“Las misas clandestinas se hacían en casa de algunos católicos, pero para llegar hasta allí algunas veces tuve que meterme en el maletero de un coche”. Es el revelador testimonio de Ricardo Teixeira, misionero reparador español, que durante cuatro años ha estado destinado en China. Así lo ha desvelado en una entrevista a La Gaceta de Salamanca en la que admite que no podría volver al país comunista puesto que “me he expuesto demasiado, hice demasiado ruido. Allí te juegas la vida”.
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Infiltrado como estudiante universitario, ha vivido en primera persona las dificultades de los católicos para vivir su fe en la clandestinidad: “Hay muchas cámaras de videovigilancia en todas partes y había que evitarlas. A las misas se invita a gente que sabes que no te va a denunciar porque hay muchos delatores y el gobierno les paga por ello”.
Un versículo como contraseña
Es más, su relato sobre el maletero, no es una anécdota, sino un gesto más de este hostigamiento al cristianismo que ha compartido este dehoniano: “En algunos sitios quedaba con personas a las que tenía que decir una contraseña con una cita de la Biblia y ellos me contestaban con el resto de la cita. Todo para saber que éramos las personas concretas para ir a la eucaristía”.
De la misma manera, apunta cómo ha visto a ciudadanos chinos “ir a Macao a traer 40 biblias para China y jugársela con la maleta cargada de libros. La Biblia es un libro prohibido allí”. Sobre las represalias del régimen, denuncia que “si les pillan puede ser una multa, la cárcel, perder el trabajo o que sus hijos tengan que dejar de ir a la escuela pública”.
El control del régimen
“Ser sacerdote en China es complicado. China intenta controlar todo en su sociedad, hasta la religión, el nombramiento de Obispos y que haya ‘númerus clausus’ de curas. Es un gobierno que dice que Dios no existe”, detalla en la entrevista al diario regional este consagrado de Alba de Tormes.
Teixeira expone cómo este control varía según las zonas: “En una provincia se podía celebrar abiertamente en lugares con más de dos mil personas y en otros lugares la misa sólo se puede hacer en casas particulares, a escondidas, en voz baja y de forma totalmente privada”.
Tanto es así, que los cuatro religiosos que formaban parte de su comunidad en Pekín vivían en apartamentos diferentes: “Dos de nosotros estábamos en la misma universidad estudiando y teníamos que hacer como si no nos conociésemos. De incógnito siempre”.