Siguiendo una tradición que comenzó hace 165 años con el papa Pío IX, que había proclamado tres años antes el dogma de la Inmaculada Concepción, y que envió flores el monumento que había mandado erigir en su honor, el papa Francisco ha rendido esta tarde homenaje a la Virgen frente al histórico monumento instalado en un plaza adyacente a la siempre muy concurrida Piazza di Spagna, frente a la Embajada española cerca de la Santa Sede.
Y, además, siguiendo en este caso la tradición que instauró hace 61 años el papa Juan XXIII, Jorge Mario Bergoglio, al igual que otros predecesores en la silla de Pedro, ha rendido visita a la Basílica de Santa Maria Maggiore para rezar ante la imagen del ‘Salus Populi Romani’.
Y siguiendo la propia tradición instaurada por el pontífice argentino, Francisco recitó una oración compuesta por él mismo en la que, ante la Madre de Dios, quiso recordar que “no estamos hechos para el mal”. “Tú, Madre, recuérdanos que sí, somos pecadores, ¡pero ya no somos esclavos del pecado! Tu hijo, con su sacrificio, rompió el dominio del mal, ganó el mundo. Esto le dice a tu corazón a todas las generaciones”, oró el Papa, quien subrayó ante el monumento a la Inmaculada que “nos recuerdas que no es lo mismo ser pecadores y ser corruptos: es muy diferente”.
Caer, arrepentirse y levantarse
“Una cosa es caer, pero luego arrepentirse, confesarlo, y levantarte de nuevo con la ayuda de la misericordia de Dios. Otra cosa es la connivencia hipócrita con el mal, la corrupción del corazón, que es impecable por fuera, pero por dentro está lleno de malas intenciones y mezquino egoísmo”, recitó Francisco.
“Cuánto necesitamos ser liberados ¡de la corrupción del corazón, que es el peligro más grave! Esto nos parece imposible, somos tan adictos, y en cambio está a la mano”, enfatizó el Papa, para lo cual invitó a “mirar hacia arriba, a la sonrisa de tu madre, a tu belleza virgen, volver a sentir que no estamos hechos para el mal, sino para el bien, para el amor”.
Por ello, Francisco, encomendé a la Virgen María “a todos los que, en esta ciudad y en todo el mundo están oprimidos por la desconfianza del desánimo ante el pecado; a aquellos que piensan que para ellos no hay más esperanza, que sus faltas son demasiadas y demasiado grandes y que Dios no tiene tiempo que perder con ellos”.
Pequeños gestos y grandes elecciones
“Te los confío –añadió el Papa– porque no eres solo una madre y como tal nunca dejas de amar a tus hijos, sino que también eres la Inmaculada, llena de gracia, y puedes reflexionar directamente en la oscuridad más profunda”.
Po ello, en este segundo domingo de Adviento, Francisco invitó a fijarse en ese “rayo de luz” que es Cristo resucitado”, que “rompe las cadenas del mal, libera de las adicciones más implacables, disuelve de los lazos más criminales y suaviza los corazones más endurecidos”. Cuando esto sucede, añadió, “¡cómo cambia la faz de la ciudad! En pequeños gestos y en grandes elecciones, los círculos viciosos se vuelven virtuosos poco a poco, la calidad de vida mejora y el clima social más transpirable”.
Tras finalizar su oración, el Papa saludó a la multitud que le acompañaba, deteniéndose especialmente con los enfermos. Antes de montar en el vehículo que le trasladaría de nuevo al Vaticano, tres miembros de la Guardia Civil que prestan servicio en la legación diplomática española, se acercaron a él y le hicieron entrega de un tricornio, que Francisco agradeció poniéndoselo durante unos instantes.