Maureen Ivannia Mora, Misionera Comboniana, es de Costa Rica. Se crió en su San José natal junto a sus padres y hermanos. La suya fue “una infancia y adolescencia normales”. Hasta que, a los 15 años, “junto a mis dos hermanas, conocí a los padres combonianos, que hacían encuentros para jóvenes, donde daban a conocer la vida de san Daniel Comboni y el trabajo misionero en algunos países de África”.
Ahí prendió la llama. Aunque a su ritmo, poco a poco: “Participaba en esos encuentros porque había otros jóvenes y era un momento especial para compartir sueños e ilusiones en relación al futuro. Pero, siendo sincera, nunca en mi vida pensé en ser religiosa, y menos misionera. Mis deseos eran de estudiar, trabajar y formar una linda familia … ¡Por lo menos con tres hijos!”.
Casi sin darse cuenta, las llamadas de los combonianos fueron configurando en ella un nuevo ser: “Nos decían que Dios es amor, que su misericordia siempre nos alcanza y que este amor es también para toda la humanidad… Estas y otras palabras comenzaron a llenar mi corazón de alegría y entusiasmo. El horizonte de mi vida se comenzó a abrir, porque fui consciente de que el mundo no era solo Costa Rica, sino que es más grande y Dios Padre envió a su hijo Jesucristo para salvarnos a todos”.
En 1991, las Misioneras Combonianas abrieron una casa en Costa Rica. Ella iba a visitarlas. Cada vez más. De vez en cuando, recibían a hermanas y hermanos misioneros que daban su testimonio. Fueron varios los que le impactaron, pero tres fueron “de los que Dios se sirvió para descubrir mi vocación”. La primera fue la comboniana costarricense Carmen Flor, misionera en Mozambique: “Nos contó que su pueblo es muy acogedor, pero muy pobre a nivel social, religioso, político o educacional. Ella afirmaba que Dios necesita de personas valientes que respondan a su llamada para dejar la propia tierra e ir a llevar el Evangelio a otros pueblos”.
La segunda fue la comboniana Letteghiorghis, de Eritrea, que “vino a mi país a trabajar en la Animación Misionera. Era una hermana muy dulce, delicada, acogedora, profunda y alegre. Ella nos interpelaba para que también nosotros jóvenes pensáramos en ser misioneros y llevar el Evangelio o los pueblos que todavía no habían escuchado hablar de Dios. Cuando ella hablaba, yo me preguntaba por qué estaba aquí, en mi país, si en África hay más necesidad”.
La tercera persona fue el comboniano Jean Pierre Legonou, originario de Benín: “Era alto, fuerte, espiritual, dinámico y emprendedor. Comentando Mateo 10,5-10, dijo que el objetivo principal de nuestro ser cristiano es anunciar la presencia del Reino donde todavía no fue anunciado. Pero lo que más me toco de esa reflexión fue cuando él nos invitó a pensar en todos los dones que habíamos recibido de Dios y nos preguntó: ‘¿Qué están haciendo con todo lo que recibieron?’”.
Tras morir solo con 40 años, en Sahuayo, México, en 2003, el padre Jean Pierre sigue siendo un referente vital para Mora Agüero: “Fue una persona que me marcó y, hasta el día de hoy, me acompaña”.
El poso de estos misioneros, junto a su día a día “en mi trabajo, los estudios, la oración personal y la eucaristía, me ayudaron a entender que Dios me llamaba a una vocación diferente de la que yo había pensado, y así fui capaz dar una respuesta a mi vida, tomando la decisión de dejarlo todo y de seguir a Jesús como religiosa misionera… Por eso hago mías las palabras del profeta Jeremías: ‘Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir’”. Un paso, por cierto, que compartió con el tiempo su hermana gemela, hoy también misionera comboniana.
Finalmente, a los 21 años, entró en la Congregación de las Misioneras Combonianas. Tras tomar los primeros votos en 1999 y los perpetuos en 2006 hice los votos perpetuos, pasó 12 años en Mozambique. Su siguiente y actual destino es Granada, para trabajar en la formación. Porque España, al fin y al cabo, también es tierra de misión…