“Como comunidades cristianas debemos plantearnos una pregunta. Si estos hermanos y hermanas han pagado ya la pena por el mal cometido, ¿por qué se pone sobre sus hombros un nuevo castigo social con el rechazo y la indiferencia?”. Esta es la pregunta que el papa Francisco se ha hecho hoy durante su audiencia con los participantes del Encuentro Internacional de Pastoral Penitenciaria.
Y es que, según sus palabras, “en muchas ocasiones, esta aversión social es un motivo más para exponerlos a reincidir en las propias faltas”.
El Papa ha afirmado que reza por “cada persona que, desde el silencio generoso, sirve a estos hermanos, reconociendo en ellos al Señor. Me congratulo con todas las iniciativas con las que, no sin dificultades, también se asiste pastoralmente a las familias de los detenidos y las acompañan en ese período de gran prueba, para que el Señor bendiga a todos”.
La ventana y las madres que hacen cola
Durante su alocución, Francisco ha hecho referencia a dos imágenes: la ventana y la madre que hace cola para ver a su hijo preso. En primer lugar, ha reconocido que “no se puede hablar de un ajuste de deuda con la sociedad en una cárcel sin ventanas. No hay una pena humana sin horizonte. Nadie puede cambiar de vida si no ve un horizonte. Y tantas veces estamos acostumbrados a tabicar las miras de nuestros reclusos”.
En segundo lugar, ha recordado cuando él iba a la Cárcel de Devoto, en Buenos Aires. Allí le llamaba la atención las colas. “Sobre todo la imagen de las madres, que las veía todo el mundo, porque estaban haciendo cola una hora antes de entrar y que después eran sometidas a las revisiones de seguridad, muchas veces humillantes. Esas mujeres no tenían vergüenza de que las viera todo el mundo. Mi hijo está allí y daban la cara por el hijo. Que la Iglesia aprenda maternalidad de estas mujeres y aprenda los gestos de maternalidad que tenemos que tener para con estos hermanos”, ha explicado.
Decisiones “deshumanas”
Por otro lado, Jorge Mario Bergoglio ha denunciado que “muchas veces, la sociedad, mediante decisiones legalistas y deshumanas justificadas en una supuesta búsqueda del bien y la seguridad, procura con el aislamiento y el encarcelamiento de quien actúa contra las normas sociales, la solución última a los problemas de la vida de comunidad. Y así se justifica que se destinen grandes cantidades de recursos públicos a reprimir a los infractores en vez de procurar verdaderamente la promoción de un desarrollo integral de las personas que reduzca las circunstancias que favorecen la realización de acciones ilícitas”.
Y ha añadido: “Es más fácil reprimir que educar, y yo diría, es más cómodo también. Es más fácil negar la injusticia presente en la sociedad y crear estos espacios para encerrar en el olvido a los infractores, que ofrecer la igualdad de oportunidades de desarrollo a todos los ciudadanos. Es un modo de descarte, ‘descarte educado'”.
Además, “no pocas veces los lugares de detención fracasan en el objetivo de promover los procesos de reinserción, sin duda alguna porque carecen de recursos suficientes que permitan atender los problemas sociales, psicológicos y familiares experimentados por las personas detenidas, así como por una frecuente superpoblación en las cárceles que las convierte en verdaderos lugares de despersonalización”, ha señalado. En cambio, “una verdadera reinserción social comienza garantizando oportunidades de desarrollo, educación, trabajos dignos, acceso a la salud…”, ha indicado.
Por último, ha reclamado que “hoy, de manera especial, nuestras sociedades están llamadas a superar la estigmatización de quien ha cometido un error, pues en vez de ofrecer la ayuda y los recursos adecuados para vivir una vida digna, nos hemos habituado a desechar. Muchas veces al salir de la prisión, la persona se encuentra a un mundo que le es ajeno, y que además no lo reconoce digno de confianza. Al impedir a las personas recuperar el pleno ejercicio de su dignidad, estas quedan nuevamente expuestas a los peligros que acompañan la falta de oportunidad de desarrollo”.