobre las injusticias que generan exclusión, en particular sobre los privilegios de unos pocos que perjudican a muchos”. Y es que, recordando las palabras del Evangelio, ha advertido que “también nosotros corremos el riesgo de convertirnos en ese hombre rico que, demasiado ocupado en comprarse vestidos elegantes y organizar banquetes espléndidos, no advierte el sufrimiento de Lázaro”. Algo que, en nuestros días, se puede traducir fácilmente en estar “demasiado concentrados en preservar nuestro bienestar”, corriendo el riesgo “de no ver al hermano y a la hermana en dificultad”.
“Pero como cristianos no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las viejas y nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la discriminación de quienes no pertenecen a nuestro grupo”, ha recalcado Francisco. “No podemos”, de la misma manera, “permanecer insensibles, con el corazón anestesiado, ante la miseria de tantas personas inocentes“.
Una sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno que está íntimamente ligada al corazón del cristiano porque, tal como ha apuntado el Papa, esto es lo que desvela el mandamiento dejado por Jesús de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. “Si queremos ser hombres y mujeres de Dios, debemos amar a Dios y amar al prójimo. No podemos separarlos”, ha subrayado. Y amar al prójimo como a uno mismo significa, además, “comprometerse seriamente en la construcción de un mundo más justo, donde todos puedan acceder a los bienes de la tierra, donde todos tengan la posibilidad de realizarse como personas y como familias, donde los derechos fundamentales y la dignidad estén garantizados para todos”.
“Amar al prójimo significa sentir compasión por el sufrimiento de los hermanos y las hermanas, acercarse, tocar sus llagas, compartir sus historias”, para manifestarles concretamente “la ternura que Dios les tiene”. Significa, además, “hacerse prójimo de todos los viandantes apaleados y abandonados en los caminos del mundo, para aliviar sus heridas y llevarlos al lugar de acogida más cercano, donde se les pueda atender en sus necesidades”.