A lo largo del último año, hemos compartido aventuras y desventuras cinematográficas con toda clase de individuos. En su compañía, hemos vivido las más diversas situaciones y en incontables escenarios. Ellas y ellos son los protagonistas de estas 9 películas que no debiste perderte este 2019.
La última Palma de Oro en Cannes narra el encuentro de dos familias que comparten ciudad, no así barrio ni estilo de vida: un matrimonio en paro con dos hijos que malviven en un semisótano lúgubre e infecto; y los cuatro inquilinos de una lujosa mansión con interna y chófer. El azar y una oportunidad laboral hacen posible que ambas entren en contacto.
Con estos personajes y una poderosa puesta en escena que realza el abismo entre unos y otros, Bong Joon Ho construye un cóctel explosivo de imprevisibles consecuencias. Un calculado ejercicio de ingeniería cinematográfica, que escapa al encasillamiento en un género para sobrevolar libre el territorio de la comedia negra, el drama familiar y la sátira social.
De esta peripecia incontrolable –no descontrolada– nadie saldrá indemne: ni las cucarachas humanas que corretean por ella ni el espectador, que asiste expectante a la sucesión de delirantes acontecimientos desencadenados tras un giro de guión decisivo para el brutal desenlace de la trama.
A ratos hiriente y excesivo, por momentos divertido y corrosivo, casi siempre incómodo y turbador, este retrato orientalizado de la eterna lucha de clases es ya uno de los títulos del año.
Estamos en 2003, el año de la foto del ‘trío de las Azores’. Mientras Estados Unidos y Gran Bretaña maniobran para invadir Irak, la traductora del Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno Británico filtra a la prensa un ’email’ clasificado en el que se insta a espiar a miembros del Consejo de Seguridad de la ONU con el fin de forzar una resolución favorable para ir a la guerra.
Acusada por la Fiscalía de la Corona de violar la Ley de Secretos Oficiales, Katharine Gun y sus abogados lucharán por lo que cree y defenderán sus acciones frente a múltiples amenazas, arriesgando incluso su vida, su libertad y su matrimonio.
El sudafricano Gavin Hood, basándose en el libro de Marcia y Thomas Mitchell ‘The spy who tried to stop a war’ (El espía que intentó detener una guerra), construye un ‘thriller’ sobre esta subtrama poco conocida del conflicto iraquí, en la que se mezclan política y espionaje con sus consabidas ramificaciones periodísticas y judiciales.
Un reparto de altura, encabezado por Keira Knightley, da vida a esta historia sobre el valor de los ideales, la defensa de la ley y el precio de la verdad. Un episodio del pasado reciente que todavía hoy sigue dando que hablar… y pensar.
Un chico huraño y desarraigado, interno en un centro de menores, deberá aprender a cuidar de un perro tan abandonado y esquivo como él para así aprender a cuidar de sí mismo. La terapia le permitirá establecer tal vínculo afectivo con el animal que, cuando este es adoptado, decide escaparse en su busca.
Dos hermanos, una abuela moribunda, una autocaravana en venta y un perro de tres patas. Es todo cuanto precisa Daniel Sánchez Arévalo para emprender un viaje por tierras cántabras del que quedaremos prendados de principio a fin. Por su carga de humanidad y por la sencillez de un guión que atrapa al espectador sin apenas darse cuenta.
El director de ‘AzulOscuroCasiNegro’ recupera el estado de ánimo y el pulso narrativo de aquella ópera primera, para regalarnos una ‘road movie’ familiar que brindará también a la pareja protagonista la ocasión de recorrer juntos su caótica geografía interior. Una historia de relaciones fraternas que es toda una lección vital.
Tras su paso por San Sebastián y su estreno en salas, Netflix ofrece la posibilidad de descubrir una película capaz de conmover a cuantos reconocen los ladridos y mordiscos de la vida y se afanan por sobreponerse a ellos.
En la era del ‘coworking’, el ‘business plan’ y el ‘coaching’, el debutante Santiago Requejo se propone desmontar la imagen de tantos ancianos descartados por una sociedad que encumbra la novedad y arrincona la experiencia. Y, con ellos, decide reivindicar que “nunca es tarde para emprender”.
Se trata de tres amigos dispuestos a demostrar que todavía tienen sitio en un mundo que desprecia sus necesidades y capacidades: un sesentón en paro (Carlos Iglesias), un escritor sin musas (Roberto Álvarez) y un jubilado con ilusiones (Ramón Barea). Apasionarse por algo o por alguien no tiene edad, vienen a decirnos. Mensaje que el director subraya a la menor ocasión.
Su día a día, entre un universo laboral hostil y un ambiente familiar bastante desangelado, invita a concebir la narración como drama. Las situaciones que viven nos sugiere que estamos ante una comedia. Ni lo uno ni lo otro.
Pese al plus de credibilidad que proporciona un ajustado y solvente reparto, estamos ante una cinta tierna, bienintencionada, complaciente y previsible, que apela a los buenos sentimientos como garantía para empatizar y emocionarse con los personajes. Material perfecto para un ‘sitcom’ al uso.
Un hombre ignorado por la sociedad, cuya única motivación en la vida es hacer reír, va acumulando ira con cada nuevo fracaso. Decide emprender entonces una violenta cruzada contra el mundo que le erige en inesperado y monstruoso héroe de masas.
Esta transformación del payaso triste en asesino toma cuerpo en la figura del popular archivillano de Batman, alejado aquí del cómic para adoptar un tono más realista y oscuro. Porque, más que en una novela gráfica y fantástica, habría que buscar sus antecedentes en ‘Taxi Driver’ o, a lo sumo, en la trilogía de ‘El Caballero Oscuro’.
El “gamberro” Todd Phillips busca las raíces del Joker ayudado por un Joaquin Phoenix de perturbadora sonrisa, bajo cuya peluca y maquillaje late el corazón herido de un ser lastrado por los traumas de la infancia. Un tipo tan despiadado como patético, que asusta y conmueve por igual con histéricas carcajadas que ahogan el sonido de su llanto.
León de Oro a la mejor película en la última Mostra de Venecia, todo apunta a que este personaje sitúa de lleno al protagonista en la carrera por el Óscar. Mientras, el debate sobre el cine violento y su influencia social ha vuelto a escena en el país de las armas.
Un adolescente, atrapado entre una sociedad en crisis, los ataques racistas y las presiones familiares, solo quiere ir a la universidad para salir de la gris ciudad donde vive. Gracias a un amigo del instituto, conoce la música de Bruce Springsteen, cuyas canciones le animarán a evitar que esas dificultades le impidan sacar lo mejor de sí.
Inspirándose en las memorias de su amigo Sarfraz Manzoor, periodista británico de ascendencia pakistaní criado en Luton, Gurinder Chadha vertebra una historia con temas de ‘The Boss’, posibilitando que el joven comparta sus reivindicaciones y sueños, de tal modo que su lucha por alcanzar lo que anhela se erige en motor de la cinta.
La directora de ‘Quiero ser como Beckham’ nos regala una comedia agridulce con temas habituales de este subgénero amable del realismo británico: la búsqueda de un lugar en el mundo, el tránsito a la edad adulta, los choques culturales, los prejuicios y actitudes xenófobas…
Costumbrismo, las dosis justas de denuncia, un punto de nostalgia y una contagiosa banda sonora son las bazas de esta película que apuesta por el buen rollo complaciente y previsible, pero que no deslumbra.
Aquel joven Simba, que abandonaba su reino para descubrir el auténtico significado de la responsabilidad y de la valentía tras la muerte de Mufasa, su padre, regresa 25 años después de que Disney lanzara la que ha sido una de las historias animadas más celebradas y versionadas de la veterana factoría.
Dirige y produce este ‘remake’ animal Jon Favreau, responsable también de poner al día, con idéntica factura CGI, ‘El libro de la selva’ (2016). Y es que los clásicos de la infancia (‘Aladdin’, ‘La bella y la bestia’, ‘Dumbo’…) están de vuelta… o las ideas atraviesan un alarmante y prolongado período de sequía.
El despliegue de efectos visuales e imágenes generadas por ordenador mejora las limitaciones técnicas del original, pero nada cambia en el desarrollo de aquellos hechos que se nos narraban en 1994. Ni los personajes (Rafiki, Timón, Pumba…), ni las emociones que despiertan (tristeza, miedo, alegría…) ni, por supuesto, las archiconocidas melodías que nos acompañan (¿quién no se ha animado alguna vez a cantar ‘Hakuna Matata’?).
Una película, en suma, concebida para disfrute de las legiones de nostálgicos dispuestos a acudir a la llamada (rugido) de los buenos sentimientos.
Una pequeña aldea de montaña se va muriendo poco a poco, hasta que la visita sorpresa de un desubicado grupo de africanos parece convertirse en la respuesta a su grave problema de despoblación. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si los recién llegados tuvieran otros planes?
Inspirándose en un estudio que analizaba la posibilidad –y dificultad– de ubicar refugiados sirios en los pueblos deshabitados de la España rural, la argentina Marina Seresesky se asoma a las periferias en clave de comedia. Ya lo hizo en su primer trabajo, ‘La puerta abierta’ (2016), con una historia de solidaridad marginal. Si entonces era la prostitución, ahora es la emigración la espuela de sus chistes y pullas.
Carmen Machi vuelve a encabezar un reparto (coral) en el que figuran otros habituales del género, como Pepón Nieto, Paco Tous o Kiti Mánver, junto a rostros nuevos. Un grupo de lugareños y extranjeros dispuestos a poner patas arriba prejuicios y expectativas, también las del propio espectador.
No resulta fácil abordar con gracia y cierta frescura el drama de la España vacía, mucho menos sortear los tópicos. ¿Misterios de la cartelera en verano o la asignatura pendiente de la comedia patria?
Pedro Almodóvar echa la vista atrás para contarnos cómo aquel niño “novelero” de provincias llegaría a convertirse en reconocido cineasta. No sin renuncias, crisis y cicatrices. Esas que luce su ‘alter ego’ (un espléndido Antonio Banderas) mientras se debate entre volver a escribir y rodar o, simplemente, seguir viviendo… instalado en sus lamentos.
Este autorretrato sortea cualquier tentación intimista y nostálgica, a cuenta de sus orígenes rurales o del placer que le proporcionó descubrir aquel cine de verano de la infancia, para regalarnos estampas de una época que no entiende de fronteras físicas ni temporales.
El cromatismo marca de la casa ilustra las lecciones de dolor y gloria que prologan esa particular Semana Santa en la que podría concentrarse su vida familiar y profesional a lo largo de los años. Con referencias religiosas, siempre muy presentes, y las relaciones consigo mismo (con sus aflicciones y adicciones), con su entorno más cercano (especialmente, su madre) o el Madrid de los 80.
Un ejercicio de sinceridad, a modo de testamento, que constituye también una terapia personal contra el vértigo que produce envejecer. Una obra mayor, pero no maestra.