La segunda jornada del Papa en Japón, este domingo 24 de noviembre, va a estar marcada por su presencia en las dos primeras ciudades que sufrieron el horror de la bomba atómica: Hiroshima y Nagasaki. Francisco ha abrazado el dolor de los dos desgraciados hitos que marcaron el final de la II Guerra Mundial.
Tras volar a primera hora a Nagasaki, ha dirigido a los presentes un mensaje sobre las armas nucleares en el Atomic Bomb Hypocenter Park. “Este lugar -ha empezado- nos hace más conscientes del dolor y del horror que los seres humanos somos capaces de infringirnos. La cruz bombardeada y la estatua de Nuestra Señora, recientemente descubiertas en la Catedral de Nagasaki, nos recuerdan una vez más el indescriptible horror sufrido en su propia carne por las víctimas y sus familias”.
Lo que contrasta con la otra cara del hombre… “Uno de los anhelos más profundos del corazón humano es el deseo de paz y estabilidad. La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva no son la respuesta más acertada a este deseo; es más, parecen continuamente ponerlo a prueba”.
Algo que Bergoglio, además de abrazar las heridas de la Historia, trae a nuestro presente: “Nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo”.
“La paz y la estabilidad internacional -ha añadido- son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; solo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana”.
“Aquí, en esta ciudad -ha clamado-, que es testigo de las catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales de un ataque nuclear, serán siempre pocos todos los intentos de alzar nuestra voz contra la carrera armamentista. Esta desperdicia recursos valiosos que podrían, en cambio, utilizarse en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para la protección del ambiente natural. En el mundo de hoy, en el que millones de niños y familias viven en condiciones infrahumanas, el dinero que se gasta y las fortunas que se ganan en la fabricación, modernización, mantenimiento y venta de armas, cada vez más destructivas, son un atentado continuo que clama al cielo”.
Frente a ello, ha apelado a una utopía que no lo es, sino que es necesario encarnar hoy: “Un mundo en paz, libre de armas nucleares, es la aspiración de millones de hombres y mujeres en todas partes. Convertir este ideal en realidad requiere la participación de todos: las personas, las comunidades religiosas, la sociedad civil, los estados que poseen armas nucleares y aquellos que no las poseen, los sectores militares y privados, y las organizaciones internacionales. Nuestra respuesta a la amenaza de las armas nucleares debe ser colectiva y concertada, basada en la construcción ardua pero constante de una confianza mutua que rompa la dinámica de desconfianza actualmente prevaleciente”.
Volviendo a la Historia, ha recordado la emblemática encíclica que, en 1963, en plena Guerra Fría, escribió Juan XXIII, la ‘Pacem in terris’, donde este pedía la prohibición de las armas atómicas: “Una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca”.
Hoy, en cambio, “estamos presenciando una erosión del multilateralismo, aún más grave ante el desarrollo de las nuevas tecnologías de armas; este enfoque parece bastante incongruente en el contexto actual marcado por la interconexión, y constituye una situación que reclama una urgente atención por parte de todos los líderes, así como dedicación”.
Por su parte, la Iglesia “está irrevocablemente comprometida con la decisión de promover la paz entre los pueblos y las naciones. Es un deber al que se siente obligada ante Dios y ante todos los hombres y mujeres de esta tierra. Nunca podemos cansarnos de trabajar e insistir con celeridad en apoyo a los principales instrumentos jurídicos internacionales de desarme y no proliferación nuclear, incluido el Tratado sobre la prohibición de armas nucleares”.
Algo en lo que se ha comprometido especialmente la Iglesia nipona: “En julio pasado, los obispos de Japón lanzaron un llamado para la abolición de las armas nucleares” Además, cada agosto, los pastores locales celebran “un encuentro de oración de diez días por la paz”. Y es que “la oración, la búsqueda infatigable en la promoción de acuerdos, la insistencia en el diálogo, deben ser las ‘armas’ en las que pongamos nuestra confianza y también la fuente de inspiración de los esfuerzos para construir un mundo de justicia y solidaridad que brinde garantías reales para la paz”.
Con el convencimiento de que “un mundo sin armas nucleares es posible y necesario, pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo”. Es más, sería deseable “una reflexión seria sobre cómo todos esos recursos podrían ser utilizados, con referencia a la compleja y difícil implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y alcanzar así objetivos como el desarrollo humano integral”.
“Así lo sugirió -ha recordado- ya, en 1964, Pablo VI, cuando propuso ayudar a los más desheredados a través de un Fondo Mundial, alimentado con una parte de los gastos militares”.
Así, “nadie puede ser indiferente ante el dolor sufriente de millones de hombres y mujeres que hoy siguen golpeando a nuestras conciencias; nadie puede ser sordo ante el grito del hermano que desde su herida llama; nadie puede ser ciego ante las ruinas de una cultura incapaz de dialogar”.
El Papa ha cerrado su discurso con una emotiva oración atribuida a san Francisco de Asís y a la que ha invitado a sumarse a todos los presentes (aunque “sé que algunos de los aquí presentes no son católicos”). Dicha pregaria, dice así: “Señor, haz de mí un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor; donde haya ofensa, ponga yo perdón; donde haya duda, ponga yo fe; donde haya desesperación, ponga yo esperanza; donde haya tinieblas, ponga yo luz; donde haya tristeza, ponga yo alegría”.