El lunes 2 de diciembre, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) reveló que casi cuatro de cada diez estudiantes mexicanos de 15 años no tienen el nivel mínimo de competencia en matemáticas, lectura y ciencia, y que entre cinco y seis estudiantes que se gradúan de secundaria no están listos para ser competitivos en preparatoria.
Ante este dato, el vicepresidente de la Confederación Nacional de Escuelas Particulares (CNEP), Mario Lugo Delgadillo, lamentó el hecho, pero llamó a no quedarse con una visión superficial, sino a hacer un análisis más completo, pues si bien la prueba tiene su valor, también tienen debilidades, pues no responden a criterios contextualizados, y por lo tanto, los números esconden problemáticas de fondo.
Para Lugo Delgadillo, el problema de la educación en México responde a una serie de elementos multicausales y que se relacionan unos con otros, uno de ellos –dice- es la poca integración del sistema educativo nacional. “Es decir, las deficiencias que nosotros notamos en preparatoria, son consecuencia de deficiencias que se vienen arrastrando desde secundaria, primaria y preescolar”.
Otra razón es el poco seguimiento que se les da a las políticas educativas, pues de 1993 a la fecha –explica– ha habido una serie de reformas educativas que no nos han permitido dar seguimiento a los objetivos y programas, pues toda la cuestión educativa está supeditada a los cambios de gobierno.
Y añade otra causal: “más de la mitad de las personas en nuestro país viven en situación de pobreza y vulnerabilidad, lo que genera poco aprovechamiento del sistema educativo nacional. “Las instituciones, sobre todo en los estados con alta marginación, tienen su infraestructura educativa muy deteriorada y por lo tanto, la pobreza incide en la evaluación tan baja que arroja esta prueba de PISA”.
Para el vicepresidente de la CNEP, el hecho de tener una mala evaluación en la Prueba de PISA no es culpa de los profesores, sino que estos son fruto de un sistema educativo nacional que no está integrado y que tiene serias deficiencias. “No debemos echarle la culpa a los maestros, pero sí reconocer las debilidades de formación que tienen y que ofrecen a nuestros hijos”.
“En México educamos con programas más o menos estructurados en escuelas del siglo XIX, con maestros del siglo XX, para realidades del siglo XXI. Hay atrasos en los procedimientos pedagógicos para lograr, más allá de conocimientos, habilidades, y desarrollar las capacidades que se requieren para vivir hoy en día”, dijo.
El hecho de no dejar madurar los programas educativos por cuestiones políticas también provoca la falta de capacitación de los maestros, pues “acabamos de terminar una serie de capacitaciones conforme a un modelo educativo, y de pronto cambiamos de sexenio, y ya tenemos otro modelo educativo. Así han sido los últimos diez años.
Y sobre el hecho de que entre cinco y seis estudiantes que se gradúan de secundaria no están listos para ser competitivos en preparatoria, advirtió: “las consecuencias son grandes porque si consideramos que el derecho a la educación nos habilita para vivir otros derechos, el hecho de que tengamos una educación deficiente va a generar ciudadanos deficientes, sociedades deficientes, etcétera.
En ese sentido –añadió– no es sólo el hecho de las deficiencias que se van arrastrando en lo académico, sino que “lo más problemático es que se da una vulnerabilidad en términos de democracia, derechos sociales, políticos y económicos, habilidades para funcionar en una sociedad tan compleja como la actual. Creo que es un dato preocupante”.
Mario Lugo consideró que la escuela católica tiene un papel relevante, pero debe recuperar su tradición educativa. “Si nos vamos a la historia previa a la construcción de México como nación, podemos observar cómo las órdenes educativas consolidaron el estado moderno mexicano: jesuitas, franciscanos, dominicos fueron los artífices de un sistema educativo que logró unificar a los diferentes estratos sociales.
Y añadió: “Los retos para las escuelas católicas son dos: por un lado recuperar la tradición educativa y la relevancia que tenemos en la construcción de una sociedad democrática, con paz y justicia; y el segundo, reflexionar de forma creativa de qué manera se puede contribuir a esa construcción porque no podemos responder a los retos actuales con estrategias que funcionaron en otros tiempos.