En el camino de preparación al Sínodo Panamazónico, que inicia el próximo domingo 6 de octubre en Roma, el secretario ejecutivo de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), Mauricio López Oropeza, no solamente ha liderado múltiples procesos participativos para propiciar el discernimiento y la construcción colectiva –de cuño sinodal, sin duda–; su apertura al diálogo y su actitud de discernimiento permanente –anclada a la espiritualidad ignaciana– también le han permitido vislumbrar posibles sendas para una Iglesia con rostro amazónico.
Sobre estos y otros asuntos versó la entrevista que se publica esta semana en el libro Perspectivas de sinodalidad: Hacia una Iglesia con rostro amazónico (Fundación Amerindia), en la que López expone algunos puntos de vista ‘más allá del sínodo’, y de la cual anticipamos algunos fragmentos.
La fuerza de la parresía
Pregunta.- ¿Qué ha representado el Sínodo Panamazónico para la REPAM, particularmente en la etapa de su preparación?
Respuesta.- (…) El Sínodo es una oportunidad, es una puerta, es una bisagra que permite que tantos aspectos que se han venido tejiendo, discutiendo, profundizando e incluso ‘peleando’, encuentren la posibilidad de ser proyectados hacia delante. Pero tenemos que ser muy cuidadosos de no perder el discernimiento, ni la visión progresiva de la revelación, ni dejar de ver también que, en la medida en que podamos construir consensos y tejidos sólidos, las propuestas tendrán más fuerza para poderse sostener en el tiempo y ayudar en este proceso de reforma (…).
La etapa de preparación para este Sínodo Panamazónico, para la REPAM ha sido de casi dos años de profunda ilusión, de esperanzas, de diálogos diversos con múltiples representantes de la Iglesia en todos los niveles, en todos los ámbitos, en todo el territorio Panamazónico y fuera de este, y en esto constatamos que la fuerza de la parresía, de la palabra valiente, de la palabra clara, está dentro de este camino sinodal que ha sido recogido en el Instrumentum Laboris, pero que ya es una palabra viva, una palabra de esperanza en medio de las distintas comunidades y pueblos.
Hoy la mayor ilusión es cuando escuchamos decir a los pueblos que “este Instrumentum Laboris me representa”, “ahí está mi palabra”, “esto es lo que yo dije pero, más aún, a ello me comprometo”, “lo asumo y lo llevo como parte de mi compromiso de ser creyente para el sínodo y para el tiempo por venir”. Ahí está la sinodalidad de la Iglesia en marcha, activa, renovando nuestro camino también como Iglesia, es el tiempo de Dios y esa es nuestra esperanza. Lo que el Sínodo produzca será resultado de esto, y lo que el Sínodo, en cuanto asamblea, no logre de alguna manera definir, ya está sembrado en el corazón del pueblo y de todas maneras seguirá siendo impulsado para que vaya madurando y encuentre su momento en el futuro, animando y produciendo cambio, incluso reforma.
“La Iglesia en América Latina vive del Espíritu”
P.- A propósito del Instrumentum Laboris, ¿cómo se sitúa la Iglesia latinoamericana de cara a los grandes desafíos que devienen de la triple clave de conversión pastoral, ecológica y sinodal?
R.- Las tres conversiones se sostienen desde una perspectiva de pneumatología, es decir, del Espíritu de Dios, de la Ruah divina soplando para que ellas sean posibles, y la Iglesia en América Latina vive del Espíritu, se sostiene del Espíritu, su fe popular, cotidiana, de su fe que lucha por la justicia. Allí está fuertemente arraigada en esta noción del Espíritu.
(…) Las tres conversiones parten de la vivencia cotidiana, encarnada, invita a caminar en medio de los crucificados sabiendo que hay un proceso Pascual, que en el camino a la cruz también está la invitación a confiar en que la muerte no tiene la última palabra, que es apenas un paso a la vida nueva.
Los encuentros, las reuniones, los talleres y las asambleas pre-sinodales, entre otros espacios de reflexión y construcción colectiva, han generado una dinámica de participación y co-responsabilidad sin precedentes entre los países Panamazónicos (…).
Redefinirse frente a la ecología integral
P.- ¿Cómo vislumbra una Iglesia con rostro amazónico y rostro indígena, incluso más allá del Sínodo?
R.- Si la Iglesia quiere estar a la altura de los llamados que el papa Francisco hace en materia de ecología integral, tiene que redefinirse a sí misma profundamente, tiene que cambiar una serie de actitudes, acciones y posiciones ante la vida, que no son sostenibles. Todo aquello que tenga una intención de dominio, una intención de control, una visión de acumulación, no puede ser parte de nuestro quehacer creyente (…).
Si queremos verdaderamente incorporar la mirada de la ecológica integral en nuestra vida, debemos romper con todo rasgo de esta visión cínica para asumir una postura del cuidado, de la ternura, precautelar, frente a la vida.
Tenemos, entonces, que estudiar en la teología mucho más en serio la ecología integral. A veces siento que seguimos llamando ‘ecología integral’ a las mismas configuraciones y criterios que ya manejábamos antes. Nos cuesta romper con lo que siempre hemos hecho para buscar una visión multidisciplinar y multidimensional, propia de la ecología integral. Ello nos va a cambiar nuestra epistemología para ser capaces de crear una nueva visión.
Una nueva estructura para una Iglesia con rostro amazónico
P.- Finalmente, ¿por dónde deberá transitar la Iglesia, especialmente en América Latina y el Caribe, y la misma REPAM, en la etapa post-sinodal?
R.- Después del Sínodo sentimos que la Iglesia en América Latina no volverá a ser igual, tanto en su sentido de comprensión de la experiencia de Encarnación de Dios, a la luz del nuevo sujeto eclesial emergente que es la territorialidad en un bioma, como en la interconexión de las partes, en la complejidad de las relaciones, en la trascendencia de las estructuras tradicionales o fronteras existentes, y en ese sentido percibo que América Latina se va a replantear como Iglesia todo su modo de presencia misionera.
Para ello va necesitar una nueva estructura, una estructura consolidada que le permita llevar adelante muchas de las apuestas que se van a dar en el Sínodo mismo, el discernimiento va a dar horizontes. Pero va a tomar muchos años, muchas décadas, irlo configurando como una perspectiva estructural reformada.
Así que yo creo que será necesaria una plataforma específica, ya no de red –como la REPAM lo ha sido–, sino mucho más que eso, configurada dentro del propio derecho canónico como una estructura eclesial y episcopal panamazónica, que dé cabida a grandes instituciones regionales como lo son la CLAR, Cáritas y, por supuesto, bajo el liderazgo del CELAM, que integra los obispos con las instituciones, pero también con la participación de los pueblos, las organizaciones, y donde pueda ver una figura estructural que pueda encaminar los cambios necesarios, propiciar las experiencias nuevas, sean ministeriales, pastorales, de una mirada nueva de ecología integral, y que puedan permanecer en el tiempo.
La REPAM, por lo tanto, también tiene que replantear por completo su manera de estar al servicio de esta realidad, porque nació justamente para esto, para acortar distancias, para propiciar procesos, para desatar novedades. Y si ahora lo ha hecho y el Sínodo permite las grandes novedades, la REPAM tendrá que replantearse. Vendrá una fase de refundación donde nos tendremos que preguntar ¿cuál es la esencia de nuestro servicio articulador?, pero en ese momento quizá en función de una estructura mucho más funcional para todo este territorio, para esta territorialidad.
Así que yo aspiro que, en ese sentido, la REPAM pueda ir acompañando a otras redes como la red eclesial Mesoamericana que está naciendo, del Acuífero guaraní y la cuenca del Río de la Plata, e incluso en otros sitios donde podamos también establecer equipos de trabajo a partir de temáticas interconectadas, muy a la luz de las llamadas de la ecología integral y donde podamos también, en ese sentido, impulsar los nuevos caminos para toda la Iglesia.
Pienso que el tiempo es propicio, sentimos que en el propio CELAM hay las condiciones necesarias para ir impulsando estas nuevas vías, en la CLAR, con toda su potencia profética-misionera, con todo lo que es la mirada de la vida consagrada en una perspectiva más amplia, itinerante, encarnada, ahí también se está gestando la novedad, y lo mismo ocurre en la propia Cáritas, con esta función de acompañar mucho más claramente las transformaciones materiales de la vida de las personas, especialmente a los más empobrecidos.
Ahí, en conjunto, estamos percibiendo que está naciendo una nueva eclesialidad en profunda comunión con lo anterior, profundamente respetuosa y valorando todo aquello que ha sido bueno, pero creando condiciones para una nueva etapa, insistiendo en lo que decía Teilhard de Chardin: “no somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales teniendo una experiencia humana”.