Néstor Rubén Morales Gutiérrez nació en Martí, un pueblo de Matanzas (Cuba). El tercero de tres hermanos, sus padres “son creyentes, pero no practicantes: suelen ir a la iglesia en fechas señaladas y poco más”. “Pero –enfatiza– las cosas de Dios tienen sus caminos y su tiempo”. Y en ello fue capital el hecho de que la vida parroquial (tanto la misa como la catequesis) estuviera animada por unas misioneras españolas. Unas mujeres que le cambiarían radicalmente la vida…
“Eran –rememora– religiosas de la Congregación de Santo Domingo, conocidas comúnmente como ‘dominicas de Granada’. Me viene a la memoria el cuadro de santo Domingo que había en la casa, y que decía lo siguiente: ‘Mandaba Domingo a los frailes a predicar para la salvación de las almas’. Tenía ocho años y me encantaba contemplar la pintura de ese hombre, que se veía feliz andando por los caminos. Con los años, descubrí que se llamaba santo Domingo, que era poco conocido y que había consagrado su vida a la Iglesia a través de la predicación. Por mi mente no había pasado la idea de ser sacerdote, y menos fraile dominico, pero el contacto con las religiosas de mi pueblo fue verdaderamente una semilla que dio su fruto”.
Toda una vida compartida
“Las dominicas de Granada –ilustra– llevan en Cuba 30 años, coincidiendo con mi edad. Prácticamente, he crecido junto a esas mujeres y, en todo este tiempo, he visto pasar por mi pueblo muchas hermanas de Colombia, Venezuela, el Congo… Aunque la gran mayoría eran españolas. Me gustaría destacar la figura de dos hermanas, que han sido las que más han influido en mi vocación: sor Amparo Ramos Espejo, granadina, y sor Herminia Piloñeta Fernández, asturiana. He visto en esas mujeres la pasión por la misión, la entrega sin medida, el servicio sin condiciones y la gratuidad del amor. He terminado concibiéndolas como testigos del amor de Dios en este mundo; yo creo que esa fue la primera catequesis que recibí, la de encontrarme con personas con un corazón generoso”.
Y eso que su pastoral no ha sido ni mucho menos fácil… “La situación política del país y la escasez de recursos dificultan mucho la misión, pero en estas hermanas siempre ha habido una palabra de esperanza y un rostro de alegría. Justamente, su testimonio de gratuidad y entrega son las mejores semillas que a su tiempo han dado fruto. Para mí, la entrega de estas hermanas, que han dejado su tierra, han venido y se han quedado en Cuba, las convierte en verdaderos testigos. Porque, como canta Silvio Rodríguez, ‘solo el amor engendra la maravilla, solo el amor convierte en milagro el barro’”.
En la mili
Pese a su fascinación por ellas, el camino de Morales no parecía ir por la senda religiosa. Aunque ya se sabe que Dios escribe recto con renglones torcidos: “Tenía 18 años, me habían otorgado la carrera de Psicología y me encontraba haciendo el Servicio Militar Obligatorio en La Habana. La dureza del ejército me ayudó a madurar y a proyectar un futuro para mi vida, y fue en ese tiempo donde me planteé la posibilidad de ser fraile dominico. Los religiosos de esa comunidad vivían en San Juan de Letrán, en La Habana. Aún recuerdo los rostros felices de los primeros hermanos que conocí; ellos me recibieron en su convento y, desde entonces, inicié un camino de discernimiento vocacional”.
Como no podía ser de otro modo, sus inspiradoras alentaban con su mero testimonio la vocación que entonces se fraguaba: “Probablemente, sor Amparo y sor Herminia no son conscientes de que la vida compartida junto a ellas en mi pueblo fue creadora de esta experiencia de búsqueda y de llamado a la vida religiosa. Como buenas dominicas que son, ellas hablaban de la verdad, de la compasión con el ser humano, del deseo de Dios, de la vida fraterna… Pues todo eso y mucho más provocó en mí el anhelo de búsqueda y de respuesta a una llamada. En mi historia vocacional, he conocido primero a las religiosas dominicas y luego a los frailes”.
Lo importante es caminar
Uno de ellos, el padre Manuel Uña (vicario de los dominicos en Cuba), fue también clave cuando el joven se animó a hablar con él y contarle sus deseos: “Me miró a los ojos y me dijo: ‘Joven, deje que el fruto caiga por su peso: vaya y estudie su carrera de Psicología y recuerde que, caminante, si hay camino, lo importante es caminar‘. Y así lo hice”.
Terminé el año militar e inicio la carrera de Psicología. Fueron años muy intensos, y en los que no quedó olvidada la promesa que se había hecho a sí mismo: “El espacio que más cuidaba y alimentaba mi vocación era el que mantenía con las hermanas en mi pueblo. La oración compartida, la misión en conjunto, el compartir fraterno y su testimonio de vida me ensañaron a cuidar de mi vocación y a querer entregar el corazón a Dios en la Orden de Predicadores”.
Al terminar los estudios, entró al fin en el convento de los dominicos en La Habana. Ahora, convertido ya en un fraile de la Orden de Predicadores, “siento que mi vida se sigue configurando con el proyecto que hace 800 años inició santo Domingo de Guzmán y, sobre todo, pienso que en mi identidad dominicana existen personas y rostros que, quizá sin saberlo, me ayudado a ser lo que soy”. Una vocación que, por cierto, Morales desarrolla actualmente en nuestro país, en Valencia.