Esta vez el Papa no ha podido ser más claro: su no a las armas nucleares (a su fabricación, posesión, venta y, por supuesto, uso) es total, absoluto, incondicional. Sus palabras no dejan lugar a dudas. Por eso, esta vez no caben las interpretaciones reductivas amparadas en frases tan ambiguas como “el Papa ha querido decir…” o “para entender lo que Francisco ha afirmado…”.
Su mensaje lo ha lanzado esta mañana desde Nagasaki, donde, el 9 de agosto de 1945, una bomba atómica de plutonio, sarcásticamente llamada “hombre gordo”, causó 40.000 muertes casi instantáneas y otras tantas o como efecto de la radiaciones; una tercera parte de la ciudad quedó arrasada y sus habitantes fueron “testigos de las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales de un ataque nuclear”.
La mañana era muy lluviosa y, por eso, en el Parque de la Paz la multitud no era excesivamente numerosa: algunos centenares cubiertos con amplios impermeables blancos y que reflejaban en sus rostros el “indescriptible horror sufrido en su propia carne por las víctimas y sus familias”. Fue una ceremonia bastante desangelada.
“Uno de los anhelos más profundos del corazón humano -comenzó diciendo Bergoglio- es el deseo de paz y estabilidad. La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada a este deseo; es más, parecen continuamente ponerlo a prueba. Nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo”.
El discurso alude a lo que en su momento fue definido como el “equilibrio del terror” y la disuasión nuclear que impedía los conflictos entre los cinco países que entonces poseían un arsenal de bombas atómicas: EE.UU, Rusia, el Reino Unido, Francia y China. A ellos hay que añadir hoy a otros mucho más peligrosos, como Corea del Norte, Irán o Pakistán.
“Por eso -dijo- es necesario romper la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente y que hace correr el riesgo de conducir al desmantelamiento de la arquitectura internacional de control de las armas. Estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas; este enfoque parece bastante incongruente en el contexto actual marcado por la interconexión y constituye una situación que reclama una urgente atención por parte de todos los líderes , así como dedicación”.
También ha expresdo una contundente condena de la carrera armamentista: “En el mundo de hoy –recalcó–, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”.
Y aquí evocó a sus predecesores, san Juan XXIII, que solicitó la prohibición de las armas atómicas, y san Pablo VI, que propuso la creación de un Fondo Mundial alimentado con una parte de los gastos militares para ayudar a los más desheredados.
Quiso, antes de finalizar, reafirmar su “convencimiento de que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario. (…) Es necesario considerar el impacto catastrófico de un uso desde el punto de vista humanitario y ambiental , renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad, impulsado por doctrinas nucleares”.
Como remate de su impresionante discurso, el Papa recitó la oración por la paz atribuida a san Francisco de Asís: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz”.