El Dios de Mozart es “Dios humano, humanísimo, un Dios humilde, desarmado y desarmante, de la divina ternura y de la compasión”, escribe Fernando Ortega (Buenos Aires, 1950), sacerdote y consultor del Consejo Pontificio de la Cultura. El Dios de Mozart (Herder) es, precisamente, el título con el que Ortega publica su síntesis de cincuenta años de fe compartida con Wolfgang Amadeus Mozart (Salzburgo, 1756 – Viena, 1791). “Este libro es un esfuerzo por llevar adelante un diálogo entre la fe y la cultura, en este caso, mi diálogo como teólogo con la vida y la música de Mozart”, afirma.
Entre estas páginas está, inevitablemente, también el Dios de Fernando Ortega. “Este es un fruto maduro que sintetiza muchos aspectos de mi vida: como melómano, como teólogo, como hombre interesado por mi época –prosigue–. Es un privilegio haber sentido, intensa e ininterrumpidamente, a lo largo de más de cincuenta años, el llamado proveniente de esta música”. Y que, cómo describe, es “un llamado a escucharla con amor y atención; un llamado a reflexionar a partir de ella, a encontrarme con el pensamiento musical de Mozart; un llamado a comprender al ser humano tal como lo canta y presenta, en todas sus dimensiones, incluyendo la trascendente”.
Esa trascendencia es la de un Mozart capaz de transmitir el Amor misericordioso de Cristo. Tanto que el propio sacerdote admite que encontró su vocación gracias al Requiem mozartiano. “Todo empezó en mi temprana adolescencia al escuchar por primera vez el Requiem. El impacto fue inmenso; no escuchaba más que ese disco innumerables veces –relata–. Esa música producía en mí algo único, radicalmente diferente de lo que experimentaba con otros grandes compositores. Como lo escuchaba siempre durante la noche, en la oscuridad, con auriculares, la imagen que me invadía era la de un vuelo nocturno, inmenso, cósmico, en medio de una noche sembrada de estrellas… una noche transfigurada”.
Y prosigue: “En la música de Requiem y en el rostro de Mozart, en su mirada, experimenté una dimensión mística que me guió hacia Dios y que contribuyó a que me planteara mi vocación sacerdotal”. Así que, ya desde el sacerdocio, Ortega ha escrutado sinfonía a sinfonía, ópera a ópera, movimiento a movimiento la fe católica de Mozart. “En alguna ocasión se me preguntó acerca de la diferencia que sentía entre la música de Bach, que me encanta, y la de Mozart, y respondí que, a mi juicio, Bach es más religioso y Mozart más teologal”, responde.
“Con esto quise decir que lo que caracteriza la música de Mozart no son sentimientos religiosos, como los que suscita la música de Bach –continúa–, sino algo inefable, del orden del don, de lo gratuito, de lo descendente. Eso se da en todos los géneros musicales que cultivó, y es por eso que en su música no hay diferencia entre lo profano y lo sagrado, o entre lo natural y lo sobrenatural, como decía Von Balthasar”.