Este 11 de octubre se celebra el Día Internacional de la Niña, en el que, entre otras cosas, se visibiliza que, al año, 12 millones de niñas en todo el mundo son obligadas a casarse… En total, 650 millones de mujeres fueron llevadas a la fuerza ante el altar cuando eran menores. Con el fin de hacer frente a esta lacra especialmente dolorosa, ayer, en Madrid, se dio el pistoletazo de salida a la campaña ‘¡No quiero!’, la primera de la recién creada coalición para trabajar en red contra el matrimonio infantil forzado, integrada por Amnistía Internacional, Save the Children, Mundo Cooperante y la entidad jesuita Entreculturas.
El Círculo de Bellas Artes acogió (por la mañana, con una rueda de prensa, y, por la tarde, con un coloquio moderado por la periodista Rosa María Calaf) la presentación de esta campaña, protagonizada por dos jóvenes cuyo testimonio refleja con toda su crudeza lo urgente de este reto: Hadiqa Bashir, activista por los derechos de las niñas en Pakistán, y Kadiatu Massaquoi, víctima del matrimonio infantil y forzado en Sierra Leona. Vida Nueva ha tenido la oportunidad de hablar con ambas.
Hadiqa es una joven paquistaní de 17 años que ha impulsado en su comunidad, Swat, el movimiento ‘Chicas unidas por los derechos humanos’, con el que, entre muchas otras cosas, ha conseguido que 25 niñas de la comunidad hayan escapado de la obligación de casarse y 50 hayan podido volver al colegio. Pero, para ella, todo empezó cuando, con apenas 11 años, sus padres la obligaban a casarse con un hombre de 35 años. Horrorizada por la experiencia previa de una amiga de siete años a la que casaron y no volvió al colegio, ella pudo escapar de su destino solo gracias al apoyo de su tío, que le contó que hay una ley en país que prohibe el patrimonio infantil.
Desde entonces, ella misma recorre las casas de su comunidad tratando de que todos conozcan esta ley. Y es que es consciente de su responsabilidad… “Cuando me pasó eso con 11 años, me sentía inútil… En cambio, cuando conseguí liberarme, me vi llena de fuerza. Una fuerza tal que me desbordó y quería hacer por los demás lo que mi tío había hecho por mí. Así fue como empecé a ser la voz de las demás, desde la palabra, para que ellas se atrevieran a hablar”.
Algo, claro, que le ha llevado a hacer frente a muchos obstáculos y reticencias, empezando por su propia familia: “Cuando mis padres supieron que recorría la comunidad hablando con otros padres, no lo aceptaron. Pero ahí mi tío volvió a apoyarme y, una vez más, me dio voz. Hoy ya todos me apoyan, incluida mi abuela. Mi experiencia me dice que, al llegar a una casa, el rechazo más fuerte es el de la madre. Pero, si la acabas convenciendo a ella y llega a ser consciente del mal infringido a su hija, ella será la que convenza a toda la familia”.
El problema, asegura Hadiqa, es de desinformación: “En realidad, las familias no son conscientes de lo que el matrimonio infantil conlleva para las niñas en materia de salud o educación, cuyos derechos les están vetados. Les falta información”. Esto explica las estadísticas que ellas mismas, junto a otras organizaciones, han recabado sobre Swat en 2018: hay un 63% de matrimonios forzados, el 67% no conocen la ley, el 70% no conocen derechos básicos y el 79% no censan los matrimonios.
Más allá de las familias, la activista paquistaní habla con muchos líderes políticos y religiosos, pues los primeros pueden impulsar con más fuerza las leyes y los segundos trabajar en el necesario cambio de mentalidad; seguramente, lo más difícil de todo… “Muchos imanes ignoran u ocultan este problema. Realmente, no aceptan que haya una vulneración de los derechos humanos de estas niñas. Pero, con todo, en los últimos cinco años ya hemos convencido a cinco imanes para que, en sus prédicas de los viernes, hablen de los derechos de las mujeres”.
De cara al futuro, Hadiqa tiene un sueño: “Que el movimiento ‘Chicas unidas por los derechos humanos’ sea una plataforma que dé voz a todas las niñas del mundo amenazadas por esta situación. Que aquí se puedan expresar libremente y sean, cada vez más, las chicas que se comprometan”.
Un caso similar es el de Kadiatu, de Sierra Leona, quien, a sus 17 años, está casada y tiene dos hijos (su madre la obligó a casarse al quedarse embarazada a los 14 años). Algo que, por ahora, le aleja de su gran sueño: “Volver al colegio, estudiar y ser enfermera”.
Gracias al proyecto ‘Derecho a ser una niña’, de Save the Children, al menos está haciendo un curso de formación profesional y es acompañada en un entorno seguro. Algo que le da una confianza que, como Hadiqa, la hace ir casa por casa tratando de concienciar a las familias de que, si casan por la fuerza a sus hijas, “les quitan la libertad de decidir sobre sus propias vidas”.
Ella también habla con los líderes religiosos: “Es muy importante que se involucren. Les cuento mi caso y es ahí cuando son conscientes de esta realidad. También comprenden su responsabilidad en este tema, pues tienen mucha influencia en la gente”.
Como recalca la joven, también está siendo esencial el cambio que está implementando el nuevo Gobierno de Sierra Leona, que ha declarado la lucha contra esta lacra como una “emergencia nacional”, impulsando leyes como la de Educación de calidad y libre, o la de abuso sexual, condenando a cadena perpetua a quien penetre a una menor de 18 años. Ahora mismo, está rematando una que combate de un modo directo el matrimonio forzoso.
“Mi vida ha cambiado –concluye Kadiatu–, sin duda. Pero quiero seguir avanzando y, sobre todo, volver al colegio”. Desgraciadamente, ella es una de las 650 millones de mujeres que han sido víctimas del matrimonio infantil forzoso. Pero no se resigna y quiere empoderarse. Y a muchos otras con ella.
Fotos: Entreculturas