“El martirio de Santiago se dio cuando estábamos en el Escolasticado, en febrero de 1982 y, por lo menos para mí, marcó un horizonte de sentido al cual he querido ser fiel en mi discurso y, con mil incoherencias, en mi vida”. Así recuerda el hermano Carlos Gómez Restrepo, provincial del Distrito Lasallista de Bogotá, los trágicos hechos de aquel 13 de febrero, cuando “los ‘escuadrones de la muerte’ de [Efraín] Ríos Montt, lo acribillaron cuando reparaba una venta en las afueras del internado indígena de Huehuetenango“, en Guatemala.
La beatificación de James Miller –como era su nombre de pila– tuvo lugar el sábado 7 de diciembre en la misma ciudad donde entregó su vida. En aquellos años de dictadura militar hacía parte de una Iglesia “perseguida a causa de su opción por los pobres y los oprimidos“, como él mismo reconocía en una carta enviada a su familia, en la que también afirmaba que “la población indígena de Guatemala, indefensa entre el ejército regular y las fuerzas rebeldes que operan en el país, está sufriendo las peores consecuencias de esta situación”.
Que otro hermano lasallista sea elevado a los altares –sumándose a los santos Juan Bautista De La Salle, Miguel Febres Cordero, Muciano-María Wiaux, Jaime Hilario Barbal, y los mártires de Turón, lo mismo que a los beatos Escubilion Rousseau, Arnoldo Rèche, Raphael Louis Rafiringa, y los mártires de Rochefort, Valencia, Almería y de España–, representa un momento emocionante en la tricentenario historia del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Fuente de inspiración
En esta ocasión, se trata de un mártir “que dio la vida en nuestra América Latina“, ha dicho el Hno. Carlos Gómez, subrayando que “su vida y su martirio son fuentes de inspiración y también una ocasión rica y propicia para reflexionar nuestra propia misión, la fertilidad de nuestra vida, las nuevas fronteras, los desafíos de la realidad, el compromiso del Instituto”.
Aunque el actual superior del Distrito Lasallista de Bogotá no conoció personalmente al Hno. Santiago Miller, indirectamente ha podido palpar de cerca su testimonio en varios momentos de su vida. “El buen Dios me dio la oportunidad de vivir en la comunidad de Cretin con su biógrafo y quizás el hermano que mejor lo conoció, Theodore Drahmann”. En esta comunidad, incluso, ocupó durante tres años la habitación donde vivió el mártir.
“También tuve la posibilidad de haber conversado un par de veces con el hermano Cyril Litecky –otrora Visitador del Distrito de Minneapolis-Saint Paul– en épocas del asesinato de James; pude visitar su tumba en el Cementerio Ellis, en Winsconsin y saludar a su hermana Margaret. Asimismo, en varias ocasiones hablamos con el Hno. Álvaro Rodríguez, Visitador en Guatemala en el momento, quien, además, me dejó ver y tocar la franela que Santiago vestía cuando le dispararon”. Para el Hno. Carlos Gómez, estas experiencias, más allá de lo anecdótico, son “un regalo de Dios que me permitió conectarme mejor con su vida y su persona“.
“Lo nuestro se juega en el servicio educativo a los pobres”
La sangre martirial del Hno. Santiago, lo mismo que la de otros centroamericanos como el jesuita Rutilio Grande y monseñor Óscar Arnulfo Romero, no solamente le permitieron reconocer “el valor de la misión de la Iglesia y del Instituto en América Latina”, sino que ha reforzado una idea que lo ha acompañado toda la vida: “lo nuestro se juega en el servicio educativo a los pobres”.
Al nuevo beato lo considera “un hombre normal, joven inquieto, gringo del común, pero un hermano que sentía que su misión estaba más en las tierras centroamericanas que en su natal país“.
Aunque Miller trabajó varios años en Cretin High School, en Minnesota, desde muy joven descubrió su vocación misionera en Nicaragua –donde los Distritos lasallistas de Winona y St. Louis aportaban una significativa cuota de hermanos–, dedicando buenos años de su vida a en escuelas populares para niños campesinos.
Dar la vida sin condiciones
El religioso norteamericano “regresó un par de años a los Estados Unidos a procesos de formación permanente, pero su corazón estaba en el Sur“, asevera el Hno. Carlos, recordando que en ese tiempo Miller “escribió a Martín Spellman, un hermano de Filadelfia, quien fungía como coordinador de los hermanos en Centroamérica: ‘… no es un secreto para nadie que estoy ansioso de regresar a América Latina… Espero que tú puedas procurarme un puesto en Guatemala. Estoy ansioso de darles una mano en Guatemala. Me siento atraído particularmente por la escuela para los indígenas… no pongo ninguna condición para mi ida a Guatemala’”.
Desde finales de 1981 Santiago Miller regresó a Guatemala, y cumplió su sueño de servir a los indígenas en Huehuetenango.
Su ejemplo y el de otros lasallistas que dieron su vida por amor a los pobres fue evocado hace una semana, durante la Eucaristía de clausura del Año Jubilar Lasallista en Roma. Así lo vivió el Hno. Carlos Gómez: “me quedé un buen rato frente al altar de los mártires lasallistas: cuánta luz y poder se siente junto a estos hombres que ofrecieron la vida en holocausto: toda, enteramente y sin rapiñas“.
La misión continúa. Ante la gesta, compromiso y martirio de Santiago Miller, el Provincial de los lasallistas en Bogotá desea “que su sacrificio redunde en acrecentar nuestra pasión y en dar la vida ‘enteramente’ en el servicio educativo de los pobres, así no nos toque dar la sangre en el martirio, pero sí la vida entera al servicio de los demás“.