“Este libro, que recoge la vida de un hombre de profunda fe que siempre que pudo hizo mucho bien, es muy oportuno en este tiempo de atrincheramientos y de fake news. Ojalá sepamos seguir las huellas de coherencia y amor a la verdad de Manuel de Unciti”.
María Ángeles López, directora editorial de San Pablo, dejó en varias ocasiones de lado esa condición de editora cuando, por momentos emocionada, glosó la figura que protagoniza una de las últimas novedades de su catálogo al comenzar el acto de presentación, en la tarde del 21 de enero en la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid, de Manuel de Unciti, Misionero y periodista, la biografía que ha escrito Juan Cantavella del sacerdote vasco, fallecido en 2014.
“Pocas veces me toca tan de cerca el contenido de un libro publicado por San Pablo, porque hace ahora 23 años que conocí a Manolo, cuando llegué a la revista 21, y eso hacía que, al menos una o dos veces, hablásemos cada mes, algo que me daba pánico, porque ya era una institución, y luego se convirtió en una excusa para hablar con él y tomar el pulso a la actualidad social y eclesial”, confesó la también periodista.
“La palabra era la argamasa de su compromiso con la Iglesia, a la que criticaba, sí, pero a la que cuidaba como hace una madre con sus cacharros, y nunca dudó en expresar su opinión, le viniesen los palos de donde viniesen, que le venían, y muchos. Nunca he conocido a alguien tan libre, poco calculador y desconcertante para tantos”, señaló la editora.
“¡A cuántos nos gustaría poder escucharle hoy, analizar con él los ataques que recibe el papa Francisco, comentar el ritmo -seguro que insuficiente- de las reformas que ha puesto en marcha, y hablar de esas periferias que tanto le gustaban…! ¡Y cómo combatiría este catastrofismo que nos rodea!”, enfatizó López.
“De la impronta que ha dejado en tantas vidas dan fe las innumerables páginas de la prensa, nacional y regional, que se han ido llenando estos días con la aparición de su biografía. Es un honor para la editorial, diría que un regalo maravilloso, y también para mí”, concluyó la directora de la editorial paulina, que remarcó con humildad que “no podía dejar de rendir este homenaje a alguien de quien tanto aprendí y que ha dejado un lugar imposible de llenar”.
No le conoció personalmente Ginés García Beltrán, pero el obispo de Getafe, a la luz de las páginas escritas por Cantavella, que sí trató a Unciti durante cuarenta años, reconoció que “este libro me deja deseos de profundizar en la vida de este sacerdote, que ha dejado a muchos ‘hijos’ en muchos medios de comunicación, en donde se les reconoce como ‘de la escuela de Uniciti’”.
“Hacer una biografía de Uniciti supone mojarse. Porque supone entrar en la historia reciente de la Iglesia y de España, y al hacerlo se ve que Uniciti no le puede resultar indiferente a nadie. Te podrá gustar o no lo que lo que escribió, pero indiferente no deja a nadie”, señaló el también presidente de la Comisión de Medios de la Conferencia Episcopal, que alabó el libro “como una biografía rigurosa, pero llena también de afecto”.
“Pero, ¿quién es Manuel de Unciti? ¿Quién hay detrás de esa persona? ¿Un sacerdote periodista o un periodista sacerdote?”, se preguntó el obispo. “Detrás hay un sacerdote –afirmó-. Sacerdote siempre, en todo sacerdote y solo sacerdote, como aprendió en el Seminario de Vitoria. La diferencia era que su púlpito era un periódico, pero para entender a Unciti hay que entender, sobre todo, que él era sacerdote”.
“Era un corazón inquieto, como algunos han dicho de san Agustín, por eso la providencia lo lleva al campo de las misiones a través de las Obras Misionales Pontificias, y esta biografía refleja que, como dice el papa Francisco, ‘somos una misión’, y Unciti era una misión”, subrayó García Beltrán.
El obispo enmarcó la existencia del sacerdote guipuzcoano -que falleció en Madrid a los 83 años de edad habiendo dejado miles de artículos esparcidos por numerosos medios de comunicación, generalistas y religiosos, entre ellos Vida Nueva, además de una decena de libros de teología y misionología- entre dos acontecimiento: el Vaticano II y la dictadura y el cambio político es España, es decir, “entre el aggiornamento eclesial y el desenganche eclesial del franquismo”.
“Fue un hombre honesto, aunque pudiera ser muchas veces molesto; sincero y preparado, que rompió muchos artículos de sus pupilos en la Residencia Azorín para que volviesen a escribirlos de nuevo; preparado y reflexivo; crítico y fiel; libre y caritativo, porque, cuando en algún artículo criticaba a una persona o situación, enseguida ponía un paño. Lo que no hacía era esconder la cabeza”, relató el prelado.
Finalmente García Beltrán se refirió a la Residencia Azorín, que creara Unciti a mediados de los años sesenta junto con otros estudiantes de la Escuela de Periodismo. “Me parece que fue una iniciativa tan bonita –confesó con dulzura el obispo-. En España hay once facultades de comunicación de la Iglesia y, muchas veces, los obispos nos preguntamos dónde están los comunicadores cristianos”, reconoció, en lo que alguno entendió como un ejercicio de justicia poética, toda vez que aquel caserón de la madrileña calle de Rosa Jardón, no muy lejos de la sede de la Conferencia Episcopal, levantó no pocas suspicacias entre algunos obispos.
Pero Unciti, reconoció García Beltrán, “puso en marcha aquella residencia, que dio auténticos periodistas y verdaderos cristianos”, y destacó “el indudable influjo que tuvo Unciti en la comunicación católica”. “Hoy necesitamos iniciativas como aquella para cuidar y hacer crecer y madurar a los periodistas cristianos”, concluyó el pastor.
“La tentación de alguien que conoció tan bien a Manolo como el autor de este libro era escribir una hagiografía, y Juan Cantavella lo ha evitado, aunque es imposible evitar la tentación de alabar una persona como Manolo, cuya personalidad escudriña el autor, desvelando aspectos inéditos”, señaló por su parte Juan Caño, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid.
“Cantavella ha removido Roma con Santiago para descubrir archivos, documentos y datos que hasta ahora nadie había publicado. Y digo Roma y Santiago, dos puntos importantes en la biografía de Manolo, pues estuvo en Roma estudiando y en Santiago acabó el peregrinaje con otros tres estudiantes de periodismo –uno de ellos yo mismo-, donde se sentaron las bases para la creación de la Residencia Azorín, una incubadora de periodistas que a él le convirtió en padre de más de 200 muchachos que se formaron entre las paredes de aquella casa”, reconoció.
“Locuaz, espontáneo, pero más profundo de lo que aparentaba, con una gran capacidad de entrega y cariño, sacerdote por encima de todo, porque así lo quiso y porque se imbuyó del mensaje del Seminario de Vitoria, misionero sin haber ejercido esa actividad, Unciti era misionero a través de la palabra y de sus escritos en las OMP, donde trabajó para que el mensaje de Jesús no quedara oculto, sino que se expandiese por toda la tierra”, describió por su parte el autor, periodista, catedrático emérito del CEU y él mismo residente en la casa de Rosa Jardón en las primeras promociones.
“Manolo contribuyó a la renovación de la Iglesia posconciliar en España y a la creación de una residencia que fue una iluminación, y donde encontramos algo más que unos muros hospitalarios: encontramos a un padre”, señaló para, a continuación, concluir: “¿Cómo podía desaprovechar la oportunidad de recordar su persona? Tenemos mucho que agradecerle, pero lo importante es aprender de su actitud vital y seguir su ejemplo. Cueste lo que cueste”.