La primera gran ponencia en este Sínodo para la Región Panamazónica la ha pronunciado, en la mañana de este lunes 7 de octubre, el cardenal brasileño Cláudio Hummes, histórico referente eclesial en el llamado pulmón del mundo. Haciendo referencia al tema de la asamblea episcopal, ‘Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral’, ha precisado que “el asunto retoma las grandes directrices pastorales propias del papa Francisco”, especialmente, el afán por “trazar nuevas trayectorias”.
“Desde el principio de su ministerio papal –ha asegurado–, Francisco ha venido destacando que la Iglesia necesita caminar. Ella no puede permanecer sentada en su casa, cuidando solo de sí misma, encerrada entre paredes protectoras. Y menos aún mirando hacia atrás, añorando los tiempos pasados. La Iglesia necesita abrir sus puertas de par en par, derrumbar los muros que la rodean y construir puentes, salir y echar a caminar a lo largo de la historia”.
Para Hummes, la hora de iniciar la marcha es ya, sin excusas: “En estos tiempos de cambio de época, necesita caminar al lado de todos y cada uno, sobre todo de los que viven en las periferias de la humanidad”. Esta es la auténtica “Iglesia en salida” la que es consciente de que hay que salir “para encender luces y calentar corazones que ayuden a la gente, a las comunidades, a los países y a la humanidad toda a encontrar el sentido de la vida y de la historia. Estas luces son, primeramente, el anuncio de la persona y el reino de Jesús Cristo muerto y resucitado, y la práctica de la misericordia, la caridad y la solidaridad sobre todo para con los pobres, los que sufren, los olvidados y los marginados del mundo actual, los migrantes y los indígenas”.
“Caminar –ha precisado el purpurado– permite a la Iglesia ser fiel a su verdadera tradición. Una cosa es el tradicionalismo que queda vinculado por el pasado y otra es la verdadera tradición, que es la historia viva de la Iglesia”. Esa tradición viva es la que hoy llama a “seguir caminado de forma inclusiva, invitando, acogiendo y alentando a todo el mundo, sin excepciones, hacia el futuro, como amigos y hermanos en el mutuo respeto a las diferencias”.
Animando a seguir la senda de los “nuevos caminos”, Hummes ha llamado a “no tener miedo a la novedad”. Y es que el mismo Jesús es “una eterna novedad. (…) Entonces, no tengamos miedo a la novedad. No le tengamos miedo a Cristo, la novedad. Este Sínodo busca nuevos caminos“.
Sobre la misión evangelizadora de la Iglesia en la Panamazonía, el cardenal brasileño percibe “luces y sombras (seguro que más luces que sombras)”. “Es justo recordar –ha ilustrado–, reconocer y exaltar, en este sínodo, la historia de heroísmo (y con frecuencia de martirio) de todos los misioneros y las misioneras de antaño, y también de aquellos y aquellas que se encuentran hoy en la Panamazonía. Al lado de estos misioneros, siempre ha habido líderes laicos e indígenas que, por su heroico testimonio, a menudo han sido asesinados, y siguen siéndolo”. Todo ello sin olvidar “los grandes y fundamentales servicios a la población local en el tema de la educación, la salud, la lucha contra la pobreza y la violación de los derechos humanos”.
Con todo, la mayor dificultad en su labor es la precariedad de medios: “La historia de la Iglesia en la Panamazonía demuestra que siempre ha habido gran escasez de recursos materiales y de misioneros para que las comunidades pudieran desarrollarse en plenitud: destaca la ausencia casi total de la Eucaristía y de otros sacramentos esenciales para la vida cristiana de todos los días”.
“En el proceso de escucha sinodal –ha advertido–, los pueblos indígenas manifestaron de varias formas su voluntad de ser respaldados por la Iglesia en la defensa de sus derechos y la construcción de su futuro. Y exhortaron a la Iglesia a ser su fiel aliada. Porque la humanidad tiene una deuda grande con los pueblos indígenas de los diversos continentes de la tierra, y también con los de la Amazonía. Hace falta que a los pueblos indígenas se les devuelva y garantice el derecho a protagonizar su propia historia, a ser sujetos del espíritu, y no objetos o víctimas del colonialismo. Sus culturas, lenguas, historias, identidades, espiritualidades constituyen la riqueza de la humanidad y deben ser respetadas, preservadas e incluidas en la cultura mundial”.
En este sentido, ha reclamado que este sea “un Sínodo de la Iglesia para la Iglesia: no una Iglesia encerrada en sí misma, sino integrada en la historia y en la realidad del territorio (…), abierta al diálogo, sobre todo interreligioso e intercultural, acogedora y deseosa de compartir un camino sinodal con las otras Iglesias y religiones, con la ciencia, con los gobiernos, con las instituciones, con los pueblos, con las comunidades y con las personas, respetuosa de las diferencias, defensora de la vida de las poblaciones de la región, ante todo de aquellas originarias, y de la biodiversidad en el territorio amazónico”.
“Una Iglesia –en definitiva– actualizada, ‘semper reformanda’, según la ‘Evangelii Gaudiu’. Una Iglesia en salida, misionera, que lleve el anuncio explícito de Jesús, una Iglesia dialogante y acogedora, dispuesta a caminar al lado de las personas y las comunidades, misericordiosa, pobre, para los pobres y con los pobres, y, por lo tanto, priorizándolos a ellos en su misión, inculturada, intercultural y cada vez más sinodal”.
En la necesaria apuesta por la inculturación, ha de tenerse en cuenta que, “en el proceso de evangelización de los pueblos amazónicos, también requiere de una atención especial la interculturalidad, porque las culturas son muchas y muy diversificadas, aunque tienen raíces en común. La tarea de la inculturación y la interculturalidad se desarrolla ante todo por la liturgia, el diálogo interreligioso y ecuménico, la piedad popular, la catequesis, la convivencia mediante el diálogo cotidiano con las poblaciones autóctonas, las obras sociales y caritativas, la vida consagrada y la pastoral urbana”.
Esta presencia, hoy, lleva anexa la certeza del gran peligro que amenaza a las comunidades autóctonas: “La amenaza a la vida en la Amazonía se debe a los intereses económicos y políticos de los sectores predominantes de la sociedad actual, en especial, las empresas que, al extraer de forma predatoria e irresponsable (legal y ilegalmente) las riquezas del subsuelo, alteran la biodiversidad, frecuentemente con el respaldo o el permisivismo de los gobiernos locales o nacionales, y, en ocasiones, incluso, con el consentimiento de autoridades indígenas”.
Así, las grandes amenazas son: “La criminalización y asesinato de líderes y defensores del territorio; la apropiación y privatización de bienes de la naturaleza, como la misma agua; las concesiones madereras legales e ingreso de madereras ilegales; la caza y pesca predatorias, principalmente en ríos; los mega-proyectos: hidroeléctricas, concesiones forestales, tala para producir monocultivos, carreteras y ferrovías, proyectos mineros y petroleros; la contaminación ocasionada por toda la industria extractiva que produce problemas y enfermedades, sobre todo a los niños y jóvenes; el narcotráfico; los consecuentes problemas sociales asociados a estas amenazas como alcoholismo, violencia contra la mujer, trabajo sexual, tráfico de personas, pérdida de su cultura originaria y de su identidad (idioma, prácticas espirituales y costumbres), y toda condición de pobreza a las que están condenados los pueblos de la Amazonía”.
Frente a este horror, contrasta la certeza de que “la ecología integral nos hace entender que seres humanos y naturaleza están conectados: todos los seres vivos del planeta son hijos de la tierra. (…) En consecuencia, todo lo que daña a la tierra, daña a los seres humanos y a todos los otros seres vivos del planeta, lo que viene a decir que ecología, economía o cultura no se pueden abordar por separado”.
Tristemente, ese encargo, el de ser custodios de lo Creado, es muchas veces ignorado: “El Sínodo se desarrolla en un contexto de grave y urgente crisis climática y ecológica que afecta a todo el planeta. El calentamiento global debido al efecto invernadero ha producido un desequilibrio en el clima de gravedad sin precedentes, como demuestran la Laudato si’ y la COP21 de París: al final de la conferencia, prácticamente, todos los países del mundo suscribieron el Acuerdo sobre el Clima, aunque, a fecha de hoy, a pesar de la urgencia, casi no se ha aplicado. Al mismo tiempo, los recursos naturales del planeta están siendo devastados, depredados y degradados a un ritmo acelerado por un paradigma tecnocrático de la globalización, predatorio y devastador que también aparece denunciado en la Laudato si’. La tierra ya no aguanta”.
Otro reto es el de la pastoral urbana, aunque adaptada a esta realidad, poniendo buena parte del foco en el fenómeno migratorio que se da a nivel global y que aquí tiene un rostro concreto: “En el pasado, los migrantes fueron haitianos; hoy son venezolanos, pero siempre los indígenas y otros colectivos pobres del interior de la región han estado migrando internamente. La Iglesia se ha esforzado mucho para acoger, pero hay que considerar la migración de los indígenas hacia las ciudades: se trata de miles de personas que necesitan una atención concreta y misericordiosa a fin de no sucumbir humana y culturalmente a la miseria, el desamparo, el desprecio y el rechazo que en los centros urbanos provocan en su interior un vacío desesperante”.
Partiendo de la base de que “el indígena en la ciudad es un migrante, un ser humano sin tierra y (…) con su identidad cultural en crisis”, “obligado a ser invisible”, la Iglesia ha de escuchar su grito. Y hacerlo propio: “La Iglesia urbana debe afrontar el problema social y religioso de sus periferias pobres”. También aquí se topan con “la carencia de presbíteros al servicio de las comunidades locales, lo que implica que no se celebran la Eucaristía dominical u otros sacramentos”, reduciéndose muchas veces todo a “una pastoral de visitas puntuales en vez de una pastoral adecuada de presencia cotidiana”.
Y aquí ha sido cuando Hummes ha entrado de lleno en una de las cuestiones que más debate levantan en el Sínodo que ahora se inicia: “La Iglesia se alimenta de la Eucaristía y la Eucaristía edifica a la Iglesia (san Juan Pablo II). La participación en la celebración de la Eucaristía, por lo menos el domingo, es fundamental para el desarrollo pleno y progresivo de las comunidades cristianas y la verdadera experiencia de la Palabra de Dios en la vida personal. Habrá que trazar caminos hacia el futuro. En el proceso de escucha las comunidades indígenas, aun confirmando el gran valor que atribuyen al carisma del celibato en la Iglesia, solicitaron que se abra camino a la ordenación sacerdotal de los hombres casados que en ellas habitan [los viri probati], considerada la gran carencia de curas que aflige a la mayoría de las comunidades católicas de la Amazonía. Asimismo, siendo hoy muchas las mujeres al frente de las comunidades amazónicas, han reclamado que su servicio sea reconocido y fortalecido mediante la creación de un ministerio para las mujeres que están al frente de las comunidades”.
Fiel a su estilo, el pastor que, nada más ser elegido Papa, llamó a Francisco a “no olvidarse de los pobres”, ha concluido de un modo vibrante: “Déjense envolver en el manto de la Madre de Dios, Reina de la Amazonía. No cedamos a la autorreferencia, sino a la misericordia hacia el grito de los pobres de la tierra. Será necesario rezar mucho, meditar y discernir una práctica concreta de comunión eclesial y espíritu sinodal. Este Sínodo es como una mesa que Dios ha preparado para sus pobres, y nos pide que atendamos esta mesa“.