Francisco pide a los jesuitas que sigan “al servicio de los crucificados de nuestro tiempo”

  • Recibe a los participantes en el encuentro por los 50 años del Secretariado de Justicia Social y Ecología
  • “En los pobres –anima el Papa– habéis encontrado un lugar privilegiado de encuentro con Cristo”
  • “Arrupe siempre creyó que el servicio de la fe y la promoción de la justicia estaban radicalmente unidos”

Francisco pide a los jesuitas que sigan “al servicio de los crucificados de nuestro tiempo”

El congreso mundial que se celebra en Roma, del 4 al 8 de noviembre, para conmemorar el 50º aniversario del Secretariado de Justicia Social y Ecología de la Compañía de Jesús, fundado por Pedro Arrupe en 1969, ha vivido un momento muy especial en la mañana de este jueves 7, cuando los más de 200 participantes han sido recibidos en una audiencia privada, en el Palacio Apostólico del Vaticano, por el papa Francisco.

“La Compañía de Jesús –les ha dicho el jesuita Bergoglio– fue llamada desde sus orígenes al servicio de los pobres, una vocación que san Ignacio incorporó a la Fórmula de 1550”. Una invitación al apostolado en clave social que requería, entre otras cosas, “reconciliar a los desavenidos, socorrer misericordiosamente y servir a los que encuentran en las cárceles o los hospitales”.

La llamada sigue viva

Para el Pontífice, esa semilla de fe encarnada en la dignidad humana “ha llegado hasta nuestros días”. Así, uno de sus principales impulsores contemporáneos fue el padre Arrupe, quien, como superior de los jesuitas, “tuvo la intención de fortalecerla” a través del Secretariado de Justicia Social y Ecología. Algo que el propio religioso español testimonió a través de un escrito recuperado hoy por el Papa y que reza así: “Vi a Dios buscar a los que aman, a los que mueren, a los que naufragan en esta vida de desamparo; se encendió en mí el deseo ardiente de imitarle en esta voluntaria proximidad a los perdidos del mundo, que la sociedad desprecia”.

“El padre Pedro –ha continuado Bergoglio– era un hombre de oración, un hombre que peleaba con Dios todos los días. siempre creyó que el servicio de la fe y la promoción de la justicia no tenían que separarse, pues estaban radicalmente unidos. Para él, todos los ministerios de la Compañía tienen que responder, a la vez, al desafío de anunciar la fe y de promover la justicia”.

Interculturación

Para Francisco, el reto de seguir la senda de un mesías que nació en un establo y que en su niñez sufrió persecución y exilio no ha perdido ni un ápice de actualidad. Ni de urgencia… “La contemplación activa de Dios excluido nos ayuda a descubrir la belleza de esta persona marginal”, siempre teniendo en cuenta “su forma de ser, su cultura, su modo de vivir la fe”.

Desde ahí, ha animado a los jesuitas a seguir fieles a esa esencia anclada en el Evangelio: “En los pobres habéis encontrado un lugar privilegiado de encuentro con Cristo. Ese es un regalo precioso en la vida del seguidor de Jesús: recibir el don de encontrarse con él entre las víctimas y los empobrecidos”.

Con los preferidos de Dios

“El encuentro con Cristo entre sus preferidos –ha proseguido– acrisola nuestra fe. Así ha sucedido en el caso de la Compañía, cuya experiencia con los últimos ha ahondado y fortalecido su fe. (…) Una verdadera transformación personal y corporativa en la contemplación callada del dolor de sus hermanos es vivida por vosotros. Una transformación que es una conversión, un regreso al mirar el rostro del crucificado, que nos invita cada día a permanecer junto a él y a bajarle de la cruz” .

“No dejéis decrecer –ha enfatizado– esta familiaridad con los más vulnerables. Nuestro mundo roto y dividido necesita construir puentes para que el encuentro humano nos permita caer en un descubrimiento en los últimos, en el hermoso rostro del hermano, donde nos reconocemos y cuya presencia, un pecado sin palabras, reclama la necesidad de nuestro cuidado y solidaridad”. De ahí que los seguidores de Jesús, que “no tenía donde reclinar la cabeza” (Mt 8.20), no podamos dejar de seguir “al servicio de los crucificados de nuestro tiempo”.

Un mundo sin alma

En un mundo como el nuestro, en el que “subsiste la trata de personas, abundan las expresiones de xenofobia, la búsqueda egoísta del interés nacional o la desigualdad entre países y en el interior de los mismos”, donde “hemos maltratado y lastimado nuestra casa común” como nunca “en los dos últimos siglos”, al mismo tiempo, es un tiempo ideal “para generar creatividad apostólica” en clave de “hondura”.

Un reto que, a juicio del Papa jesuita, la Compañía de Jesús puede afrontar de un modo integral, siendo parte activa de “una verdadera revolución cultural”, nacida de “una transformación de nuestra mirada colectiva, de nuestras actitudes, de nuestros modos de percibirnos y de situarnos ante el mundo”.

En clave de discernimiento

En una clave muy jesuítica, Francisco ha apelado al discernimiento: “Algunos de vosotros y otros muchos jesuitas que os antecedieron pusieron en marcha obras de servicio a los más pobres; obras de de educación, de atención a los refugiados, de defensa de los derechos humanos o de servicios sociales en multitud de campos. Continuad con este empeño creativo, necesitado siempre de renovación en una sociedad de cambios acelerados. Ayudad a la Iglesia en el discernimiento que hoy también tenemos que hacer sobre nuestros apostolados”.

Por lo mismo, ha reivindicado el trabajo en red “entre vosotros y con otras organizaciones eclesiales y civiles, para tener una palabra en defensa de los más desfavorecidos en este mundo cada vez más globalizado. Con esa globalización que es esférica, que anula las identidades culturales, las identidades religiosas, las identidades personales, todo es igual. La verdadera globalización debe ser poliédrica, unirnos, pero cada uno conservando la propia peculiaridad”.

Con los mártires de la UCA

En este punto, Bergoglio ha tenido un recuerdo hacia los mártires de la UCA, entre los que figuraba Ignacio Ellacuría: “Celebramos este año el 30º aniversario del martirio de los jesuitas de la Universidad Centroamericana de El Salvador, que causó tanto dolor al P. Kolvenbach y que le movió a pedir la ayuda de todos los jesuitas en la Compañía. Muchos respondieron generosamente. La vida y la muerte de los mártires es un aliento en nuestro servicio a los últimos”.

“El apostolado social –ha concluido el Papa– está para resolver problemas, pero sobre todo para promover procesos y alentar esperanzas. Procesos que ayudan a crecer a las personas y a las comunidades, lo que les dará una mejor comprensión para desplegar sus capacidades y crear su propio futuro. (…) Trabajad por la verdadera esperanza cristiana. Compartid la esperanza allá donde os encontréis, para alentar, consolar, confortar y reanimar. Abrid el futuro, suscitad posibilidades, generad alternativas, ayudad a pensar y a actuar de un modo diverso. Sed obreros de la caridad y sembradores de esperanza. Caminad cantando y llorando; que las luchas y preocupaciones por la vida de los últimos y por la creación amenazada no os quiten el gozo de la esperanza”.

El testamento de Arrupe

El Papa ha concluido con una preciosa anécdota sobre el padre Arrupe: “En su testamento, allá en Tailandia, en el campo de refugiados, con los descartados, con todo lo que ese hombre tenía de simpatía, de padecer con esa gente, con esos jesuitas que estaban abriendo brecha en aquel momento en todo este apostolado, os pide una cosa: no dejéis la oración. Fue su testamento. Dejó Tailandia ese día y, en el avión, tuvo su ictus. Que esta estampita, que esta imagen, os acompañe siempre”.

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