Si hablamos de la década transcurrida en Haití desde el terremoto que la devastó un 12 de enero de 2010 (hoy se conmemora el 10º aniversario) y de las muchas manos que, desde la fe, se dejaron el alma para levantar a su gente, no podemos olvidar a la misionera española Isa Solá, asesinada a tiros el 2 de septiembre de 2016 por dos desconocidos que buscaban robarle el bolso. Religiosa de la congregación de Jesús-María, allí se encarnó y allí, en Puerto Príncipe, quiso que sus restos descansen para siempre.
Josela Gil es la religiosa de Jesús-María designada por la congregación para seguir los pasos de Isa Solá. Pero no está sola… A raíz de su muerte de Isa Solá, la Congregación de Jesús-María ha reforzado su presencia en Puerto Príncipe con una comunidad internacional, enviando a tres religiosas, cada una de un continente: Soledad Moya, de Argentina, Farzana Philipe, de Pakistán, y la propia Gil, de España.
Instaladas en la misma casa que la compañera barcelonesa dejó, Gil recuerda cómo empezó para ella este reto vital único: “El 29 de noviembre de 2017 puse por primera vez un pie en Puerto Príncipe. Había pasado la frontera de Jimaní en un autobús procedente de Santo Domingo. Ya solo ese paso confirmó lo que vería en las horas siguientes: un asfalto inexistente hasta llegar a la ciudad, caos, gente por doquier, calor, polvo, tierra, basura y una circulación de coches y motos sin orden ni concierto y que, a primera vista, ya llevarían años desahuciados en España”.
“Lo incomprensible en ese momento –continúa–, se ha tornado, no sé si para bien o para mal, en perfectamente inteligible a estas alturas del episodio. Me esperaba el comienzo de un nuevo proyecto de comunidad internacional que había surgido como iniciativa, entre otras, para la conmemoración de los 200 años de fundación de nuestra congregación. Todo me venía grande: el miedo y la incertidumbre, la ilusión por lo que vendría, el desafío del país, el deseo de conocer a su gente y, sobre todo, la emoción no contenida de estar sintiendo a Isa en cada rincón que pisaba. Un año, me decían, tenía que darme para empezar a captar lo que estaba viviendo. Y así lo comencé”.
Junto a sus dos compañeras, “empezamos a explorar lo que debía permanecer por fidelidad a la misión y a su gente, lo que debía morir porque había llegado su momento y lo que, creativamente, debía nacer por impulso y llamada del Espíritu en cada una y como comunidad”.
El Taller San José, que Isa Solá impulsó para conseguir prótesis para muchos mutilados del terremoto, continúa funcionando, “liderado por la local Leide Philocles y por dos personas más de su equipo, apoyado incansablemente por la Fundación Juntos Mejor, por Javier Solá (hermano de Isa Solá) y por un equipo de Barcelona que, desde su puesta en marcha, no ha dejado de acompañar. En ese taller no solo se asisten fracturas físicas, sino también, y ahora especialmente, anímicas y de primera necesidad”. También han relanzado otro proyecto como la clínica móvil, con la que salen una vez al mes (aunque últimamente, por la situación del país, no han podido hacerlo).
“La misión en Puerto Príncipe –detalla Gil– ha tomado también otro impulso, incorporándonos a la Fundación Scholas, cuya oficina se implantó en nuestra casa en septiembre de 2018. Este año hemos comenzado un proyecto con niños y mujeres donde se apoye y complemente el desarrollo de todas las capacidades que el ser humano tiene y que, en Haití, otros se empeñan en truncar día a día con esta corrupción y violencia imparable”. “Crear una escuela –enfatiza– es nuestro sueño y lo haremos. Estoy convencida de ello”.
“En nuestro día a día –admite–, de fondo, siempre resuena en las conversaciones el terremoto de 2010, que cada año rememoramos por las secuelas todavía palpables y perceptibles en las calles, casas y corazones, y que fracturó la vida de un pueblo en unas horas por la naturaleza incontrolable e incontrolada”.
Hoy, en cambio, “vivimos otro terremoto provocado por un primer informe del Tribunal de Cuentas, que, en julio de 2018, sacudió a un pueblo sumido en la miseria y la pobreza, y caracterizado por su resiliente fortaleza. Lo sacó a la calle pidiendo explicaciones a un Gobierno que ingobierna y a una oposición que lucha por querer estar en el mismo sitio”.
Con la misma energía con la que Isa Solá denunciaba la injusticia, en Haití y antes en Guinea Ecuatorial, Gil clama ante lo que aquellos a los que acompañan no entienden: “La gente pregunta: ‘¿Dónde está ese dinero que dejaron hace 10 años aquellos gobiernos y ONG para que reconstruyéramos nuestra vida?’. Ese dinero se multiplicó en progresión geométrica en los mismos bolsillos de los estaban en el poder, por la reciente inclusión, en aquel momento, de Haití en el proyecto de PetroCaribe. Todo esto está haciendo salir a la calle a grupos exaltados y armados exigiendo la renuncia de los que están en el poder. Nada es casualidad. Es como si, en diez años, Haití hubiera retrocedido 20. La Iglesia y sus instituciones nos preguntamos por qué no sale a la luz internacional todo esto. ¿Qué hay detrás y quién mueve los hilos del teatro de guerras del mundo donde esta isla es el escenario principal?”.
“Haití –concluye–, para mí, no es solo un país. Es un estado vital, un vigía que alerta de los oscuros entramados humanos en los que nos dejamos caer por la pasividad de nuestra confortable comodidad. Sueño con que Haití nos confronte, aunque sea solo por una vez en nuestra vida, para descubrir la belleza que anhelamos y la verdad que deseamos. Me enternece ver cada día los rostros de las mujeres y los hombres que se levantan sin desfallecer. Cada día. Cada día… Y entiendo ahora muy bien cuando Isa narraba cómo, en sus rezos y plegarias, alzaban los dos brazos y la cara hacia el cielo. Muchas veces he querido hacerlo como expresión corporal de lo que deseo: contagiarme del rostro del Dios en el que creo para poder pisar esta tierra con su ternura”.