En el corazón de la Amazonía ecuatoriana: mi proyecto de vida se llama Sarayaku

Niños en Sarayaku (Ecuador)

El río Bobonaza baña al pueblo originario kichwa de Sarayaku, que es un reducto al que llegaron varias familias para esconderse de los colonizadores hace más de 200 años. Hoy, con el respaldo de los tribunales, son una región libre de petróleo, pues ganaron en 2012 un juicio al Estado ecuatoriano en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Actualmente viven 200 familias. En total, unas 2.000 personas. Tres horas en canoa le separan de Puyo, capital de la provincia de Pastaza. Su modo de vida versa en mantener un territorio sano, libre de contaminación, y una tierra fuerte, abundante de recursos naturales para garantizar la alimentación de las familias.

Sarayaku, perteneciente al vicariato de Puyo –pastoreado por el misionero español Rafael Cob–, se reconoce como un pueblo católico. Lo certifica Franco Gualinga (50 años), primo de Patricia Gualinga, que participa en el Sínodo como auditora. “Nosotros tratamos de dar nuestras mejores ideas a la Iglesia para que esta cumpla con su deber de proteger la vida”, explica, no sin antes mencionar una época en la que existían fuertes tensiones. “En algún momento no pudo entender nuestras verdades. Una Iglesia que se caracterizaba por imponer, aquí no era bien entendida. De hecho, llegó a estar de acuerdo con las prospecciones. Cuando fui presidente tuve que acercarme a los misioneros para pedirles que nos ayudaran. Estaban intentando destruir lo que Dios nos dejó: la Madre Tierra”, indica.

Divergencias con la Iglesia

Franco ejemplifica estas divergencias: “Para nosotros la palabra ‘supai’ es un ser sobrenatural, puede ser con energía positiva o negativa. Esto no lo entendía un cura y nos dijo que ‘supai’ es el diablo. Si no conocen el idioma, ¿cómo pueden traducir que ‘supai’ es el diablo?”.

Al cuidado pastoral de Sarayaku, amén del sacerdote que va 15 días cada dos meses, hay dos misioneras de María Corredentora. Una de ellas es Rosa Elena Pico (Cuenca, Ecuador, 1961). La religiosa tiene un mensaje para los padres sinodales: “Acuérdense de la Amazonía, porque hay muchos pueblos sin un misionero que les lleve la palabra de Dios”. En el caso de Sarayaku, “no están abandonados porque estamos nosotras y cada domingo tenemos la celebración de la palabra”, indica. También se pronuncia sobre una de las cuestiones más controvertidas del Instrumentum laboris, la ordenación de hombres casados. “Si no está el sacerdote tiene que haber alguien. Aquí tenemos un señor que, menos administrar los sacramentos, hace todo lo que haría un cura”, indica. No obstante, “es necesario que se formen. No puede hacerse de la noche a la mañana”, subraya.

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