Después de bautizar a 32 niños en la Capilla Sixtina, el papa Francisco ha culminado la celebración de la festividad del Bautismo del Señor asomándose al balcón para rezar el ángelus ante los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
Centrándose, como cada domingo, en el evangelio dominical, Bergoglio ha destacado que Mateo “describe el diálogo entre Jesús, que pide el bautismo, y Juan el Bautista, que quiere negarse y observa: ‘¿Soy yo quien necesita ser bautizado por ti y vienes a mí?’. Esta decisión de Jesús sorprende al Bautista; de hecho, el Mesías no necesita ser purificado; Él es quien purifica. Pero Dios es el santo, sus caminos no son los nuestros, y Jesús es el camino de Dios, un camino impredecible. Dios es el Dios de las sorpresas”.
Con su frase, “no soy digno de traerle sandalias”, Juan había declarado ante sus discípulos “que había una distancia abismal e infranqueable entre él y Jesús. Pero el Hijo de Dios vino precisamente para cerrar la distancia entre el hombre y Dios. Si Jesús está del todo del lado de Dios, también está del todo del lado del hombre, y reúne lo que estaba dividido”.
Por eso “el Mesías pide ser bautizado, para que se pueda hacer toda justicia, es decir, el plan del Padre, que pasa por el camino de la obediencia filial y la solidaridad con el hombre frágil y pecador. Es el camino de la humildad y la total cercanía de Dios a sus hijos”.
Aquí, el Papa ha reivindicado que la actitud de todo cristiano ha de estar marcada siempre por estos rasgos: “Mansedumbre, humildad, gentileza, simplicidad, respeto, moderación y ocultamiento”. Al contrario, ha improvisado respecto al texto previsto, “no es un buen discípulo el que se pavonea. Tiene que ser humilde, manso y hacer el bien sin dejarse ver”.
“En la acción misionera -ha añadido-, la comunidad cristiana está llamada a salir a encontrarse con otros, siempre proponiendo y no imponiendo, dando testimonio, compartiendo la vida concreta de las personas”.
“En la fiesta del Bautismo de Jesús -ha asegurado el Pontífice- redescubrimos nuestro bautismo. Como Jesús es el Hijo amado del Padre, nosotros también nacimos del agua y el Espíritu Santo y sabemos que somos hijos amados, objeto de la complacencia de Dios, hermanos de muchos otros hermanos e invertidos en una gran misión para testificar y anunciar a todos los hombres el amor sin límites del Padre”.
Por ello, como hace habitualmente Bergoglio, ha pedido a todos los presentes que busquen y recuerden la fecha de su bautismo y que la guarden en su corazón tanto como la del nacimiento. Este es, ha concluido, “un acto de justicia hacia el Señor”.