Ángela, Charo, Seve, Encarni y Amparo han cumplido su último deseo: saludar al papa Francisco. Los cinco mayores de la residencia de la Fundación Miranda de Barakaldo –cuyo presidente es el sacerdote Jokin Perea– viajaron el 23 de octubre a Roma para participar en la audiencia general. La Fundación comenzó hace tres años con el proyecto Último deseo, con el que buscan cumplir los sueños de sus residentes. Desde llevar a una mujer a una ermita que llevaba 60 años sin visitar a desplazarse hasta Madrid para apretar la mano al presidente del Gobierno. Y la última de sus hazañas ha sido ir al Vaticano.
“Tenemos el firme compromiso de proporcionar una cuidadosa atención a las necesidades espirituales de las personas que afrontan una enfermedad que genera sufrimiento o que se encuentran en el momento final de sus vidas”, explica a Vida Nueva Iván Llorente, psicólogo de la Fundación. Por ello, en Roma tenían el objetivo de “reforzar la identidad religiosa a través de una vivencia íntima y única”, reconoce a coro el equipo que acudió con los mayores a la cita en San Pedro.
Experiencia inolvidable para todos
“Misión cumplida, Dios mío”. Así se expresaba Charo al culminar la audiencia. Ella cumplía el sueño por partida doble, pues, inseparable de su fallecido hermano, siempre quisieron cumplir juntos esta vivencia. Mientras aguardaba la llegada del papamóvil, “miré al cielo y hablé con mi hermano”, recuerda emocionada. “Es un momento que viví con mucha ilusión”, relata Amparo.
El equipo del centro la define como una “cuidadora eterna de los demás, dedicando su vida entera a atender a su familia”. Por su parte, la idea de Encarni era pedirle al Papa su bendición para todos sus seres queridos. Aunque no pudo dirigirse a él, se siente en paz. “Su paz espiritual está ligada con su bienestar y salud emocional. Poder disfrutar de esta conexión con su identidad religiosa ha sido un apoyo para reconstruir su confianza”, dice Llorente.
Ángela cuenta reconfortada que nunca “podría haber imaginado que esto era posible”. Soñaba desde su juventud con hacer este viaje y rezar junto a su esposo en San Pedro. El único hombre del grupo es Seve. “Él mantiene una mirada abierta siempre en busca de ampliar sus horizontes. Sin embargo, esos ojos albergan lágrimas por él y por su esposa, recientemente fallecida”, indica Llorente. “Toda mi vida ha girado en torno al clero, con los salesianos, he sido monaguillo y he ayudado todo lo que he podido. Siento algo muy especial ahora mismo”, relata Seve.