El pasado 19 de junio, sor Mónica de Juan entró en los hogares de millones de españoles. Llevaba ya una década entrando en los de muchos haitianos que sufren en primera persona la miseria del país más pobre del mundo. Pero ese día, esta madrileña de 45 años, junto con otro destacado grupo de personas, fue condecorada por Felipe VI con la Medalla al Mérito Civil en reconocimiento a la labor que realizan allí las Hijas de la Caridad. Pero no todos conocen su historia.
“Mi historia en la misión es, como muchas otras, una historia en la que Dios habla a través de los acontecimientos y estos se van desarrollando sin saber uno muy bien cómo de una manera extraordinaria. Yo soy hija de la Caridad de San Vicente de Paul desde el año 1996 y, desde que fui enviada tras el tiempo de formación, en 1998, desarrollaba mi profesión de enfermera en hospitales de Madrid, intentando siempre estar cerca de los más pobres de entre los pobres que eran ya los enfermos”.
Una fecha: 10 de enero de 2010
Hay una fecha, sin embargo, en donde entiende que Dios quiere algo más de ella. “El 10 de enero de 2010, mientras veía el telediario a mediodía tras mi jornada de trabajo en las urgencias del hospital, me vi sobrecogida por las imágenes que llegaban desde Haití tras el terremoto sufrido en ese país. Fue como si una chispa se encendiera en mí… Sentí que no podía quedarme sentada viendo esa realidad y no hacer nada”.
Sin pensárselo dos veces, saltándose incluso los procedimientos normales en la congregación, escribió a la Superiora General para ofrecerse “para lo que hiciera falta en Haití”. Dos semanas después estaba volando hacia el país caribeño. “La primera impresión fue muy fuerte. Era la primera vez que salía de Europa y llegaba a un país destruido, en unas condiciones indescriptibles de pobreza y destrucción. Al llegar, verdaderamente pensé: ¿Y yo tengo que estar aquí tres meses? No creo que pueda estar aquí ni 15 días”.
Pero la realidad fue otra. “Al contacto con la gente, el ver su profunda fe, su alegría, su forma de valorar las pequeñas cosas de la vida… me hicieron descubrir que mi vida no podía seguir igual, que el Señor me llamaba a la misión, que quería que compartiera mi vida con aquellos que no tenían la suerte que yo había tenido, para que con mi presencia, mis palabras, mi ayuda pudieran descubrir el amor de un Dios que los ama como a sus preferidos. Y a mi regreso de esos tres meses, me ofrecí a nuestra Superiora General para ir a la misión ad gentes, allí donde ellas decidieran”.
Feliz, a pesar de las dificultades
Meses de espera y, por fin, la respuesta: “El Señor, a través de mis superiores, decidía enviarme, esta vez definitivamente, a Haití. Y puedo decir que soy feliz, que no me cambio por nadie a pesar de las dificultades, de la inseguridad… El Señor me da mucho más de lo que yo doy a través de tantos momentos, de tantos testimonios que los pobres me dan. Soy yo la que estoy siendo evangelizada por ellos, por su esperanza, su confianza en Dios, su sentido del agradecimiento, su generosidad. El Señor me envió a la misión no para salvar a nadie, sino para salvarme a mí de la comodidad, de no dar el 100%, de no descubrir el valor de un vaso de agua potable, de una ducha, de la luz, de un plato de comida”.
Ahora, cada día sor Mónica da gracias por este regalo de la vocación misionera “que me ha hecho el Señor sin yo merecerlo. Y le pido que me dé cada día la capacidad de seguir sorprendiéndome con su presencia en los más pobres y la capacidad de seguir conmoviéndome ante el sufrimiento de los hermanos más necesitados, para que, junto a ellos, le haga presente con mi cercanía y el don de mi vida”.