Similar es el caso de la agustina misionera Análida Rojas. Natural de Colombia, quien lo cambió todo para ella fue la misionera segoviana Ana María Pascual: “Es una mujer capaz de vivir y crear fraternidad viviendo al modo de Jesús. Desde que inicié el proceso para entrar en la Congregación de las Agustinas Misioneras, ella me abrió las puertas, acogiendo mi petición para emprender ese gran reto que era entregar mi vida a Jesús para los más necesitados; me orientó su vida tranquila y sencilla, me quitó los miedos y me ayudó a dar ese gran paso radical y determinante para mi existencia”.
“Recuerdo –ilustra– sus palabras: ‘Dios nos va a ir mostrando lo que quiere para cada una, siempre estaremos contigo’. La vida fue pasando y encontré muchas dificultades para seguir mi vocación… Entonces, volvió a aparecer la hermana Ana María en mi vida, en Iquitos, en la selva amazónica peruana, donde fui enviada”.
Una vivencia radical del Evangelio
“Su ejemplo de vida siempre me llevaba a Dios; su vida de oración y la vida fraterna, vivida con entrega gozosa, descubriendo siempre las necesidades del otro como ser único y, sobre todo, la disponibilidad para la misión, que vivió radicalmente desde el servicio a donde la necesitaban. Admiraba su talante para vivir el amor, demostrado en la escucha, la compañía, la palabra, el silencio, en su vida entregada generosamente, sin horario.… En todo era un modelo a seguir. En ella comprendí que las fronteras no existen en el corazón”.
“Este año –concluye emocionada– la visitó la enfermedad del cáncer, que puso fin a sus días, pero no al testimonio ofrecido con su vida, de una mujer buena, sencilla, de vocación determinada, misionera, compasiva, dulce y afable en la atención a sus hermanas y a cuantos se le acercaban y, en sus últimos días, enferma ejemplar, una mujer creyente, enamorada de su Señor. Ana María es mi ‘santa de la puerta del lado’, como dice el papa Francisco”.
