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Misioneros extraordinarios en lo ordinario: Charles Rolando Rolón, ¡Paraguay es mi misión!





El misionero claretiano Charles Rolando Rolón Chaparro, natural de Paraguay, actualmente ejerce como diácono en la Parroquia Inmaculado Corazón de María, llevada por su congregación en Madrid.

Hijo de una familia “sencilla, trabajadora y humilde”, esa primera etapa vital, en su tierra, la marcaron “palabras claves que dejaron huellas en mí: llamada, testimonios de los misioneros claretianos, seminario menor de los claretianos y la experiencia de misión en verano. Fueron momentos claves para discernir y apreciar en mi camino de la vida misionera en la Congregación de Hijos del Inmaculado Corazón de María: con sus luces y sombras, con sus nuevos desafíos y con sus nuevas respuestas. Y, gracias a la presencia de los claretianos y su testimonio de misión, es como pude ir descubriendo mi propia vocación misionera”.

Un nuevo estilo

La segunda etapa, ya en el noviciado, la vivió como misionero en Cochabamba (Bolivia). Aquí las palabras claves fueron “noviciado, misión, comunidad y apostolado”. “Un nuevo estilo –en definitiva–, un nuevo horizonte, una nueva misión“.

Una experiencia que le marcó “fue la que tuve en la misión del norte de Potosí. Fue realmente impactante y, a la vez, significó una fortaleza para mi vocación misionera. Aquí cimenté mi vida espiritual, los valores esenciales de la vida religiosa y la identificación con el carisma y misión de los Misioneros Claretianos, al estilo del padre Claret”.

Una difícil adaptación

La tercera etapa, ya con una vida misionera plena, en España (ha pasado por Colmenar Viejo, Aranda de Duero y Madrid), se sostiene en estos ejes: “Oración, acompañamiento, apertura y diálogo”. Ha sido un “proceso de adaptación lento, algo duro y complicado”, con “algunas noches oscuras que se me hacían pesadas, con lágrimas, lamento e incluso desmotivación para proseguir este camino misionero”.

Hasta que han llegado los apoyos esenciales. Encarnados, con nombres y apellidos: “El padre Pedro Belderrain me hizo ver cómo podría salir de aquellas trabas que me impedían crecer como persona y como misionero. También han estado los hermanos José San Román, Luis Ángel de las Heras [obispo de Mondoñedo-Ferrol], José Manuel Sueiro o José Ramón Sanz… Gracias a todos ellos he vivido la alegría de notar claramente el avance y el progreso por el que he ido construyendo una aventura misionera a través de la gracia y el don que Dios me fue, sigue y seguirá ofreciéndome en su amor gratuito, frente a mis dudas e incertidumbres”.

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