Francisco está convencido de que los seminarios tienen que ser casa de oración, de estudio y de comunión. Es la hoja de ruta que ha marcado hoy a la fundación del Pontificio Seminario Regional Flaminio de Bolonia, que ha cumplido cien años y con quienes ha compartido audiencia.
El Papa considera que la etapa del seminario es “un viaje formativo serio” por lo que resulta imprescindible que los presbíteros del mañana tengan un “encuentro con Jesús en la cara y en la carne de los pobres”, además de en el silencio y en la oración.
En esta misma línea, planteó educarles en “una fe viva, una fe consciente, llamada a convertirse en la fe del pastor” que esté “libre de toda autorreferencialidad”, en el marco del conocimiento científico y sapiencial. Para ello, además del trabajo personal, llamó a los seminarios a promover el estudio en grupo.
Un sabor especial
“Estudiamos juntos para una misión común, y esto le da un “sabor” muy especial al aprendizaje de las Sagradas Escrituras, la teología, la historia de derecho y de toda disciplina”, apreció el Pontífice. Así, presentó la fraternidad como el principal valor a cultivar en los seminarios.
Solo así, considera Francisco, podrán forjarse en un futuro como sacerdotes que sepan alentar a los cristianos “expuestos al viento frío de la incertidumbre religiosa o la indiferencia”. Algo que solo es posible si entre el feligrés y el sacerdote se promueve una fe que “se cultiva sobre todo en la relación personal, de corazón a corazón, con la persona de Jesucristo”.
El papel del obispo
A partir de ahí, el Papa también recordó cómo el sacerdote diocesano está llamado a vivir cerca de Dios, cerca del obispo –“sin el obispo, la Iglesia no va”, apostilló-, cerca de los demás sacerdotes y cerca del pueblo de Dios.
“Si falta uno de estos, el sacerdote no trabajará y lentamente se deslizará en la perversión del clericalismo o en actitudes rígidas”, remarcó, a la vez que denunció que “donde hay clericalismo hay corrupción, y donde hay rigidez, bajo rigidez, hay serios problemas”.