El marista de Ghana Sylvain Yao Kouassi le debe su vocación a un hermano de congregación, el misionero español Miguel Ángel Isla Lucio, ya fallecido. Es tal la unión entre ambos que Sylvain sigue definiéndose como su “ahijado”.
Contactado por Vida Nueva desde el Centro de Formación Marista Sabin Akrofrom, en la localidad ghanesa de Kumasi, recuerda al “padre Miguel” como “mi mentor” y todo “un hombre de Dios”.
Sus caminos coincidieron en Costa de Marfil, en la escuela católica Providence, donde, en el curso 1974-1975, Sylvain empezó la secundaria: “En ese momento, él empezó a venir a clase para impartir un curso sobre desarrollo humano. Un curso que, al final, fue un regalo de Dios para mí. Era mi primera experiencia lejos de mis padres. Tenía 15 años. La primera enseñanza del padre Miguel fue ayudarme a comprender mi cuerpo, apreciarlo, dominarlo y cuidarlo adecuadamente. Al mismo tiempo, también me estaba preparando para el sacramento del bautismo. Le pedí que fuera mi padrino; así que, a partir de ahí, comenzó también mi deseo de ser como él: un hombre gentil de Dios, siempre dispuesto a ayudar a los jóvenes que le rodeaban”.
En esos años, Sylvain también conoció a otros misioneros maristas que le interpelaron: “El padre Miguel me presentó a sus otros hermanos: Cayetano Quintana, José Sarrión y José Antonio Ruiz Abeijón, así como a los hermanos de otras comunidades en Costa de Marfil. Ellos encarnaron perfectamente, de una forma encantadora, el artículo 82 de las Constituciones Maristas: ‘El nuestro es un apostolado comunitario. Comienza con el testimonio de la vida consagrada de que vivimos juntos. Ojalá, esta forma de hacer pueda ser fuerte nuevamente entre nosotros‘”.
Cuando al fin dio el paso y expresó su deseo de consagrarse, la mano entrañable del padre Miguel le guió en todo momento: “A lo largo de mi formación religiosa, discretamente, él me supervisó todos esos años”.
Sin embargo, un destino martirial esperaba a Miguel Ángel Isla Lucio. Tras permanecer en Costa de Marfil entre 1974 y 1995, ese año siguió la llamada del superior general de los maristas y se ofreció para trabajar en los campos de refugiados del Zaire, con desplazados ruandeses que habían huido de su guerra civil. Un año después, el misionero español fue asesinado allí junto a tres compañeros maristas.
“De hecho –se lamenta Sylvain–, tengo la certeza de que él podría seguir entre nosotros. Creo que fue allí para agradecer a los hermanos maristas de Ruanda que me cuidaran durante mis dos años de formación en el noviciado allí, entre 1982 y 1984. Rezo a Dios para que pueda ayudarnos a los hermanos africanos maristas y seamos capaces de seguir con fuerza el camino de la generosidad y la fe firmes que nos ha mostrado el padre Miguel”.
“Gracias, Miguel. Descansa en el amor y la paz del Señor, que guió tus pies hacia África”, concluye emocionado.