A Concepción Arenal (El Ferrol, 31 de enero de 1820-Vigo, 4 de febrero de 1892) hoy, si acaso, solo se la conoce arbitrariamente como pionera del feminismo en España. Lo fue. Pero también fue la voz de la caridad cristiana y una reformadora católica adelantada a su tiempo. “Era una católica liberal firmemente convencida de que la Iglesia debía adaptarse a los nuevos tiempos; no podía excomulgar el pensamiento que no le fuera afín, como hizo con el darwinismo, por ejemplo. Y quedó atrapada entre dos corrientes cada vez más irreconciliables: para el catolicismo conservador, ella no era de los suyos; para el anticlericalismo tampoco”, afirma Anna Caballé, autora de Concepción Arenal: La caminante y su sombra (Taurus). “En mi opinión, es la pensadora –incluyo también el género masculino– más interesante del siglo XIX”, sostiene.
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“Sus primeras reflexiones –prosigue– iban en la línea de intentar encontrar un punto de acuerdo entre el pensamiento católico, del que ella no abdica nunca, y por otra parte los avances de las ciencias. En aquel momento la Iglesia estaba cerrada a cal y canto al progreso científico. Y ella no se atreve a publicarlo entonces”.
Un referente en Europa
La gran mayoría de sus libros vieron la luz póstumamente. Veintitrés volúmenes recogidos por su hijo, Fernando García Arenal, editados a partir de 1894. Más de quinientos artículos, sin embargo, publicó tan solo en la revista que ella misma funda, La Voz de la Caridad, durante algo más de una década (1870-1884), gran parte de ella sobre la reforma penitenciaria, de la que fue un referente en toda Europa.
“Su idea de que más sagrado aún que la vida es la dignidad del ser humano, sin tener en cuenta edades, razas, sexos o condición social, no puede ser más actual”, escribe Caballé. Y así es. Arenal enarboló la caridad cristiana, creó toda una filosofía en torno al concepto de la caridad que desarmó a los poderes públicos y también a la propia jerarquía de la Iglesia. Escribió por ejemplo: “La beneficiencia le corresponde al Estado –es un deber político–; la filantropía, a la sociedad civil –es un sentimiento filosófico que procede de los ideales de igualdad y de justicia–; mientras que la caridad es cristiana y a los cristianos corresponde ejercerla”.
“Ella tiene un acercamiento filosófico a la caridad, es la clave de bóveda de su pensamiento –detalla la historiadora–. Entiende la caridad como un deber social, político y moral. Hasta entonces su gestión estaba en manos exclusivas de la Iglesia. Es una liberal que quiere romper con esto y por ello quiere reformar las estructuras del Estado y forzarlo a que se preocupe por los que más lo necesitan”.