“Han pasado ya 42 años de mi llegada a Formosa, diócesis y provincia del nordeste de Argentina, donde he realizado prácticamente todo mi ministerio sacerdotal: 21 años como presbítero (excluyendo dos años vividos en Roma) y otros 21 como obispo de esta mi querida diócesis”. Así se presenta a Vida Nueva el misionero español José Vicente Conejero Gallego, a quien, en 1998, Juan Pablo II designó como prelado de Formosa, marchándose su predecesor, Dante Sandrelli, como misionero a ras de suelo a Cuba, donde en ese momento hacían falta vocaciones.
“Como llegué joven –relata–, con apenas 24 años, no me costó mucho adaptarme e inculturarme a la nueva situación. Si bien, muchas, muchas cosas, en el pensar y obrar, eran muy distintas a las vividas en España. El entusiasmo juvenil, el deseo de la entrega misionera, la amistad benevolente y el cariño hacia la gente superaron las dificultades. Jamás pensé que podría ser un día obispo, sucesor de los Apóstoles (digo esto porque, cuando se pronuncia esta expresión para nombrar al obispo, siempre me impresiona mucho). Los caminos del Señor para sus hijos son inimaginables. Dios siempre sorprende”.
Muy unido a Plasencia
“Me he sentido siempre muy acompañado –profundiza Conejero–, tanto por mi familia como por la comunidad diocesana de Plasencia, mi Iglesia particular de origen, la que me engendró a la fe y la que, a la vez, me envió hacia estos hermanos. A lo largo de estos años, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos vinieron en varias oportunidades a visitarme; incluso, dos sacerdotes diocesanos ejercieron su ministerio presbiteral durante algunos años aquí. También el aporte material para alguna obra social ha sido significativo”.
Sobre la aportación personal a la comunidad creyente de Formosa, sostiene que “eso lo podrán decir mejor los demás. En general, aquí suelen valorar mucho el que uno haya dejado lo suyo para venir a compartir con ellos la vida y la fe. El enriquecimiento, tanto religioso como cultural, es siempre recíproco. Todos tenemos algo que dar y mucho que recibir”.
Sencillez y alegría
Lo que sí tiene claro es qué aspectos destaca él “de esta porción del Pueblo Dios que peregrina por estas tierras: la sencillez, la apertura, receptividad y el ‘hambre’ de la Palabra de Dios, la paciencia ante la adversidad, la alegría, la fiesta, el fervor de la piedad popular…”.
Conejero concluye en clave de esperanza pronfunda: “Anunciemos con alegría: Jesús es el Señor y el Pastor que da la vida por sus ovejas. Dichosos aquellos que siguen sus huellas”.