No ha desperdiciado ni un minuto de su estancia en Madrid, especialmente en Ifema, donde se ha convertido en el altavoz de los más vulnerables de América Latina dentro de la Cumbre del Clima. Así aterrizó el presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y arzobispo de Trujillo (Perú), Miguel Cabrejos, con trabajo del Sínodo Panamazónico bajo el brazo, como una hoja de ruta válida, no solo para la Iglesia.
Además, también ha ejercido de “capellán” tanto para los católicos participantes en los actos oficiales de la COP25, como para quienes han participado en las actividades paralelas, como la eucaristía celebra en la basílica de San Francisco El Grande.
PREGUNTA.- Ha podido vivir desde dentro la Cumbre del Clima. Sobre estas reuniones siempre sobrevuela una sensación de pesimismo por la ausencia de los países contaminantes, la ausencia de acuerdos vinculantes… ¿Cómo romper con esta espiral?
RESPUESTA.- En los pasillos de la COP25, una mujer que me vió vestido de sacerdote me preguntó qué pintaba la Iglesia en la Cumbre. Yo le contesté que tenemos mucho que hacer y decir al respecto. Le expliqué cómo el Papa se ha volcado con Laudato si’ y con el Sínodo de la Amazonía. Es más, creo que aunque aparentemente se pueda utilizar una terminología más técnica en la COP y más pastoral en el Sínodo, el contenido y la preocupación es la misma. Todo está interconectado.
El Papa insiste en que tenemos que acrecentar nuestra sensibilidad por la Casa común y, con sus palabras, Francisco se nos presenta como una brújula que quiere orientarnos. Él es valiente y la Iglesia en América Latina debe saber responder a la invocación que nos hace.
P.- Da la sensación de que la profecía de Francisco hace que la Iglesia parezca ir a remolque de sus propuestas, por ejemplo, en materia de ecología integral, en el propio concepto de sinodalidad…
R.-Los grandes profetas van siempre por delante y Francisco va por delante, pero no está solo. Por eso no puede ni debe frenar. Por otro lado, esa propuesta de “caminar juntos”, en sinodalidad, es una apuesta de alguien que mira con perspectiva de futuro. Hoy no podemos decidir solo los obispos en las cuestiones pastorales y en las preocupaciones de la Iglesia y de la sociedad. El Pueblo de Dios tiene que tener voz.
P.- En un tiempo en el que la desconexión entre la Iglesia y la ciudadanía es cada vez mayor, ¿’Laudato si’’ puede ser ese nexo que reconcilie a la calle con la institución?
Es una manera de conectar con las preocupaciones de la gente y, especialmente, con el clamor de una nueva generación. El objetivo de todo Gobierno es responder a las necesidades de la persona humana y nosotros desde la Iglesia tenemos que recuperar también esa esencia: nuestra preocupación es la persona humana, la sociedad, el bien común y, dentro de ello, el más débil, el más vulnerable.
Tenemos que caminar juntos con la sociedad civil para defender la dignidad de la mujer y del hombre de hoy, que pasa por defender juntos nuestra Casa común.
P.- ¿Le faltan ‘Gretas’ a la Iglesia que sepan asumir el liderazgo en materia ecológica?
R.- Con toda humildad, reconozco que sí. Necesitamos animar a los jóvenes, pero para ello tenemos que estar convencidos de que son un potencial inmenso para que verdaderamente se involucren. El futuro de la humanidad está en ellos, pero es a nosotros a los que nos toca trabajar para ellos.
P.- ¿Se puede ser católico y negacionista?
R.- Que la temperatura del planeta suba, es una amenaza para la destrucción del planeta. Y eso no se puede negar. Tenemos que hacer entender a católicos y no católicos que no se puede separar a Dios del ser humano y de la naturaleza. No puede estar dislocado. Cuidar la naturaleza no es un acto de fe, es mucho más.