El carisma de Daniel Comboni ha marcado a María Villar Sesma Gómez, comboniana navarra que encarna su vida en una leprosería en Sagwaghi, en la región egipcia de Luxor: “Doy gracias al Señor por el regalo de la vocación misionera. De adolescente, pensaba en formar una familia, gozar del cariño de mi esposo, de mis hijos…, pero Él tenía otros proyectos para mí”.
Un cambio vital que llegó a través de la amistad: “Conocí a un misionero comboniano que nos invitó a mí y a mis amigas a participar en un movimiento mariano llamado Oasis. Los encuentros los realizábamos en la casa de las hermanas combonianas. Allí tuve la oportunidad de conocer a las misioneras que vivían muy cerca de mi casa”.
“Nos entusiasmaban –recuerda– con las anécdotas de su misión en Sudán, de donde habían sido expulsadas por el Gobierno. Era impresionante cómo hablaban de estos pueblos, con qué cariño y entusiasmo. Y, sobre todo, su deseo de volver allí para llevar a aquellas personas el anuncio del Evangelio”.
“Comencé –destaca– a poner más empeño en mi vida cristiana, participando más en la eucaristía y con pequeñas actividades de servicio a los necesitados. Esto, poco a poco, me fue llevando a una relación de amistad con Jesús. Un día, estando orando, sentí en lo profundo de mi ser que Dios quería algo más de mí; me quería para Él, para llevar la Buena Noticia a los hermanos”.
“No fue fácil la respuesta –reconoce–, pero, poco a poco, fui sintiendo que, en mi corazón, era Jesús lo importante y el que daba sentido a mi vida. A los 19 años, dejé todo para seguirlo en la vida misionera. En estos 50 años de vida consagrada, he compartido mi fe con muchas personas de diferentes países y continentes: Egipto, Perú, España… Con cristianos y musulmanes”.
Por todo ello, concluye, “doy gracias al Señor, por su amor y fidelidad, y, sobre todo, porque mi sueño de tener una gran familia se ha hecho realidad”.