Desde se comunicó el fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975 hasta su funeral tuvieron que pasar varios días. El dictador falleció en el hospital de La Paz a los 82 años de edad tras una serie de complicaciones médicas que se fueron concatenando. Al anuncio oficial seguirían las filas de españoles visitando la capilla ardiente en el Palacio Real.
El funeral se celebró el domingo, 23 de noviembre –domingo de Cristo Rey–, a las 10 de la mañana en la plaza de Oriente, donde la muchedumbre se concentró, haciendo frente a un gélido día de otoño. El féretro con los restos de Francisco Franco hizo su entrada siendo llevado a hombros por el vistoso regimiento de su guardia personal. Desde allí, concluido el funeral, saldrían los restos rumbo al Valle de los Caídos en un camión tuneado para la ocasión. Allí le esperarían muchos de los militantes más enérgicos de Falange.
Antes, el mismo día 20, en El Pardo, el sacerdote Rodrigo Menéndez Piñar presidió el primer funeral haciendo una completa loa de los logros del dictador. El sacerdote acabó incluso recitando una poesía al “Caudillo de la nueva Reconquista, / Señor de España, que en su fe renace, / sabe vencer y sonreír, y hace /campo de paz la tierra que conquista”.
Ese mismo día también acudió a la capilla del Palacio del Pardo el cardenal arzobispo de Madrid, Vicente Enrique y Tarancón. “Nos hemos reunido para rezar. No debéis esperar de mis palabras ni un juicio histórico ni tampoco un elogio fúnebre. Ni éste es el momento de tales juicios ni es función de la Iglesia el formularlos”.
El encargado de presidir la celebración, con los reyes y la viuda, Carmen Polo, fue el cardenal primado de España, el arzobispo de Toledo Marcelo González Martín. Cerca de él, con hábito coral, se situaron varias decenas de obispos y prelados. También en primera fila estaban dignatarios internacionales como la primera dama de Filipinas Imelda Marcos o el dictador chileno Augusto Pinochet.
En la homilía, el cardenal destacó la “entrega a España” de Franco. “He ahí sus restos, ya sin otra grandeza que la del recuerdo que aún puede ofrecernos de la persona a quien pertenecieron mientras vivió en este mundo”, señaló poniendo de manifiesto la pena que sentían los asistentes a la celebración. De ellos recordó que “ante este cadáver han desfilado tantos, que , necesariamente, han tenido que ser pocos en comparación con los muchos más que hubieran querido poder hacerlo para dar testimonio de su amor al padre de la Patria, que con tan perseverante desvelo se entregó a su servicio”.
Comentando que sobre el ataúd estaba una espada de la Legión Extranjera, ofrecida por el cardenal Goma y custodiada en la catedral toledana. “¡Ojalá esa espada –él mismo lo dijo– no hubiera sido nunca necesaria! ¡Ojalá esa cruz hubiera sido siempre dulce cobijo y estímulo apremiante para la justicia y el amor entre los españoles!”, clamó al respecto.
“Brille la luz del agradecimiento por el inmenso legado de realidades positivas que nos deja ese hombre excepcional, esa gratitud que está expresando el pueblo y que le debemos todos”, reivindicó. “Recordar y agradecer no será nunca inmovilismo rechazable, sino fidelidad estimulante, sencillamente porque las patrias no se hacen en un día, y todo cuanto mañana pueda ser perfeccionado encontrará las raíces de su desarrollo en lo que se ha estado haciendo ayer y hoy en medio de tantas dificultades”, prosiguió.
Mirando al futuro, invitó a los presente a “conciliar a todos los esfuerzos de la imaginación bien orientada con la bondad de corazón y la buena voluntad”, una “ardua tarea a la que hemos de entregarnos a través de las pequeñas cosas de cada día y con las decisiones importantes de la vida pública”. Reclamando una “libertad ordenada” y un pluralismo enriquecedor pidió a todos que no se cansen “nunca de ser sembradores de paz y de concordia al servicio de un orden justo”.
Un mundo futuro en el que, para el prelado, la libertad religiosa tiene su papel. “La civilización cristiana, a la que quiso servir Francisco Franco, y sin la cual la libertad es una quimera, nos habla de la necesidad de Dios en nuestras vidas. Sin Él y sus leyes divinas, el hombre muere, ahogado por un materialismo que envilece”, reclamó.