Ni empujar al mundo a las últimas consecuencias de la crisis que atraviesa, ni intentar reconstruirlo a base de pedazos rotos. Estas no son, según un texto firmado por Antonio Spadaro y publicado en la Civiltà Cattolica, las opciones del magisterio de Francisco. El Papa “no trata de eliminar el mal, porque sabe que esto sería imposible, sino que tiene la intención de neutralizarlo”, dice.
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Un texto donde, además, el jesuita y director de la revista reflexiona acerca de la “acción bergogliana”, su posición ante los problemas del mundo y su apuesta por el diálogo “con todos”. Una posición que contrasta fuertemente, tal como se puede leer en el texto, con la de aquellos que, adjudicándose supuestos valores cristianos, defienden la sacralidad del poder u olvidan la misericordia.
“Hay quienes atacan a Francisco acusándole de hacer tratos con el mundo”, dice Spadaro, y porque “ataca al establecimiento, tanto mundano como eclesiástico”. Sin embargo, quienes “alaban” su forma de proceder lo hacen porque “sienten que es misericordiosamente sensible a la realidad del mundo, incluso para dejar de lado el juicio”. Pero, a su vez, Francisco es capaz de “decir con vehemencia, como lo hizo durante su visita a Nápoles, que la corrupción ‘apesta’ y no utiliza medias tintas en su denuncia”.
El poder del mundo no es sagrado
“Este enfoque se basa en la conciencia de que el mundo no está dividido entre el bien y el mal”, continúa el jesuita. Por ello, la elección no se encuentra entre el discernimiento de fuerzas “partidistas, políticas o militares con las que aliarse y apoyarse para que el bien triunfe”, ya que “este enfoque de conversación diplomática se basa en la certeza de que el imperio del bien no pertenece a este mundo”.
Por este motivo, “tienes que hablar con todos”, y subraya que “el poder mundano está definitivamente desacralizado”. “Por supuesto, los políticos están llamados a ser ‘santos’, precisamente por ser políticos y por trabajar por el bien común, pero, aun así, ningún poder político es sagrado”, asevera.
“La energía que lleva a Francisco a trabajar para frenar la caída del mundo hacia el abismo, por lo tanto, no empuja al pontífice a comprometerse con los poderes fácticos”, advierte Spadaro, quien considera que este es, precisamente, “el punto más delicado de su razonamiento”, porque “a veces la Iglesia cree que la única forma de frenar la decadencia es aliarse con un partido político que le permita sobrevivir”. “Esto ha ocurrido a menudo en Italia, y la nostalgia aún no se ha ido”, dice. “Pero Bergoglio no cree en esto. Lo sagrado nunca es el pilar del poder. El poder nunca es el pilar de lo sagrado”, matiza Spadaro, subrayando que “si el pensamiento cristiano se convierte en una ideología, ya no tiene nada que ver con Cristo”.
Dios es integración
Asimismo, Spadaro recuerda el discurso para la publicación del número 4000 de La Civiltà Cattolica, en el que Francisco apuntaba que es necesario “dar a conocer el significado de la ‘civilización católica’, pero también dar a conocer a los católicos que Dios está trabajando incluso fuera de los límites de la Iglesia”. Y, en el mismo discurso, añadía que “la cultura viva tiende a abrirse, integrarse, multiplicarse, compartir, dialogar, dar y recibir en el interior los pueblos con quienes entra en relación”.
Por ello, tanto la idea de que Francisco promueve un “populismo católico” o un “etnicismo católico” está “lejos del Papa, porque el Dios que busca está en todas partes”. Así, la idea de “raíces étnicas, triunfalistas, arrogantes y vengativas son simplemente lo opuesto al cristianismo”, subraya. “Francisco quiere devolverle a Dios su verdadero poder, que es el de la integración”, apunta el jesuita. E integrar significa significa “insertar las diferencias de épocas, naciones, estilos, visiones, en el proceso de construcción”.
Amenazas como una posible Tercera Guerra Mundial u otros conflictos subyacentes a la globalización “no son un destino fijo”. Pero “evitarlo requiere misericordia, y esto significa abandonar las narrativas fundamentalistas y apocalípticas que visten túnicas pomposas y máscaras religiosas”. Francisco desafía, de esta manera “el pensamiento de redes políticas que apoyan un apocalipsis geopolítico”, porque “la comunidad de la fe nunca es la comunidad de la lucha”.
Combatir la manipulación y el miedo
“Por esta razón, Francisco está difundiendo una contra narrativa sistemática con respecto a la narrativa del miedo”, añade Spadaro. “Debemos combatir la manipulación de estos tiempos de ansiedad e inseguridad”, subraya. Por el mismo motivo, Francisco tampoco otorga, por ejemplo, “ninguna legitimidad teológica-política a los terroristas, evitando, por ejemplo, cualquier reducción del islam al terrorismo islamista”.
“Tampoco se lo da a aquellos que postulan o quieren una ‘guerra santa’ o que se construyen barreras de alambre de púas con el pretexto de detener el apocalipsis y erigir una defensa física y simbólica para restaurar el orden”. Y es que “el único alambre de púas para el cristiano es el de la corona de espinas que Cristo tiene en la cabeza”.
El fin de una era
“Francisco, entonces, revela su convicción, que formó en parte al leer al teólogo jesuita Erich Przywara: estamos al final de la era Constantiniana y el experimento de Carlomagno”, explica Spadaro. Así, el cristianismo, es decir, el proceso iniciado por Constantino en el que existe un vínculo orgánico entre cultura, política, instituciones y la Iglesia, “está llegando a su fin”. Sin embargo, este fin no significa “la disminución de Occidente, sino que lleva consigo un recurso teológico decisivo en el que Cristo mismo reanuda la obra de conversión”.
Por lo tanto, “existe una clara diferencia entre el esquema teopolítico imperial del legado de Constantino”, que pretende establecer “el Reino de una divinidad aquí y ahora”, y el esquema teopolítico del papa Francisco, que es escatológico, es decir, “que se centra en el futuro y tiene la intención de orientar la historia actual hacia el Reino de Dios, el reino de la justicia y la paz”. “En el esquema imperial, la deidad es obviamente la proyección ideal del poder constituido. Esta visión genera la ideología de la conquista. La visión franciscana, por el contrario, genera el proceso de integración”, explica.
En el mundo hacia el que caminamos “el catolicismo puede adquirir relevancia en temas de interés mundial, como el medio ambiente, los migrantes y los refugiados, y el respeto por los derechos humanos”. Por ello, no se trata de reducir las enseñanzas de Francisco a la etiqueta del “Papa del sur” o del “mundo en desarrollo”, sino de “comprender que es la globalización de la Iglesia la que cambia los problemas que definen el impacto del catolicismo en la esfera pública”.
“La primacía de la autoridad espiritual es la de la misericordia”, concluye Spadaro, recordando el discurso de Francisco a los obispos italianos: “Ante los males o problemas de la Iglesia, es inútil buscar soluciones en el conservadurismo y el fundamentalismo, en la restauración de prácticas y formas obsoletas que incluso culturalmente carecen de la capacidad de ser significativas”. Y es que “la doctrina cristiana no es un sistema cerrado, incapaz de plantear preguntas, dudas, sino que está viva, es capaz de inquietarse, es capaz de animar. Tiene una cara flexible, un cuerpo que se mueve y se desarrolla, carne viva: la doctrina cristiana se llama Jesucristo”.