Lo Bergoglio en la conferencia de prensa con los 70 periodistas de todo el mundo que hemos tenido la extraordinaria oportunidad de acompañarle en este su 32º viaje internacional, y cuarto a Asia. La visita a Hiroshima y Nagasaki el domingo 24 ha sido el momento culminante, que difícilmente olvidaremos. Las dos ciudades fueron bombardeadas el 6 y el 9 de agosto de 1945 con dos bombas atómicas. Las explosiones produjeron además una devastación total y quedaron completamente destruidos una tercera parte de sus edificios. Hoy, 74 años más tarde, han sido reconstruidas totalmente y son dos florecientes ciudades: Nagasaki, con 400.000 habitantes, e Hiroshima, con 1.200.000.
Poco después de las nueve de la mañana llegó al llamado Parque de la Paz, donde se encuentra el epicentro de la explosión de la bomba atómica. El tiempo era desapacible; llovía sin parar desde horas antes de la llegada del Papa y hacía frío. Los centenares de personas que allí se habían congregado se habían cubierto con largos impermeables blancos, que les daban un aspecto fantasmal.
Y comenzó a leer en castellano su mensaje, simultáneamente traducido al japonés a través de una pantalla gigante. No es la primera vez que el Papa ha hablado sobre este tema, pero, esta vez, su no a las armas nucleares, a su fabricación, posesión, modernización, venta y, por supuesto, su uso no ha podido ser más claro y rotundo. “La posesión de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva –dijo– no son la respuesta más acertada al deseo de paz y estabilidad del corazón humano; es más, parecen continuamente ponerlo a prueba”.
La segunda andanada la dirigió contra la carrera armamentista, que ha alcanzado proporciones de auténtica locura; se calcula que, en estos momentos, existen unas 9.000 armas nucleares, incluidas las llamadas de largo alcance, y que están desplegadas por todo el planeta a bordo de submarinos, portaviones y bombarderos estratégicos.
Francisco reivindicó después que “un mundo sin armas nucleares es posible y necesario; pido a los líderes políticos que no se olviden de que las mismas no nos defienden de las amenazas a la seguridad nacional e internacional de nuestro tiempo. Es necesario considerar el impacto catastrófico de su uso desde el punto de vista humanitario y ambiental, renunciando al fortalecimiento de un clima de miedo, desconfianza y hostilidad impulsado por doctrinas nucleares”.
Horas más tarde, llegó a Hiroshima para presidir el Encuentro por la Paz, que tuvo lugar en el Parque de la Memoria de la Paz. Allí se habían congregado los líderes de las 20 religiones presentes en Japón, de modo especial, el sintoísmo y el budismo; en otro lado de la plataforma, se encontraban algunos representantes de los supervivientes, hombres y mujeres ya ancianos, pero dotados de una extraordinaria dignidad. A todos y a cada uno de ellos les saludó Bergoglio, protagonizando momentos de intensa y comprensible emoción.
Sentimientos que se adueñaron de todos los presentes al escuchar el testimonio de Yoshiko Jajimoto, de 88 años, relatando su experiencia de la tragedia. “Por la calle –narró– me encontré con personas que caminaban como fantasmas, personas cuyos cuerpos estaban tan calcinados que no podía distinguir si eran hombres o mujeres, con los cabellos erizados, los rostros hinchados, los labios destrozados, la piel quemada que se despegaba del cuerpo. Nadie en este mundo ha podido imaginar una escena tan infernal como esta. Hiroshima se había convertido en un gigantesco horno crematorio”.
Ya antes de las palabras del Papa, se hizo un absoluto silencio en toda la plaza y se escuchó el fúnebre sonido de la campana, mientras los presentes hacían en silencio su oración por la paz en el mundo. El Papa regresó a Tokio ese día ¡a las once de la noche!, tras una de las jornadas más intensas de su pontificado.