Entreculturas, entidad jesuita comprometida con el impulso de la educación de calidad en contextos en los que los derechos humanos están en el alambre, acaba de presentar su memoria de actividades, correspondiente a 2018. Ahí percibimos hasta qué punto estamos ante una gran familia compuesta por muchos más de sus 756 miembros (la gran mayoría, 667, son voluntarios y colaboradores). Además de sus 20.598 socios y donantes, ante todo están las 184.269 personas que acompañan en hasta 37 países de todo el mundo, en su mayoría en América Latina y África, desarrollando también alguno de sus 159 proyectos en Asia.
Hablamos con Daniel Villanueva, vicepresidente ejecutivo de Entreculturas. Este ingeniero de Sistemas por la Universidad de Valladolid y Máster Ejecutivo en Administración de Empresas por Georgetown y el ESADE concilia esa experiencia en la gestión de equipos con su condición de religioso. Y es que este jesuita sabe lo que es trabajar a pie de obra, junto a Fe y Alegría o el Servicio Jesuita a Refugiados, en Perú, Liberia o Kenia.
PREGUNTA.- Aunque sea imposible elegir uno, puesto que detrás de todos ellos hay personas y un mismo afán por ser los protagonistas de su propia vida, ¿podrías ponernos el ejemplo de uno de vuestros 159 proyectos que refleje en sí mismo la identidad de Entreculturas?
R.- Me viene a la cabeza la red de Fe y Alegría en África, surgiendo en Chad en 2007 y estando hoy presentes, a través de sus escuelas comunitarias para la promoción de la educación popular, también en Congo y Madagascar. Además, en el continente funcionan otros programas piloto en Kenia, Mozambique y Guinea Conakry. En esas realidades concretas se busca responder a las necesidades de los más vulnerables en espacios de frontera, trabajando mucho en la formación del profesorado, en el empoderamiento de las personas y las comunidades, en el acompañamiento juvenil, en la incidencia política, en el voluntariado internacional… Llegamos a 27.000 estudiantes en 150 escuelas.
En nuestro espíritu siempre está acompañar iniciativas locales. Nunca llegamos a un país e implantamos un proyecto. No somos una multinacional; lo nuestro es acompañar.
Tampoco quiero dejar de citar la acción que desarrollamos en Líbano junto la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), atendiendo a refugiados sirios en los campos, en la base de la salud mental y la formación, y siempre con la perspectiva del deseado regreso a su país. Con la AECID también impulsamos la educación transformadora en siete países de América Latina, luchando contra la violencia juvenil desde la promoción de la calidad educativa.
De algún modo, Entreculturas busca ser una capa de valor junto al trabajo de Fe y Alegría y el SJR (Servicio Jesuita a Refugiados), conectando en red las grandes iniciativas jesuitas de educación en la frontera.
P.- Por tu amplia experiencia, a nivel de organización de grandes equipos y también a nivel de trabajo encarnado y concreto, ¿recuerdas de un modo especial el testimonio personal de alguien a quien habéis cambiado la vida?
R.- No podemos perder la perspectiva personal, pues esa es nuestra razón de ser. Tenemos que partir de los rostros, de los nombres concretos. Aquí, mi recuerdo se retrotrae a hace diez años, en Perú, cuando visitamos las bibliotecas populares de Piura. Allí conocí a Chefa, una partera que me transmitió la emoción al aprender a leer y a escribir. Lloraba al contar cómo había ido conociendo las letras, las sílabas y, finalmente, las palabras, hasta poder escribir su propio nombre. Con gran sencillez, decía que había conocido un mundo distinto y que, gracias a la luz de la educación, había sido como volver a nacer.
Otro caso que me ha impactado mucho ha sido el de Kim, a quien conoció Rozalén cuando estuvo hace unos meses con nosotros en Guatemala. Vive en una zona rural y tuvo que dejar los estudios por la presión de sus padres. Pudo volver a ellos, junto a una amiga y a escondidas, gracias a la radio de Fe y Alegría, que fomenta la educación a través de las ondas. Las dos amigas hablaban ilusionadas y se decían que podían ser las primeras en tener un título en su pueblo. Ahora, ella quiere devolver lo recibido y ser locutora de radio para ayudar a otras chicas. Desprende alegría y comunica muy bien.
Un último caso personal sería el de Mireille Twayigira, refugiada ruandesa que ha protagonizado una gran historia de superación y que hoy es médica en un campo de refugiados en Malawi. Con ella he tenido una conexión muy fuerte.
Esto en cuanto a personas atendidas, pero quiero mirar también a quienes están al otro lado. En este sentido, me conmueve saber que hay chicos de nuestra Red Solidaria de Jóvenes que han elegido su carrera por la sensibilidad desarrollada con nosotros, queriendo ser agentes del cambio desde profesiones como Trabajo Social. Este agosto, por ejemplo, estando con seis de nuestros voluntarios internacionales en Urcos, en Perú, cenamos una noche juntos. Y no dejó de impresionarme pensar que son chicos que, en un momento clave de sus vidas, al terminar la carrera, lo aparcan todo durante uno o dos años y se meten en el barro a trabajar. Ese ejemplo me regala una fe absoluta en el ser humano.
P.- También incidís en la promoción de los valores democráticos y respetuosos con la dignidad de la persona a través de la Red Solidaria de Jóvenes. ¿En qué punto del camino se encuentra ahora?
R.- Nuestro presupuesto es bajo… Si hacemos lo que hacemos es gracias a unos voluntarios que cambian su vida para implicarse en la construcción de una nueva sociedad. La Red lleva 18 años funcionando. Un tiempo en el que hemos visto una evolución, y más en un momento histórico es en el que la juventud del mundo lidera muchas causas y tiene un protagonismo como nunca antes lo ha tenido.
El trabajo con juventudes en red ha tenido tanto éxito que Fe y Alegría lo ha adoptado en su seno, de un modo global, denominándolo Red Generación 21. Ahí está surgiendo una nueva Fe y Alegría… Los jóvenes nos arrastran con su dinamismo, como ocurre en el conjunto de la sociedad.
Algo de lo que el mismo papa Francisco es consciente. Hace unos meses nos recibió en una audiencia privada. Le presentamos ‘La Silla Roja’ y acabó siendo una charla distendida de 45 minutos; 15 más de los previsto. Francisco nos demostró que quiere mucho a Fe y Alegría, reivindicando que la nuestra es la mística de la inclusión, colaborando todos para que haya más para todos, algo que va, precisamente, contra la cultura del descarte.
El Papa nos dijo que somos un movimiento único de cara a la construcción conjunta en la atención a los vulnerables, para ellos y desde ellos. En este sentido, nos animó, debemos guiarnos por las intuiciones de nuestros jóvenes. No obsesionarnos con ordenarlo ni someterlo a estructuras, sino conducirnos por ese soplo, acompañándolo. En efecto, es un movimiento vivo y la fuerza de los jóvenes nos está adelantando. Ahora nos toca responder correctamente… Nos jugamos el futuro en acompañar el crecimiento de la juventud en este mundo global.
P.- Sois referentes en el impulso de la educación de calidad en contextos en los que esta está especialmente debilitada para muchas comunidades, tanto en ámbitos rurales y aislados como en lugares azotados por todo tipo de conflictos. En España, obviamente, la situación es otra… Pero eso no quiere decir que este reto no deba interpelar a nuestros niños y adolescentes. Para el que no la conozca, ¿en qué consiste vuestra campaña ‘La Silla Roja’?
R.- Es un sencillo gesto que representa que el de la educación es un derecho que no se cumple para hasta 260 millones de niños y niñas en todo el mundo… La potente imagen de una silla vacía en el aula, pintada de rojo, la refleja con mucha fuerza. Es un instrumento pedagógico en el aula y, a su vez, de denuncia. Ha sido tal el éxito de la iniciativa que ha prendido como el fuego y, tras empezar en España, ya se utiliza en otros nueve países. Incide mucho en lo que decía antes: tenemos que acompañar a la juventud para que esta sea capaz de construir alternativas en nuestra sociedad.
P.- Padecemos la mayor crisis humanitaria de la historia, con más de 67 millones de refugiados y desplazados en todo el mundo. Los gobiernos occidentales, en muchos casos, no están a la altura, anteponiendo varias fuerzas políticas discursos identitarios y excluyentes, así como todo tipo de barreras y muros. En el caso de España, ¿está la sociedad por encima de sus representantes políticos, a la hora de ofrecer respuestas generosas y en red más allá de la Administración pública?
R.- La sociedad siempre va por delante de los gobiernos, aunque el Ejecutivo debe garantizar que se cumplan unos mínimos de cara a la acogida. Tristemente, el discurso migratorio se ha politizado en España, utilizándose políticamente el miedo a lo diferente. Algo que se refleja en la Frontera Sur, donde solo se habla de seguridad y hay una obsesión por la pateras, cuando la realidad es que el flujo migratorio entra en su mayoría por los aeropuertos. Ponemos los muros más altos, pero eso solo conlleva que las rutas sean más inseguras para las personas. Hay que poner el acento en conceptos como asilo, integración o cooperación internacional; esta última, por cierto, está sufriendo un desmantelamiento en cuanto a los fondos públicos empleados en ella.
El actual concepto de frontera es inhumano. En el futuro, nos juzgarán por la violación de los derechos humanos que está habiendo ahora. Hay una ceguera colectiva, una despersonalización del que sufre. Con todo, creo que nuestra sociedad es solidaria y prevalece una mirada positiva hacia la migración, pues aquí estamos acostumbrados a integrar.
Por nuestra parte, contribuimos a ello sensibilizando en el aula desde la empatía, la interioridad, la dignidad humana o el bien común. Estoy convencido de que hay mucha humanidad en sombra. Lo malo es cuando no ponemos nombre ni rostro a las víctimas.
P.- ¿Y a nivel de Iglesia? ¿Se percibe un compromiso real de ser comunidades de puertas abiertas, tanto en la acción como en los pronunciamientos públicos de los pastores?
R.- La Iglesia, con el liderazgo del Papa, se está posicionando de un modo precioso, yendo por delante de los gobiernos. En España, muchas congregaciones y diócesis trabajan mucho en la acogida. A nivel nacional, nos coordinamos la red Migrantes con Derechos. Y la Archidiócesis de Madrid también realiza un gran trabajo con la Mesa de la Hospitalidad. Los jesuitas contamos con la campaña ‘Hospitalidad’, que nos ha hecho trabajar en red.
Es cierto que hay otros discursos internos que incendian…, pero prevalecen los que hablan de luz y esperanza.
P.- Llegaste a Entreculturas en el año 2000, como responsable en la delegación de Valladolid. ¿Qué ha supuesto para ti, a nivel personal y de fe, este compromiso?
R.- Ha sido mi único destino, siempre he estado en Entreculturas. Y es todo un privilegio. Para mí, es un espacio de misión donde puedo vivir plenamente mi vocación. Esta siempre ha estado ligada a los mártires de la UCA y al padre Arrupe, de cuya intuición nació el SJR. Aquí, además, puedo compaginar mi pasión por la ingeniería y la gestión con la idea de aportar valor en la tradición misionera de la Compañía, desde nuevas formas de coordinación y de apertura a la participación, teniendo impacto en la sociedad.
Frente a la realidad de la crisis vocacional, en la Iglesia vivimos un tiempo de explosión de las posibilidades, pudiendo colaborar con muchas personas e instituciones y trabajar juntos por la justicia y el bien común.
Aquí vivo, en definitiva, el rostro más apasionante y transformador de la Iglesia, desde el testimonio antes que las palabras, como nos pedía Arrupe, y siempre para encarnar un Jesús pobre y humilde.