Constituido formalmente el Ejecutivo presidido por Pedro Sánchez y en el que hay representantes del PSOE y de Ahora Podemos, la Iglesia española debe modular su posición como interlocutora en esta legislatura, siempre con la vista en el bien común. Así lo entiende la filósofa palentina Maribel Fernández Gañán, autora del libro ‘Cordialidad pública’ y que ahora está trabajando en una obra sobre Miguel de Unamuno. Desde luego, arrobas de cordialidad, diálogo y consenso se necesitan hoy en día en nuestra sociedad. Personas como la entrevistada aquí contribuyen enormemente a ello.
PREGUNTA.- El primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la II República ya ha echado a andar. Algunos obispos han mostrado su desasosiego y hablan de la necesidad de “salvar a España”… ¿Hay motivos para que la Iglesia esté preocupada o, como mínimo, debe conceder al Ejecutivo los 100 días de cortesía antes de manifestar prevención alguna?
RESPUESTA.- Pienso que es un acierto que se expresen públicamente, porque, además de su cargo como representantes de la Iglesia, son ciudadanos sometidos a la ley y a las normas democráticas que nos damos entre todos. Es cierto que las peculiares relaciones Iglesia-Estado ponen de manifiesto una situación singular, pero hemos de aprender a escuchar con respeto a los obispos, como escuchamos con respeto al Gobierno y a los demás ciudadanos.
Después ya expresaremos nuestra opinión personal, pero hay quien se sigue rasgando continuamente las vestiduras cada vez que un representante de la Iglesia pone voz a la doctrina de la Iglesia. De esta manera, dejamos de prestar atención y, antes de escuchar, ya tenemos en la cabeza nuestra opinión, si tienen o no tienen razón, en función de si comulgamos o no con la Iglesia.
En cuanto a la expresión “salvar a España”, no me parece que exprese nada; es más un eslogan para que los ciudadanos sientan miedo ante lo desconocido, como es un Gobierno de coalición. En una democracia, todos los ciudadanos deberíamos estar vigilantes y exigentes con el Gobierno. Además, y siendo también exigentes con los obispos, la salvación es un partido que se juega de persona a persona, no como nación. Entiendo que ese debería ser el papel de la Iglesia, velar por la salvación del pueblo de Dios, de persona a persona y a la luz del Evangelio.
Me parece excesivo que los profesores de Religión hagan más de transmisores de ideas políticas que de valores cristianos. Al igual que me parece excesivo que los partidos políticos defiendan más la religión que su ideología. No se trata de la cortesía de los 100 días, se trata de estar cada uno en su sitio para que se coloque todo.
P.- PSOE y Ahora Podemos denuncian que la Iglesia mantiene ciertos “privilegios”. Llegado el caso de que esta pierda determinadas potestades, ¿no sería,al fin y al cabo, una oportunidad para vivir los valores del Evangelio en clave de mayor autenticidad, como las Iglesias que viven en contextos de minoría?
R.- No me parece justo que se achaquen privilegios a nadie sin dar primero ejemplo. Los políticos también tienen privilegios que los demás ciudadanos no tenemos. El enfrentamiento entre los partidos y la Iglesia confunde al ciudadano y se debería abrir también un diálogo porque creyentes y no creyentes nos merecemos una buena convivencia. El problema es que, muchas veces, la jerarquía de la Iglesia española está representada por personas más criticonas que críticas y se rompe la baraja antes de jugar la partida. Me gustaría de corazón que estuvieran a la altura como ciudadanos de España.
Respecto a vivir el Evangelio, es cierto que es fácil juzgar y es feo pedir comportamientos ejemplares si no es a uno mismo, pero los creyentes les observamos y deberían ser más conscientes de ello; meterse en camisas de once varas cuando no eres el Gobierno es poco práctico.
P.- En la Transición, destacados referentes eclesiales jugaron un papel esencial a la hora de tender puentes entre líderes políticos incluso ideológicamente antagónicos… ¿La jerarquía católica de 2020 está preparada para ejercer un papel similar o el perfil bajo es ya la norma establecida?
R.- Me consta que sigue habiendo referentes eclesiales que continúan tendiendo puentes, quizá con menos luz y taquígrafos que durante la Transición. No olvidemos que no todos los creyentes vivimos el Evangelio de la misma manera; hay quien es más exigente con uno mismo y hay quien es más laxo. No olvidemos tampoco que en la jerarquía de la Iglesia hay luchas de poder y que las personas que tienden puentes tienen una vocación extraordinaria y que se enfrentan a muchas presiones. Deberíamos apoyarlas más frente a aquellos que solo visibilizan protagonismos y declaraciones que siembran más dudas que fe.
P.- En la sesión de investidura, Pablo Casado, líder del PP, clamó contra el “anticlericalismo guerracivilista” de Pedro Sánchez. ¿No es también otro peligro que la oposición, cuyo tono se ha elevado gravemente, pretenda hacer suya la bandera de la Iglesia?
R.- Pablo Casado está en su derecho de exponer sus ideas, pero todos deberíamos moderarnos a la hora de elegir las palabras. Ese lenguaje, el de Casado o el de cualquiera, que solo conduce a enfrentamientos pasados, no es propio de ciudadanos que tienen que elaborar leyes juntos.
Se necesita un nuevo relato que deje de faltar al respeto a nadie porque los bandos ya no existen. Hay muchos partidos en el Congreso y muchas voces distintas, como hemos escuchado en el debate de investidura. Entiendo que las personas mayores que tienen recuerdos vivos de la Guerra Civil hablen de esa manera, pero los que somos más jóvenes que ellos debemos hacerles entender que estamos en un tiempo nuevo, que es el nuestro, y que nuestra labor es velar para que no se repita en España ninguna guerra entre hermanos.
P.- ¿Qué puntos pueden ser la base para un trabajo conjunto entre el Gobierno y la Iglesia, partiendo de la base de que numerosas entidades cristianas desarrollan una impagable labor social en clave de fe?
R.- Es cierto, hay que reconocer esa labor silenciosa y discreta de muchas comunidades cristianas que trabajan desde la lectura del Evangelio y que llegan a muchos ciudadanos vulnerables, donde es muy difícil que llegue el Gobierno. Me refiero concretamente a su ayuda material, moral y espiritual. Cuando uno pasa por una situación crítica imprevista, es impagable encontrarse con una mano tendida disponible veinticuatro horas para ti. Eso no se hace por un salario, se hace por vocación, porque es inhumano contemplar la injusticia sin hacer nada.
El Estado no es omnipotente, tiene fortalezas pero también tiene debilidades, y el apoyo de estas comunidades cristianas en favor de los derechos humanos llena esos huecos que son difíciles de ocupar con dignidad.
Los puntos del trabajo conjunto deben establecerlos ellos en una agenda abierta a la reflexión, en el marco de la legislación vigente y con interlocutores que representen claramente y por separado, por un lado, los intereses de España, y, por otro, los de una Iglesia de los más vulnerables. Desde el diálogo se construyó la Transición, algo impensable por bastantes en aquel momento, donde muchos pusieron lo mejor de sí mismos. Ahora deberíamos ser capaces de poner de nuevo lo mejor. El Gobierno, porque es su trabajo, y la Iglesia, porque es su vocación.