Agradecida a Dios por el Mes Misionero Extraordinario “que el papa Francisco ha querido regalarnos a todos”, la hermana Antonia Sánchez Morocho desea ante todo “proclamar que vale la pena vivir en la misión y para la misión que Jesús nos dejó a través de sus discípulos”.
“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos”. Estas palabras de Jesús, recogidas en el evangelio según san Mateo (Mt 28, 19-20), son para ella “el combustible que da vida, energía y significado a la Misión”.
En el año en que celebra el 50º aniversario de su profesión religiosa como misionera comboniana, esta oriunda de Argamasilla de Calatrava (Ciudad Real) da gracias a Dios también por ello, porque “su fidelidad sostiene la mía”, confiesa a Vida Nueva. Lleva casi 40 años en África y, aunque es consciente de que no va a tener “otros tantos” para continuar en aquel continente, “los que Dios quiera darme quisiera vivirlos aquí”. Concretamente en Uganda, donde reside desde hace siete años tras un primer período de 12. Entre una estancia y otra, pasó 12 años más en Mozambique.
Concluido el preceptivo tiempo de estudios para ir a la misión, y cuando la hermana Antonia “ya estaba preparada en espíritu para dar el salto a África”, se le pidió regresar a España para prestar un servicio a la Congregación. “Al principio –recuerda–, me costó tener que esperar, pero aprendí en vivo que los designios de Dios siempre son para nuestro bien y para el bien de su Reino”.
Durante estos años, su trabajo en la misión se ha centrado fundamentalmente en la formación religiosa para jóvenes, catequistas, seminaristas y religiosas locales, “sin descuidar la formación humana”, matiza la misionera manchega. Ahora, aunque “oficialmente jubilada”, reconoce que casi tiene “más que hacer que antes”. Vive en el Centro de espiritualidad en Namugongo, donde se ubica el santuario de los Mártires de Uganda, en la periferia de Kampala. Allí, aparte de dirigir ejercicios espirituales, ayuda en la formación de novicias y de profesores de escuelas parroquiales y públicas.
Una experiencia de su dilatada vida misionera le ayuda a “ilustrar cómo el Señor Jesús se sirve de nosotros, pobres criaturas, para seguir realizando algunos ‘milagrillos’: “No hace mucho –relata la hermana Antonia a esta revista– encontré a una religiosa africana a la que hacía muchos años que no veía. Después de saludarnos con un gran abrazo, me dijo: ‘Si estoy hoy aquí y si soy religiosa (comboniana), es gracias a ti’. Me quedé sorprendida, porque no recordaba haber hecho nada especial por ella, pero ella continuó: “Tú me enseñaste a hablar y a rezar”. Emocionadas, ambas se fundieron en un nuevo abrazo. El mismo que ella envía caluroso –“aquí estamos en verano”, dice– desde Uganda a cuantos hayan dedicado unos minutos para conocer su historia misionera.