Si hay una persona que conoce bien lo que es Japón y lo que ha significado la visita del Papa, ese es el claretiano español Josep Maria Abella, quien acumula allí 45 años como misionero y quien ayuda a pastorear una comunidad tan importante como la Archidiócesis de Osaka, de la que es obispo auxiliar desde el pasado año.
PREGUNTA.- ¿Qué Japón se ha encontrado en 2019 el papa Francisco, quien, en el inicio de su vocación como jesuita, siempre soñó ser allí misionero?
RESPUESTA.- Con un Japón de 126 millones de habitantes, una organización social sólida, una estructura económica consistente y una red educativa muy bien organizada. Pero, también, con una sociedad que acusa el cansancio de tantos sacrificios asumidos para garantizar un futuro de bienestar, sobre todo económico. Este cansancio se manifiesta en los muchos ancianos que viven solos o en los jóvenes que no encuentran unos ideales que les hagan sentir que vale la pena vivir, registrándose un alto número de suicidio. El Papa nos preguntó sobre este tema el año pasado cuando fuimos a visitarle para preparar el viaje. Además, aumentan las familias que experimentan dificultades para llegar a fin de mes.
A nivel de fe, aquí se respeta el hecho religioso e incluso se admira a quienes viven la dimensión religiosa de la vida en profundidad. Pero también se va infiltrando con mucha fuerza la secularización que hemos visto en otras partes del mundo. Hay una dicotomía entre la fe y la vida, como si la dimensión religiosa se limitara a conservar algunas tradiciones o ritos. Pero descubrimos también, como en muchas otras partes, búsqueda de espiritualidad, de algo que dé un horizonte más positivo a la vida.
También es un país mucho más plural en su configuración social. A pesar de las muchas limitaciones que el Gobierno pone para la acogida de emigrantes, han llegado muchas personas provenientes de otros países de Asia, pero también de América latina y de otras partes. Japón, a causa del envejecimiento de su población, necesita mano de obra. La inmigración la ofrece, aunque, con demasiada frecuencia, los emigrantes sufren distintos tipos de discriminación o marginalidad. Yo soy coordinador de la Pastoral Social de la Diócesis de Osaka y nos encontramos con muchos casos de inmigrantes que viven con una gran precariedad, ya sea por las políticas restrictivas y discriminatorias, ya sea por la falta de protección frente a problemas de tipo laboral u de otro tipo.
Además, aquí la gran mayoría vive profundamente preocupada por la paz y procura mantener viva la memoria de los tremendos sufrimientos ocasionados por la guerra, que ellos vivieron en primera persona de un modo muy especial.
Silencio orante
P.- ¿Qué deja Bergoglio en el alma japonesa, tanto en sus mensajes como en sus acciones, quedando para la Historia su silencio orante en Hiroshima y Nagasaki?
R.- Su silencio orante en Nagasaki y Hiroshima constituyó un signo de la actitud necesaria para que el esfuerzo para construir un mundo en paz dé sus frutos: reconocimiento de la responsabilidad de todos y cada uno en relación a estos hechos horrendos que traen tanta destrucción y muerte; memoria permanente de quienes fueron víctimas de estos hechos; humilde e insistente oración que nos ayude a superar en cada uno y en todas las comunidades aquellos factores que socavan un compromiso sincero para construir la paz.
El Papa insistió en el diálogo y el respeto mutuo como único camino viable hacia la paz. Denunció con fuerza los ingentes gastos que supone la carrera armamentística y lo que podrían significar si se destinaran a solucionar los problemas de las desigualdades en nuestro mundo. Insistió en que todos los gobiernos asuman el tratado sobre la prohibición de las armas nucleares, que el Gobierno japonés no ha firmado todavía, y enfatizó que un mundo sin armas nucleares es posible y necesario.
Sus palabras en el Parque de la Paz de Hiroshima serán un nuevo reclamo a repensar las actitudes personales y la posición de los estados ante el tema de las armas nucleares. El Papa no solo reafirmó su posición sobre la inmoralidad del uso de las armas nucleares, sino que definió, también, como inmoral la posesión de este tipo de armamento. Creo que son unas palabras que van a provocar reacciones diversas, pero que, definitivamente, obligarán a repensar muchas posiciones y actitudes ante este tema tan crucial para la historia de la humanidad.
El Papa se preguntaba cómo es posible hablar de paz de una forma creíble mientras estamos empeñados en construir estas armas de destrucción masiva. Creo que son mensajes que van tocar la conciencia de muchas personas en Japón. Serán un nuevo aliento para quienes trabajan por la paz, sobre todo para quienes padecieron en carne propia las consecuencias de los ataques atómicos y han estado luchando por la paz y la abolición de las armas nucleares desde aquel momento. Serán también un cuestionamiento para muchos que siguen pensando que la posesión de este tipo de armas es garantía de paz y seguridad.
A los representantes del Gobierno y el cuerpo diplomático les habló sobre la importancia de la cultura del encuentro y de la necesidad de crear espacios de diálogo para la solución de los conflictos. El respeto y el diálogo son las únicas armas capaces de garantizar un futuro en paz para la humanidad.
Francisco dejará también en el alma de los japoneses el calor de su cercanía y sencillez y el testimonio de su profunda convicción de que vale la pena seguir trabajando por un mundo más justo y más pacífico. Creo que su actitud va a ayudar a comprender mejor por qué la fe es importante en este camino. Los mensajes del Papa en Nagasaki y Hiroshima son proclamación del Evangelio.
P.- ¿Cómo ha acogido el abrazo del Papa la comunidad cristiana que usted pastorea en Osaka?
R.- Organizamos conferencias y mesas redondas que dieran a conocer su figura y su mensaje, y se tuvieron diversos momentos de oración para situar en nuestro camino de fe y de comunidad evangelizadora este momento tan especial que Dios nos iba a regalar. En un país donde la Iglesia es tan minoritaria, ha sido muy notable el tratamiento que los medios han dado a la visita. Las palabras del Papa sobre la paz, el desarme nuclear y la justicia fueron repetidas y analizadas una y otra vez. Al mismo tiempo, se ofrecieron diversos reportajes sobre la historia de la Iglesia católica en Japón y sobre su situación en el mundo.
Para nuestra pequeña comunidad cristiana, todo esto significa un respaldo importante. Y un gran desafío, porque nos va a exigir asumir el mensaje del Papa y darle operatividad en nuestras programaciones pastorales. Tocará repasar sus mensajes. Habrá personas a quienes les va a costar asumir ciertos planteamientos en torno a la justicia o la apertura a los inmigrantes, pero la mayoría los asumirá positivamente.
Inculturación
P.- ¿Considera que la Iglesia, en general, está sabiendo inculturarse en esta sociedad?
R.- Ya en Tailandia, el Papa insistió en que hemos de hablar el “lenguaje” del pueblo, que es mucho más que “traducir” documentos. Se trata de repensar la fe desde la vida concreta de las personas en cada sociedad y contexto cultural. Escuchar primero las preguntas, para acompañar la búsqueda de respuestas. Nosotros lo hacemos desde el Evangelio que nos ha sido dado. Digo “acompañar” en la búsqueda, no “dar” respuestas. Si partimos de ahí, la inculturación surge poco a poco en el caminar de las comunidades cristianas.
Existe todavía demasiada preocupación por la transmisión exacta de conceptos y preceptos. No podemos partir del Catecismo e ir explicando sus números. Hay que partir de la vida de las personas y de la situación de los pueblos, de sus alegrías, interrogantes y problemas, para buscar, en la Palabra y en la Tradición de la Iglesia, la luz que ilumine el camino. La inculturación tiene lugar en este proceso. Exige escucha y atención a la cultura, así como una experiencia profunda de fe y mucha libertad.
Algunos ven todavía el cristianismo como una religión “extranjera”, pero creo que cada vez hay más personas que nos sienten cercanos. La visita del Papa y su lenguaje sencillo y comprensible nos ayudarán en este aspecto.
P.- ¿Qué le aporta, en su vocación como religioso y en la vivencia personal, el acompañamiento a los cristianos de Osaka?
R.- Ante todo, la exigencia de centrarme en lo esencial. Ha sido un regalo desde el día que llegué a Japón, hace ya más de 45 años. El encuentro con una cultura tan diversa, sin referencias a las tradiciones cristianas, te cuestiona profundamente tu modo de entender y vivir la fe. Encontrarte con personas que han vivido su relación con Dios a través de otras mediaciones y ver que esto les ha llenado de sentido y les ha llevado a construir comunión y a vivir con esperanza, abre nuevos horizontes en la comprensión de la paternidad de Dios, que se experimenta mucho más universal e inclusiva.
Siento cierta resistencia cuando, en el ritual del bautismo de adultos, se le dice a la persona que se bautiza que ha sido hecha “hijo de Dios”. ¿Es que no lo era antes? Siempre les digo que, al bautizarse, “reconocen” con profundo gozo y alegría esta filiación, que existe desde siempre, y “reciben la gracia” para vivirla concretamente en las distintas dimensiones de su vida. Uno se va dando cuenta de cosas como esta y se amplían los horizontes.
El contacto con las tradiciones religiosas del budismo y sintoísmo ayudan a descubrir aspectos que quedaban relegados a un segundo plano, o simplemente olvidados, en el propio camino de fe. En Japón, fuera de algunas áreas geográficas determinadas, no es muy frecuente encontrar familias en las que todos sean cristianos. Pertenecen a distintas tradiciones religiosas. Por ello, se hace necesaria una pastoral bastante personalizada. En una situación de minoría, el único aval de credibilidad que tiene la Iglesia es su testimonio de vida.
Punto de inflexión
P.- ¿La visita papal va a marcar un punto de inflexión en la presencia de la Iglesia en este país?
R.- No sé si puede magnificarse hasta este punto la visita de tres días del Papa, pero, ciertamente, va a obligarnos a replantearnos nuestro modo de ser Iglesia en medio de esta sociedad. Nos ayudará a revisar los temas nucleares que debemos asumir y el modo de hacerlo. Nos va exigir profundizar el camino de “salida” hacia las periferias de las que habla tan frecuentemente. También, nos ayudará a vivir de una forma más abierta y decidida la universalidad de la Iglesia, tanto dentro de nuestras mismas comunidades cristianas, cada vez más pluriculturales, como en nuestra relación las Iglesias hermanas de Asia y del resto del mundo.
Puede ser que algunas personas se acerquen a nuestras comunidades cristianas por primera vez, movidas por el testimonio del Papa. Algo así aconteció después de la visita de Juan Pablo II en 1981. Nos tenemos que preparar para ofrecerles una acogida cálida y generosa y para saber acompañarlas en su camino de búsqueda. Nos pedirán que compartamos nuestra fe con ellos, y esto exige, antes que todo, profundizarla. Es un desafío importante.
Por otra parte, los mensajes del Papa en Nagasaki y Hiroshima van a exigir un nuevo esfuerzo de reflexión y el compromiso por construir un consenso más sólido en torno a estos puntos en el seno de las mismas comunidades cristianas.
En su encuentro con los jóvenes, les quiso animar a buscar horizontes más amplios en la vida. Insistió en la necesidad de saber acoger al otro y crear una solidaridad fuerte entre quienes han nacido en contextos culturales diversos. De hecho, uno de los jóvenes que compartió su experiencia era inmigrante, hijo de inmigrantes. Él contó el doloroso camino que le tocó recorrer al no sentirse aceptado ni querido por sus compañeros en la escuela y por la sociedad. El Papa animó a los jóvenes a abrirse a nuevos horizontes y a nuevas relaciones y les dijo que esto los va a llevar también al encuentro con Dios.
Finalmente, a quienes vivimos en una sociedad eficacista y que, con frecuencia, mide el valor de las cosas por la ganancia que puedan generar, nos va a hacer bien su llamada a elegir una forma de vida humilde y austera que dé cuenta de las urgencias que estamos llamados a encarar.
La estela de Francisco Javier
P.- ¿Qué queda en Japón de la audacia que un día, hace ya cinco siglos, encarnaron misioneros como Francisco Javier? ¿Sigue encendida su llama en la minoría cristiana y en los misioneros que siguen llegando al país?
R.- No llegamos a la talla de aquellos misioneros. De todos modos, los tiempos han cambiado y hay que encontrar nuevas motivaciones misioneras. Con frecuencia, no nos sirven algunas de las que movieron a aquellos antiguos misioneros que llegaron a Japón para salvar las almas de los japoneses. Las motivaciones, sin embargo, las encontramos en las mismas fuentes en que las encontraron nuestros predecesores en la misión: en la Palabra de Dios, en una mirada atenta a la realidad y en el encuentro cotidiano con las personas, cuando nos acercamos a ellas con la misma actitud compasiva de Jesús.
En la Diócesis de Osaka hemos comentado muchas veces que lo que necesitamos ahora es profundizar la experiencia de fe y no tener miedo de salir a las periferias. Dejarnos interpelar por las situaciones de quienes ansían liberación nos acerca a Jesús y nos permite comprender mejor el mensaje del Evangelio.
Siguen llegando misioneros, ahora desde Asia y África, fundamentalmente. Ellos y ellas deben asumir la riqueza de la nueva cultura con que se encuentran, y, sobre todo, amar de todo corazón a las personas a las que han sido enviados. Este es el único camino válido para la misión.