“Que se termine de abrir la frontera para el libre tránsito de los ciudadanos”. Así ha pedido Mario Moronta, obispo de San Cristóbal y primer vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), en referencia al cierre de frontera entre Colombia y Venezuela, que ya tiene más de 4 años, solo bajo medidas paliativas de tránsito a pie por los puestos fronterizos, pero sin el paso vehicular que potencia el intercambio económico entre estas dos naciones hermanas.
El prelado ha explicado que son más 2.000 km de frontera desde el norte caribeño hasta el sur amazónico, lo cual “no es una mera línea” sino que “se trata de una cultura de integración que se experimenta en el estrecho relacionamiento entre los habitantes de la misma frontera”, por tanto “si esto no se entiende, es imposible comprender la situación que se tiene en ellas”.
Hay suficientes razones históricas y de contexto que han llevado al obispo de San Cristóbal a solicitar la plena apertura de los pasos fronterizos, en virtud de que “cada una de estas zonas culturales, a la vez, tienen características propias. Por eso, al hablar de fronteras se puede hablar de naciones peculiares, con culturas particulares, historia común y respuestas propias a las exigencias del momento”.
Además la población colombo-venezolana en cada uno de esos sectores se integra por sus relaciones interfamiliares, por la historia, por la movilidad y por una cultura común –señala– por lo cual ha habido “una atención solidaria y rápida” a una inmensa mayoría de los migrantes y pasantes de la frontera de parte de organismos civiles (públicos, privados e internacionales) como la Iglesia.
“Desde el punto de vista de la Iglesia, la situación ha sido más llevadera, a pesar de las dificultades, por la participación de obispos, sacerdotes y laicos, por la organización de la pastoral social y de Cáritas, así como de otras instituciones”, ha indicado.
También ha expresado que “la movilidad de migrantes ha ido cambiando en los últimos meses: desde una migración hasta la huida de un régimen y de condiciones de vida inhumanas”, porque “lo hacen por una necesidad extrema, sobre todo para buscar un mínimum de condiciones de vida: el poder conseguir una ayuda para comer y medio sostener a la familia”.
Sin embargo, detrás de estas olas migratorias “comienza a crecer los problemas conexos: la prostitución de menores, el tráfico de personas, la delincuencia de Venezuela que va a otros países porque ya en el país no se consigue nada”, ha denunciado.
Para el primer vicepresidente del episcopado venezolano “la Iglesia ha dado una respuesta rápida y paulatina a la vez. Se puede decir que in crescendo desde cuando se comenzó a crear el problema de la migración”.
Por ello ha reconocido la labor que desde las jurisdicciones eclesiales de Colombia se ha realizado en favor de los migrantes venezolanos, especialmente en la atención alimentaria de emergencia, casas de paso y programas de integración.
“Se puede decir que se ha trabajado en comunión y en solidaridad. Cada Iglesia local con sus peculiaridades, pero también en comunión. Los Obispos hemos estado en sintonía y en contacto permanente. A esto se añade la presencia de obispos, sacerdotes y laicos en medio de los migrantes para atenderlos, defenderlos y sostenerlos en sus luchas”, acotó.
Foto: La Nación