Veinte grados de diferencia en la temperatura y 4.600 kilómetros separan Bangkok de Tokio. Después de un vuelo de seis horas, Francisco ha aterrizado en el aeropuerto internacional de la capital nipona poco antes de las seis de la tarde (las diez de la mañana en España) de este sábado 23 de noviembre. Una fina lluvia y ráfagas de viento han “refrescado” la acogida al Papa, saludado al pie de la escalerilla del avión por el primer ministro, Shinzo Abe. Después de recibir los tibios aplausos de una muy reducida multitud, ambos han mantenido un breve encuentro a cuatro ojos.
Los veinte kilómetros que separan el aeropuerto de la Nunciatura Apostólica, situada en el elegante barrio de Chiyoda, los ha recorrido Bergoglio en una berlina de marca japonesa, naturalmente. En la sede de la representación diplomática de la Santa Sede en Japón se ha celebrado el primer acto de esta visita de solo tres días de duración. El Santo Padre se ha reunido con los treinta cardenales, arzobispos y obispos que componen la Conferencia Episcopal Japonesa; uno de ellos es el claretiano español Josep Maria Abella, obispo auxiliar de Osaka.
“Los japoneses tienen fama de ser muy trabajadores; por eso me han puesto a trabajar apenas he llegado a su país”, dijo entre sonrisas el Santo Padre antes de leer su discurso, pronunciado siempre en castellano. “No sé si sabrán –dijo–, pero desde joven sentía simpatía y cariño por estas tierras. Han pasado muchos años de aquel impulso misionero cuya realización se hizo esperar. Hoy el Señor me regala la oportunidad de estar entre ustedes como peregrino misionero tras los pasos de grandes testigos de la fe. Se cumplen 470 años de la llegada de san Francisco Javier al Japón, que marcó el comienzo de la difusión del cristianismo en esta tierra”.
Bergoglio aludía a la petición que hizo de ser mandado como misionero a Japón en su primeros años de pertenencia a la Compañía de Jesús. Petición que sus superiores no tuvieron en cuenta invocando su no brillante salud, puesto que ya había sido sometido a una intervención quirúrgica que le había extirpado la parte superior de su pulmón derecho.
Después de evocar las persecuciones que sufrieron los primeros católicos japoneses, rindió homenaje al hecho de que “la misión en estas tierras estuvo marcada por una fuerte búsqueda de inculturación y diálogo que permitió el desarrollo de nuevas modalidades independientes a las desarrolladas en Europa. Sabemos que, desde el inicio, se usaron escritos, el teatro, la música y todo tipo de medios, en su gran mayoría en idioma japonés. Este hecho demuestra el amor que los primeros misioneros sentían por estas tierras”.
También aludió al lema de su visita, ‘Proteger toda vida’, destacando que esta tarea y la de anunciar el Evangelio “no son cosas separadas ni contrapuestas: se reclaman y se necesitan. Ambas significan velar ante todo aquello que hoy pueda estar impidiendo en estas tierras el desarrollo integral de las personas”.
En algunos de sus discursos de estos días abordará sin duda problemas como la pena de muerte (en estos momentos hay 125 personas en el brazo de la muerte) o la cifra alarmante de suicidios, sobre todo entre los jóvenes.
Igualmente, ha evocado que mañana visitará Nagasaki e Hiroshima, “donde rezaré por las víctimas del bombardeo catastrófico de estas dos ciudades y me haré eco de vuestro llamamiento profético al desarme nuclear”. Lo hará mañana con toda solemnidad en el Parque de Nagasaki donde estalló el 9 de agosto de 1945 la terrible bomba atómica que se llevó por delante decenas de miles de vidas humanas.