A pocos pasos del convento de San Damián, en la ladera de la montaña sobre la que están desperdigadas las casas que conformaban el Asís medieval, pudo Francisco contemplar al sol ponerse o alzarse sobre la Perusa. Allí un monumento del fraile sentado recuerda el ‘Cántico de la criaturas’, el himno universal de alabanza al Creador por su creación. “Alabado seas, mi Señor”, proclamaba el santo en dialecto umbro, a la vez que ensalzaba a ese mismo sol que contemplaba, al agua, la luna y las estrellas, el fuego, la tierra, las flores, las hierbas… a la vez que también hacía objeto de oración a quienes sufren enfermedad y necesidad o la misma muerte.
Por todo ello, a las puertas del Sínodo de la Amazonía, el papa Francisco ha decidido consagrar a san Francisco de Asís precisamente el 4 de octubre, día de su fiesta. Antes de que comience la asamblea el domingo, en la celebración representantes de las comunidades indígenas plantarán en los Jardines Vaticanos una encina de Asís para poner de manifiesto el compromiso por una ecología integral como la que vivió san Francisco.
Ecología alegre y auténtica
El Papa no solo transmite los valores del ‘poverello’ por tando su nombre, sino que en su encíclica Laudato Si’ de 2015 no solo toma el título de la oración franciscana, sino que presenta al fraile mendicante como “ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad”.
Y subrayando el vínculo espiritual de esta actitud de cuidado de la creación, Bergoglio añadía que “el manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior”.
Una actitud que se traducía en comportamiento concretos, como cuando “él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” porque “A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor” (Sb 13, 5).