Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica. ¿Por qué una asamblea sinodal para uno de los pulmones del mundo? La pregunta es básica. La respuesta no es sencilla. Y sobrecoge. “Porque el mundo nos odia… Todos los días tenemos que pelear por existir”, afirma una joven de 35 años que lleva media vida acompañando la pastoral indígena. Las lágrimas empapan su mejilla. “La Amazonía es un lugar de esperanza en medio de la desesperanza, pues todos los días aquí encontramos el rostro vivo de Dios que nos alienta a levantarnos y luchar”, añade, al mismo tiempo que reconoce cómo la selva “nos reta a ser una mejor Iglesia”. Es lo que experimenta en el día a día con estos pueblos.
En la Amazonía, compuesta por nueve territorios –Brasil, Colombia, Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia, Guayana Francesa, Guyana y Surinam–, viven 34 millones de personas. El cuidado de su hogar es misión indiscutible de la Iglesia, pues la defensa de la naturaleza es la defensa de la vida. Por ello, la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), gracias a la pastoral social, se hace presente en estas tierras para acompañar y dar aliento desde la cercanía. Pero también para ofrecer respuestas a los desafíos de los pueblos indígenas hoy, ante los que toca remar a contracorriente. Y ante estos nuevos caminos que se vislumbran, el Papa lo tiene claro: “Si fracasamos en la Amazonía, habremos fracasado como Iglesia”.
El Sínodo se ha venido trabajando desde que el Papa lo anunciara durante su viaje a Perú, en enero de 2018. De ahí que el ‘Instrumentum laboris’ haya sido amasado por 87.000 personas. “No hay nada fuera de la doctrina. El Sínodo está basado en la encíclica ‘Laudato si’’, que es Doctrina Social de la Iglesia, por tanto, igual de doctrina que el resto”, sentencia el secretario ejecutivo de la REPAM, Mauricio López, mientras revuelve su café en una casa de religiosas de la capital de Ecuador. Este laico mexicano hace un llamamiento a toda la Iglesia para que se involucre en esta asamblea, que concluirá el 27 de octubre, porque “las fuerzas contrarias a la vida nos están poniendo en riesgo; por tanto, la ecología es hoy un desafío para la humanidad”.
Los pueblos indígenas miran al Papa con esperanza. “No podemos sino agradecer a Francisco por proponer un tema tan importante como la salvación de la Amazonía. Gran hermano Francisco, la Amazonía necesita de tu valentía”. Así se expresa Gregorio Díaz Mirabal, coordinador de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), entidad que trabaja mano a mano con la REPAM desde su sede en Quito. Díaz Mirabal representa a cuatro millones de indígenas. En total, 4.500 comunidades. Ya está en Roma, pero no es la primera vez, ya que durante el pre Sínodo pudo conversar con Francisco, que se despidió de él con un hasta luego: “Nos vemos en el Sínodo”. Aprovechando la sensibilidad de Jorge Mario Bergoglio, este indígena venezolano quiere que la asamblea sirva para construir.
Cáritas es uno de los brazos ejecutores de la defensa y acompañamiento de las comunidades. La pastoral social de Sucumbíos, a 20 minutos de la frontera con Colombia, ha echado el resto en la preparación sinodal. “Nuestro grito debe resonar en Roma: somos una Amazonía viva que quiere vivir con dignidad”, clama su responsable, Richard Ullauri. Todos los animadores de la pastoral se han volcado en los procesos de escucha previos a la elaboración del Documento de Trabajo para el Sínodo, que incluso cuenta con una versión popular elaborada por la REPAM. Y es que, para Ullauri, “trabajar por nuestra gente campesina es nuestro mayor acto de rebeldía”.
Mientras charlamos en la sede de Cáritas, Macario Castillo, que se encarga de cuidar las instalaciones, pide la palabra. “Laudato si’ nos cae como anillo al dedo a todos. No solo habla de la contaminación, te está apuntando que eres parte del problema y te indica cómo ser parte de la solución”, afirma sobre la encíclica verde de Francisco. En relación al Pontífice, remarca la importancia que tiene para muchas personas que “un Papa te diga que cuides la Casa común; eso hace que el tejido social tome conciencia”.
En el mismo paseo por la selva, interviene otro campesino pidiendo que el Gobierno ecuatoriano –cuyo territorio, aunque represente un 1,6% del total de la Amazonía, supone la mitad de la extensión del país– dé una solución para la Amazonía: “Queremos que desaparezcan los mecheros, porque han acarreado enfermedades para nuestras gentes”. Ellos cifran en un 10% de la población de la zona la que ha padecido cáncer. En concreto, afecta en mayor proporción a mujeres y sobre todo se trata de tumores de mama y útero. Esta realidad ha provocado que Carlos Aldás, otro campesino, haya organizado una clínica ambiental en Pacayacu, perteneciente también al vicariato de Sucumbíos, gestionado por los Josefinos de Murialdo después de toda una vida confiado a la misión carmelita. “La idea es que la gente vea que hay esperanza en medio de la crisis ambiental”, señala.
En la provincia de Sucumbíos se encuentra también la comunidad Sol Naciente. A ella pertenece Daniel Valladolid, que es el animador católico. Él afirma sin miedo que las empresas intentan contactar con los líderes de las comunidades para comprar su silencio. “No piensan en las familias; no se preocupan por la vida. Tanto PetroAmazonas como el Ministerio de Medio Ambiente dicen haber hecho análisis y que las aguas no están contaminadas –eso sí, los habitantes de este región tienen prohibido donar sangre–. Mientras, nosotros sabemos que, aunque lenta, nuestra muerte es segura”, indica con fuerza, al tiempo que pide a los medios de comunicación internacionales que “cuenten lo que aquí está pasando. Díganselo al mundo: nadie nos escucha y tenemos que protestar”. Durante su alocución, también pide a todos los que piensan que el cuidado del planeta no es importante que vayan allí, “incluidos los monseñores”.
La vida religiosa permanece al cuidado espiritual y humano de Pacayacu. El pueblo encuentra el apoyo en el Instituto Santa Mariana de Jesús (marianitas), la primera congregación femenina del país. Las hermanas Teresa Valverde, Nélida Belasco y Teresa Samaniego forman la pequeña comunidad marianita. Nos reciben en su humilde capilla. Allí acuden a la misa diaria, pero de forma virtual. “La vemos por internet, porque es imposible que el sacerdote venga todos los días, pero sí que lo hace todos los domingos. Nosotras tenemos suerte”, explica Valverde. Para acompañar este extenso territorio, cuentan con la hospitalidad de los vecinos, que las trasladan en sus vehículos. “Nos hacen falta 10.000 euros para comprar un coche y poder estar en tres comunidades en un día en lugar de una por día”, explica una de las hermanas.