‘Mujeres sacerdotes, ya es hora’. Con este sugerente titular presenta la ex ministra de Defensa del Gobierno de Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal, su artículo dominical en la revista femenina Yo Dona –El Mundo–. “Hace 15 días Yo Dona publicaba su lista de las 500 españolas más influyentes en los distintos ámbitos. En la cultura, las ciencias, la política, el mundo empresarial, el financiero…, no había ninguna mujer reconocida como destacada en el ámbito religioso. Y no es de extrañar, los estamentos religiosos, mucho más conservadores que el resto, no la consideran como parte fundamental para dirigir, pensar o decidir, sí para ejecutar, ayudar y funcionar”, denuncia.
La política, reconocida católica, se traslada al Sínodo para la Amazonía, celebrado en octubre en el Vaticano. Según explica, “los obispos propusieron al papa Francisco que hombres casados idóneos y reconocidos puedan ser ordenados sacerdotes en áreas remotas de la región amazónica para hacer frente a la falta de vocaciones. Esta propuesta solo afectaría a zonas muy aisladas del Amazonas, donde se está produciendo una sangría de fieles a las iglesias evangélicas, entre otras razones, por esta cuestión. Se teme que si esta decisión es adoptada por el Pontífice, se pondrá en duda el celibato eclesiástico, que no es un dogma de la Iglesia sino una regla o costumbre”.
Siguiendo su recorrido por la asamblea sinodal, Cospedal recuerda también que “se habló de la posibilidad de ampliar ‘los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia’ y durante los debates se planteó la necesidad de estudiar el diaconado femenino (el primer nivel sacerdotal, que permite celebrar bautismos y matrimonios) con el argumento de que esta posibilidad existía en la Iglesia primitiva. Francisco se ha comprometido a estudiarlo. De las 35 mujeres que participaron en el Sínodo (18 de ellas monjas), ninguna tuvo derecho a votar el documento; no ocurrió lo mismo con los representantes de congregaciones religiosas masculinas, que desde el año pasado ya pueden votar en los sínodos, al igual que los obispos”.
Cospedal reconoce “sorpresa” por muchas cuestiones relacionadas con la Iglesia, pero se detiene en tres: “Que ni por asomo se considere que el problema de la falta de vocaciones se puede resolver permitiendo la ordenación de mujeres sacerdotes, que antes de eso se plantee la posibilidad de ordenar a sacerdotes casados y que el motivo para estudiar que las mujeres en la Iglesia se puedan dedicar a algo más que al aspecto ‘funcional’ (palabras del Vaticano) haya que encontrarlo en la Iglesia primitiva, cuando los condicionantes sociales y jurídicos que las mujeres tenían hace 2.000 años no pueden aplicarse hoy a la mitad de la población católica”.
La política popular vuelve al debate sobre el celibato sacerdotal en su artículo. Y es que “muchos piensan que los sacerdotes podrían ejercer mejor sus funciones, que se evitarían muchos casos de ruptura de la regla conocidos y aceptados de forma completamente hipócrita (el hijo del cura, la prima lejana con hijos que cuida del cura, por no hablar de los hijos de los papas y obispos en épocas pasadas pero florecientes de nuestra historia) y para algunos incluso desaparecerían perversiones que con demasiada asiduidad se han dado en nuestra Iglesia, mejor dicho, en los sacerdotes de nuestra Iglesia con relación a sus fieles (el comportamiento más abominable por la situación de poder e influencia psicológica y moral sobre el agredido)”, argumenta.
Cospedal crítica que “cuando se habla del sacerdocio de las mujeres se trata como un asunto menor, pintoresco, exagerado y que, en palabras de la Iglesia católica hace, por ejemplo, que la posibilidad de reencuentro con la iglesia anglicana, que permite el sacerdocio femenino, haya disminuido”. “En estos casos –continúa–, la jerarquía eclesial habla de absoluta imposibilidad, de que los apóstoles solo eran 12 y 12 varones, de que el papel de las mujeres en la Iglesia es fundamental pero no ha de ser ese (ese por el que se accede a la jerarquía y se entra en los órganos con poder de decisión)”.
La ex secretaria general del Partido Popular concluye insistiendo en que la negativa de la Iglesia a la ordenación femenina es “un disparate monumental y una injusticia manifiesta que por su reflejo claramente machista provoca el rechazo de tantas mujeres jóvenes a los postulados de una Iglesia que, como de muchas de ellas, es la mía”.