El obispo Felipe Arizmendi Esquivel, emérito de San Cristóbal de las Casas (Chiapas) y responsable de la Dimensión para la Doctrina de la Fe del Episcopado Mexicano, aseguró que la Iglesia y la sociedad en general defienden el derecho de las mujeres a exigir que se respete su dignidad y que no sufran violencia, así como a manifestarse públicamente, pero cuestionó el hecho de que algunas de ellas violenten el orden social, dañen monumentos históricos, edificios y comercios, y califiquen de violadores a quienes no lo son.
“Cuando se defiende el derecho de la mujer a ser libre sobre su cuerpo, a decidir como ella quiera sobre sí misma –cosa que habría que analizar, pues no se debería mutilar o degradar, y con ello se quiere legitimar que pueda abortar, como conquista de su libertad– no se toma en cuenta el derecho que tiene la criatura que lleva en su seno a vivir y a gozar también de libertad”, señaló en su artículo semanal publicado en la página de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
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“En nombre de la libertad, ¿no importan los derechos del concebido, que es una persona? Tu derecho a ser libre termina cuando lesionas derechos de los demás”.
El abuso de la libertad
Para Arizmendi Esquivel, no se puede entender por libertad hacer lo que a cada quien le venga en gana, sin normas ni controles, como un derecho que nadie debería limitar, pues –advirtió– se llegaría al extremo absurdo de defender que feminicidas, asesinos, pederastas, violadores, extorsionadores, ladrones, etcétera, hicieran lo que quisieran, pues lo harían en el debido uso de su libertad.
“Si así fuera –agregó– habría que liberar a todos los encarcelados, que no haya policías ni ejércitos, que impere la ley del más fuerte. No harían falta ni siquiera amnistías. Entonces, por ejemplo, que cada quien ponga en su casa su música al volumen que quiera, aunque moleste y no deje dormir a los demás; que te roben tus cosas, que te calumnien en las redes sociales, que invadan tus dominios… ¡No! Eso no es libertad, sino abuso de la misma”.
El obispo hizo referencia al concepto de libertad que ofrece la constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II: “Sin embargo, con frecuencia la fomentan de forma depravada, como si fuese pura licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección”.
Tras señalar que por desgracia este concepto que ofrece la Iglesia no cualquiera lo entiende y acepta, y a los libertinos les parecerá música celestial, Arizmendi hizo un llamado: “Eduquémonos para ser verdaderamente libres. Antes de actuar, analiza tus sentimientos, emociones, deseos, impulsos: si son concordes con la Palabra de Dios, la única sabia para saber qué te ayuda, o qué te perjudica, adelante; de lo contrario, ponte controles y refrénate; sólo así serás verdaderamente libre”.