Cristiano. Socialista. Altérese el orden, pero no quebrará el producto. Nunca ha buscado ser un católico ejemplar o un político veleta. Se ha mojado –y se moja– cuando es tiempo de abrir los ojos al Partido Socialista sobre sus dejes anticlericales. Y no se queda atrás para ser faro episcopal ante la tentación de afiliar a la parroquia a un partido único.
En este ten con ten se ha movido en sus múltiples responsabilidades como presidente del Congreso de los Diputados, ministro de Defensa y presidente castellanomanchego. En la jornada en la que prometen su cargo los ministros del primer Gobierno de coalición en España desde la II República, José Bono analiza con Vida Nueva cómo debería ser la convivencia entre Iglesia y Estado ante una legislatura inédita. Precisamente en un momento de reflexión vital personal, tras rematar su trilogía biográfica con ‘Se levanta la sesión’ (Planeta).
PREGUNTA.- Resulta inevitable preguntarle cómo ve al nuevo Ejecutivo.
RESPUESTA.- Lo veo con esperanza y con el deseo de que permanezca y sea capaz de mejorar las condiciones de vida de los más necesitados, que tenga bastante fuerza para defender la solidaridad frente al egoísmo que representa la secesión y que no deje la seña de identidad de la izquierda moderada, que pone el acento en la igualdad, pero huye del odio social.
Para ello tendrá que modular a los de Podemos en sus radicalismos verbales y no tendrá que escuchar a los secesionistas cuando quieran que el derecho a decidir de todos se pervierta en el derecho a decidir de unos pocos.
P.- Un equilibrio nada sencillo…
R.- Será difícil, pero confío en que se consiga.
P.- Este Ejecutivo ha presentado un programa de medidas que parecen apuntar a la Iglesia, como la ley de eutanasia, la revisión de las inmatriculaciones, que la asignatura de religión no cuente para la nota… ¿Cómo se encaja esa moderación de la que habla con estos anuncios?
R.- Existe una potencial posibilidad de enfrentamiento entre Gobierno e Iglesia, pero espero que no sea así. Por ejemplo, espero que la eutanasia quede exclusivamente reducida a los padecimientos incurables e intratables desde el punto de vista de la medicina. En relación con las inmatriculaciones, debe aplicarse la ley hipotecaria, pero no puede tratarse a la Iglesia con mayor dureza que a un particular. En cuanto a la asignatura de religión, creo sinceramente que las escuelas públicas no pueden ser centros de catequesis.
P.- ¿A Moncloa no le interesa caricaturizar ante la sociedad a una Iglesia como opositora política?
R.- A mi partido no le conviene mantener la teoría de que toda religión es el opio del pueblo y que cualquier progreso social ha de conseguirse necesaria y al margen de cualquier posicionamiento religioso. Ese es un anticlericalismo caduco y que la propia realidad pone en evidencia. No hay más que abrir los ojos para comprender que no hay en el planeta un colectivo más solidario y más desinteresado que el de quienes se dedican a los demás por una vocación solidaria y un planteamiento religioso, sin cobrar un euro y sin exigir ventaja alguna.
P.- ¿Cómo desterrar entonces esa imagen de Iglesia privilegiada?
R.- En la medida en que se deje de dar voz internamente a los sectores más reaccionarios de la Iglesia, que se han preocupado más por contagiar a la sociedad esa idea de que son inquisidores en lugar de padres y pastores. Hay obispos a los que les ha interesado más condenar que perdonar; la ortodoxia doctrinal antes que el Evangelio. Estoy absolutamente convencido de que hay obispos que prefieren a los ateos confesos que a cristianos heterodoxos y con dudas. Estos son más peligrosos para su dogma y su tinglado de poder jerárquico.
P.- El cardenal Blázquez ha prometido una “colaboración leal y generosa” a Pedro Sánchez y algunos ya han calificado de tibio este mensaje, considerando que no debía ni haber mandado saludo alguno…
R.- Como ministro de Defensa tuve la ocasión de charlar en diversas ocasiones con Blázquez y tengo un juicio claro sobre él. No trata de congraciarse con el Gobierno, sino de decir lo que piensa de una manera natural y desde el diálogo, no ensoberbecida.
P.- ¿Qué ingredientes han de aportar Iglesia y Gobierno para una colaboración real y fructífera?
R.- Todos somos hijos de nuestra historia y, en España, esta casi siempre ha sido conflictiva entre la Iglesia y el PSOE. En cuanto a transigencia y tolerancia, unos y otros no siempre han estado a una altura digna de imitación. Sin embargo, si fuera incompatible ser cristiano y votar socialista, habría que cerrar muchas parroquias. Por eso, la colaboración crítica debe ser tomada como un gesto de buena voluntad.
P.- Entonces, ¿Iglesia y Sánchez están condenados a entenderse o puede darse incluso un matrimonio fructífero?
R.- No me parece progresista fomentar actitudes anticlericales. La religiosidad es un valor que, en cualquier caso, merece respeto, no tiene sentido topar con la Iglesia. Es más civilizado tratar de entenderse. No se es más socialista por enfrentarse a la Iglesia. Ahora bien, como decía Charles Péguy, no son los mejores cristianos los que creen que aman a Dios porque no aman a nadie más y se afanan en demonizar al socialismo. Desde estas reflexiones debe caminar un diálogo sincero, honesto y abierto.