Es la COP más larga que se ha celebrado hasta ahora, pero no por ello pasará a la historia. La Cumbre del Clima de Madrid sienta las bases para que, en 2020, los países presenten compromisos de reducción de emisiones más ambiciosos. No obstante, la regulación de los mercados de carbono se ha pospuesto para la próxima Conferencia de Glasgow, que se celebrará el próximo año.
La realidad es que este punto –el artículo 6 del Acuerdo de París– ha sido desde el comienzo de la cita el 2 de diciembre uno de los principales escollos. De hecho, pese a que la COP25, que tenía que concluir el 13 de diciembre, se alargó dos días más, los resultados no fueron halagüeños para los sectores sociales, incluida la Iglesia.
“Todo apunta a que esta COP no ha servido para mucho, salvo quizás para involucrar a dos actores cada vez más relevantes ante la parálisis política que genera la lógica del estado-nación: los organismos sub-nacionales con capacidad de decisión (regiones, ciudades y áreas metropolitanas) y grandes empresas. Ambos actores son cada vez más conscientes de la necesidad de liderar y acelerar la transformación económica e industrial”, explica a Vida Nueva Jaime Tatay, ingeniero de Montes y profesor de la Universidad Pontificia Comillas.
“También hay que señalar las movilizaciones ciudadanas, reflejo claro de la preocupación social creciente respecto de esta problemática. A pesar de todo, lo que queda es un sentimiento de frustración después de estas semanas de reuniones y del enorme esfuerzo organizativo”, reconoce Tatay.
Por su parte, Eduardo Agosta, carmelita y experto en variabilidad climática, explica a esta revista que esta COP ha puesto de manifiesto “una grieta todavía irreconciliable entre aquellos países que están a la vanguardia de las acciones climáticas, conformes a las metas del Acuerdo de París, y aquellos, los menos, pero muy contaminantes, que todavía pretenden retrasar cualquier ambición realista y concreta”.
Para el también miembro de la Dirección de la ONG Carmelita ante la ONU, “queda todo por hacer en lo que atañe al mercado de carbono. Y eso ha sido el punto más débil, porque retrasa cualquier ambición para reducir las emisiones netas de dióxido de carbono a cero para el 2050”. En concreto, la presión de Estados Unidos, Brasil y Arabia Saudí ha relegado la discusión a la próxima COP.
En opinión del religioso, lo más positivo de esta cumbre ha sido el plan presentado por la Unión Europea, con el desmarque de Polonia, para lograr una reducción de entre 50-55% en las emisiones de dióxido de carbono para el 2030, y la neutralidad para el 2050. Sin embargo, “cuando los cuatro países que emiten más de la mitad del carbono a nivel global—China, EE UU, India y Rusia— no adoptan una posición decidida y valiente, se hace muy complicado avanzar”, remata Tatay.
“Las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no alcanzaron acuerdos globales”. Laudato si’ 166. “Parece que el Papa lo dijo antes de ayer. Y no, fue hace cinco años”, indica Eduardo Martín, presidente de la Juventud Estudiante Católica (JEC). “Si no se consiguen acuerdos para atajar la crisis climática no podemos estar contentos”, resume, y añade: “Eso sí, podemos estar contentos, como Iglesia, de la movilización social por el cuidado de la Casa común”.
Asimismo, Friday’s For Future, el movimiento juvenil abanderado por Greta Thunberg, ha tildado de “fracaso” la Cumbre. “Ha provocado aún más frustración en la juventud”, entre otras cosas, porque “no se incluyen referencias a los derechos humanos”, por lo que seguirán tomando las calles cada viernes.