Once horas y media de vuelo es un tiempo dilatado para poder hacer muchas cosas, como comer, dormir, ver películas, leer o comentar con los colegas las ultimas noticias. Pero, apenas entramos en el avión de Alitalia que nos iba a conducir a Bangkok, todos estábamos pendientes del momento en el que Francisco apareciera en la parte posterior del Airbus donde viajamos los periodistas.
Lo hizo poco después de las siete de la tarde (hora de Roma) y, muy pronto, nos dimos cuenta de que no tenía prisa y estaba de muy buen humor; primero, agradeció nuestra compañía y trabajo y, a renglón seguido, comenzó a saludarnos uno por uno a los 70 reporteros que le acompañamos en este su 32º viaje internacional, el cuarto al continente asiático.
Sin protocolo
Fue un batiburrillo de lenguas (aunque predominaron el italiano y el español), de abrazos, de entrega de libros, cartas y objetos diversos que el Papa confiaba a sus colaboradores; un intercambio afectuoso sin sombra de protocolo, muy cercano, con besos incluidos. Esta vez duró más de una hora.
Aunque el director de la Sala de Prensa, Matteo Bruni, nos había advertido de que no se trataba de una rueda de prensa, no faltaron algunas preguntas. Al periodista que quiso saber cuándo piensa viajar a su patria argentina, Bergoglio le respondió: “Eso pregúnteselo al Padre Eterno”.
Ánimo a Vida Nueva
Conmigo estuvo, como en ocasiones anteriores, cariñoso. Confirmó que lee con atención nuestra revista, recordándome dos recientes artículos que le habían gustado especialmente, y nos animó a seguir en nuestra línea de periodismo responsable.
La primera jornada de su estancia en Tailandia ha sido de obligado reposo. El recibimiento en Bangkok –más de ocho millones de habitantes– ha sido cordial y festivo; las calles por donde ha pasado la comitiva papal (por cierto, esta vez ha viajado en una berlina más lujosa de lo habitual en él) estaban engalanadas con banderas y retratos del Pontífice y más de una simpática reproducción plástica de su figura.