Tras casi 40 años de guerra contra Sudán por erigirse en un estado independiente, el 9 de julio de 2011 nació Sudán del Sur. Pero, para su población, eso no significó el fin de la violencia… Al contrario, solo dos años después, estalló una cruenta guerra civil de carácter tribal que ha provocado que 1,2 millones de sursudaneses se hayan visto obligados a refugiarse en Uganda. Allí, a solo 30 kilómetros de la frontera, en una zona de desierto, se levanta el asentamiento Palabek, donde hoy viven 50.000 desplazados.
Precisamente, el día a día en este campamento protagoniza el documental ‘Palabek, refugio de esperanza’, que se estrena mañana, jueves 17 de octubre, en el madrileño Palacio de la Prensa, y que ha sido presentado a los medios este mediodía en la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid. Coproducido por Misiones Salesianas y por la fundación salesiana Jóvenes y Desarrollo, la cinta la dirige Raúl de la Fuente, ganador de dos Goya, en 2004 y 2019, y finalista de un Oscar, en 2016.
Rodaje in situ
El documental, de 24 minutos de duración, se rodó el pasado marzo en el propio Palabek, contando con la presencia de los representantes de Misiones Salesianas (Alberto López Herrero) y Jóvenes y Desarrollo (Cristina Bermejo), quienes acompañaron a Raúl de la Fuente.
López Herrero ha recordado que “estamos ante la mayor crisis migratoria desde la II Guerra Mundial, con 71 millones de refugiados y desplazados, lo que supone que, cada minuto, 31 personas padecen esta situación”. De todos ellos, los salesianos acompañan hasta a 400.000.
La mayoría, mujeres y niños
En el caso de Palabek, “la mayoría de su población, hasta un 80%, son mujeres y niños”. Algo que refleja la premura con la que ellas tuvieron que abandonar sus hogares, pues los soldados, cuando llegan a una casa en la que no está el marido, violan a la mujer como práctica habitual (en la cinta se narra el caso de una chica que fue violada a la vez por ocho hombres).
“Frente a este horror –ha detallado López Herrero–, destaca la presencia de los salesianos, que llegaron hace más de un año y quienes, aunque al principio fueron solo para ver cómo funcionaban las asociaciones allí presentes, al final decidieron quedarse. Y lo hicieron porque se lo pidieron los propios desplazados, que son en su mayoría católicos y que necesitaban esa atención espiritual”. En este tiempo, los hijos de Don Bosco han impulsado una decena de capillas, cuatro escuelas infantiles y una escuela técnica, dando además comida a todos los alumnos de Infantil y Primaria.
Alice y Gladys
Uno de los misioneros presentes en Palabek, el venezolano Ubaldino Andrade (con una experiencia misionera previa en el Amazonas venezolano, en Sierra Leona y en Ghana, casi siempre con niños sin hogar), ha contado su experiencia en el acto de Madrid. Y lo ha hecho destacando a dos claros ejemplos de lo que allí se vive, encarnados por las dos grandes protagonistas del documental: Alice, cuyo padre, tío y primo fueron asesinados, reeencontrándose en el campo con su madre y su tía, recordando con mucho amor el día en que su padre le regaló un vestido blanco y unos zapatos (es una de las imágenes esenciales del corto); y Gladys, quien tuvo que dejar a su hija en Sudán del Sur, junto a su madre, y quien muestra una esperanza contagiosa ante todos los que la rodean, ya sea en la escuela técnica, donde trabaja con motocicletas, con su máquina de coser o haciendo cualquier tarea para ganar algo de dinero y ayudar a los demás.
Las condiciones de vida son muy difíciles para todos. Empezando porque todos los que llegan a Palabek (unos 500 al día) lo han hecho andando durante varias semanas, siendo luego repartidos en la frontera. Aunque, es tal la envergadura de la llegada, que empieza a ser muy difícil entrar, quedándose muchos sursudaneses atrapados en la línea que separa a ambos países, recibiendo apenas un puñado de galletas. Sin apenas perspectivas de trabajo, en medio del desierto, muchas de las mujeres del asentamiento ganan algo de dinero picando piedra con sus propias manos.
Al filo de lo soportable
Para Ubaldino Andrade, a quien todos conocen como padre Uba, “esto es lo más difícil: la sensación de estar sin poder hacer nada, esperando, sin tener qué dar de comer a sus hijos. Algo que lleva a muchos a la bebida y, a unos cuantos, al suicidio”.
Con todo, el salesiano ha asegurado que “este es un pueblo de gente luchadora y fuerte, que jamás pierde la esperanza. Son unos guerreros, en el sentido de la supervivencia y no de la violencia, pues ‘palabek’ significa ‘guarda la espada’”. Para él, “el mejor ejemplo es Gladys, que representa esa capacidad de lucha y de dignidad. Ayuda a levantar los techos, siembra entre las piedras, trabaja con las motos… Y todo para dar de comer a su hijo y que este tenga un futuro mucho mejor”.
No tienes apenas nada
Y eso que hablamos de una situación límite. “La gente –lamenta Andrade– no tiene trabajo, dinero, ropa, pasta de dientes, jabón o toallitas con las que asearse mínimamente. Y padecen tifus o malaria, sin que haya un hospital al que acudir. Pero lo esencial es que nunca dejan de creer que algún día llegará la paz a su país y podrán volver a reconstruirlo. Por eso es tan importante que se puedan formar aquí, aunque sea con tantos sacrificios… Por ejemplo, los chicos que vienen a nuestra escuela técnica andan 14 kilómetros a la ida y otros tantos a la vuelta. Y todo porque quieren formarse”.
En esto es esencial la presencia de los salesianos, siendo la suya una pastoral de la presencia y el cariño, como explica el misionero: “La treintena de ONG que están aquí, coordinadas por la Oficina del Primer Ministro, hacen un gran trabajo y ayudan a mucha gente. Pero, por seguridad, tienen un horario: llegan a las nueve de la mañana y se van a las cinco de la tarde. La gente sabe que nosotros vinimos para quedarnos. Llegamos también como refugiados, sin casa, viviendo con ellos. Y somos los únicos que no nos vamos. Estamos siempre con los que consideramos nuestra familia. Reímos con ellos, lloramos con ellos… Nos hacemos uno con ellos”.
Estar donde hay que estar
Hay momentos de todo –“hay días en que solo me sale decir: ‘No sé qué decirte’”–, pero, al final, siempre sobresale la luz: “Es duro, pero me reconforta saber que estamos donde hay que estar y que compartimos la carga entre todos. Para ellos es fundamental saber que no estamos de paso, sino que esta es nuestra realidad, nuestra vida”. Algo que se refleja en un momento del documental, en el que el padre Uba le dice a su gente: “Este es un hogar porque aquí está la gente a la que quiero”.
Andrade enfatiza que “Uganda está dando una gran lección al mundo. Pese a ser un país pobre, su gente es solidaria y se lanza a la aventura de ayudar a las víctimas de la guerra del país vecino. En el fondo, no olvidan que, en su día, ellos también padecieron una guerra civil y que debieron de huir a lo que hoy es Sudán del Sur”. Y es que, como enfatiza, “no solo se trata de los refugiados. Se trata de nosotros mismos, de cómo actuamos”.
El gesto del papa Francisco
El salesiano concluye reivindicando el rol de la Iglesia en una sociedad mayoritariamente cristiana y, en especial, el respeto por el papa Francisco: “Todos tienen muy presente su reciente gesto de llamar a Roma a los líderes políticos enfrentados y, junto a los miembros de otras confesiones del país, rogarles por la paz, simbolizando todo en el momento en que se arrodilló y les besó los pies. Recuerdo cómo enseñé esa foto con el móvil a las 60 personas que me rodeaban y cómo les impactó. La gente no deja de creer en la paz, pero desconfían de que llegue pronto, pues saben que en los dos bandos se han cometido muchas atrocidades”.
La imagen de Alice bailando con el vestido blanco que le regaló su padre y la de Gladys conduciendo su moto despejan todas las sombras… Algún día, estallará la paz en Sudán del Sur.
Foto: Alberto López Herrero (Misiones Salesianas)