Pese a ser “perseguida, incomprendida y encadenada”, la Iglesia “no se cansa de acoger con corazón de madre a todo hombre y mujer, para anunciarles el amor del Padre que se hizo visible en Jesús”. Ese fue el principal mensaje que dejó el papa Francisco durante la audiencia general que presidió este miércoles en el Aula Pablo VI del Vaticano ante miles de fieles y peregrinos llegados de diversos países del mundo.
En la catequesis con la que cierra su ciclo sobre los Hechos de los Apóstoles, el Pontífice centró su intervención en la última etapa misionera de San Pablo, que tuvo lugar en Roma. Su viaje fue la prueba de que “las rutas de los hombres, si se viven con fe, pueden convertirse en un espacio de tránsito hacia la salvación de Dios”. El de san Pablo fue también el viaje del Evangelio, “que desde Jerusalén llega a Roma, de donde se extenderá al mundo entero”.
En esta ciudad Pablo estaba en “arresto domiciliario”, pues recibió de la autoridad el beneficio de vivir por cuenta propia, en una casa particular, pero bajo la custodia de un soldado. “Esta situación le permitía recibir libremente a todos los que venían a encontrarlo, a quienes anunciaba el Reino de Dios e instruía en el conocimiento de Cristo Jesús”, comentó el Papa, destacando que Pablo era “libre de hablar pero no de moverse” y utilizó la palabra “para sembrar a manos llenas con toda franqueza y sin impedimento”. Lo hizo en su propia casa, un espacio “abierto a todos los corazones en búsqueda” y que supone una evocadora imagen de lo que es la propia Iglesia.
Al final de su catequesis, Francisco animó a los fieles a que, junto a él, le pidieran al Espíritu Santo “que estimule en todos nosotros la llamada a ser evangelizadores valientes y decididos para que, como san Pablo, vivamos la alegría del Evangelio y convirtamos nuestros hogares en cenáculos de fraternidad abiertos a todos los hermanos”.