Las virtuosas Carnivàle (2003) y The Leftovers (2014) transformaron la manera en que las series reflexionan sobre la religión, sobre qué significa creer y qué sostiene la fe en nuestra época. Su brillante punto de vista no es otro que mostrar –más allá de la propia narrativa, del propio argumento– cómo nos afecta creer. El tratamiento de la religión en la narrativa contemporánea de moda, las series de televisión, es “mucho más importante de lo que pudiera parecer”, como afirma el escritor Jorge Carrión, crítico televisivo y uno de los autores de El cuento de la criada, ensayos para una incursión en la república de Gilead (Errata Naturae). Más allá del propio éxito de El cuento de la criada (HBO), la religión protagoniza otras series como Mrs. Wilson (Filmin), El milagro (Sky) –dirigida y escrita por Niccolà Ammaniti–, Dark (Neflix), Algo en que creer (Amazon), American Gods (Amazon), The Righteous Gemstones (HBO) o The Young Pope (HBO).
Precisamente, la serie distópica El cuento de la criada es el referente contemporáneo del tratamiento de la religión en el género televisivo. La adaptación de la novela de Margaret Atwood y de su república teocrática de Gilead. Sin embargo, y más todavía en la tercera temporada, la dura visión que hace la serie del fundamentalismo religioso supera la oposición religión-libertad para exponer que el choque es, realmente, de dos maneras de entender la fe: la dictadura de Gilead y su interpretación legislativa del Antiguo Testamento frente a la fe de su protagonista, June (Elisabeth Moss), que la vive con esperanza, paz y serenidad. Al igual que ocurre con las “esposas”, que encuentran en la propia Biblia la rebeldía frente al machismo imperante.
Margaret Atwood ha reiterado que su novela “no está en contra de la religión, sino que está en contra del uso de la religión como fachada para la tiranía”. De hecho, en Gilead, los católicos, baptistas y cuáqueros son perseguidos como rebeldes. Más allá, en cualquier caso, la serie, como el libro, no reflexiona, ni mucho menos, solo sobre la religión, sino que se adentra en una escalofriante disección de la realidad, que incluye a los migrantes. En El cuento de la criada, ensayos para una incursión en la república de Gilead (Errata Naturae), Patricia Simón afirma que lo hace a partir de dos certezas: que “no hay mercancía más barata, ni esclava más explotable que una mujer extranjera pobre” –las criadas– y que si no frenamos “la polarización de la sociedad y la divulgación del discurso del odio”, la distopía podría ser real.