El cuidado de los religiosos mayores, en clave intercongregacional. Es la propuesta de la Fundación Hospital Residencia San Camil, cuyo director, Miguel Ángel Millán, da algunas pistas sobre esta forma pionera de responder al reto de unas comunidades religiosas envejecidas en las que ya no siempre es posible que los propios hermanos cuiden de sus mayores.
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PREGUNTA.- ¿Puede decirse que el cuidado de los religiosos mayores es uno de los principales desafíos ‘ad intra’ de los institutos en la década que comienza?
RESPUESTA.- El primer desafío lo plantea el mismo envejecimiento de la Vida Consagrada en España. La mayoría de los institutos religiosos tienen una edad media superior a los 75 años, incluso muchos de ellos ya superan los 80 años de edad media. Este envejecimiento institucional plantea importantes retos. En este contexto, el porcentaje de religiosos necesitados de cuidados es altísimo y cada vez será mayor. Ciertamente supone un gran desafío. Los religiosos mayores ya no se pueden seguir cuidando al interno de las propias comunidades por otros miembros de la propia institución, como así había sido históricamente. Esto implica muchas decisiones complejas y también costosas. Entre ellas, el tener un modelo o un proyecto claro sobre cómo cuidar a estos religiosos, pues hay muchas maneras distintas de cuidar, incluso deshumanizadas.
P.- Los religiosos no tienen por costumbre jubilarse… ¿Saben dejarse cuidar quienes están acostumbrados a cuidar? ¿Cómo viven la dependencia?
R.- Un riesgo de la vida religiosa es el identificar la misión con la acción, más que con el ser. De esto se ha escrito ampliamente. Nosotros lo vemos claramente en las enfermerías, que son un reflejo de la calidad de vida religiosa que se ha vivido. A estas edades lo reprimido emerge y afecta a todas las dimensiones de la persona. Una de ellas es la gran frustración y crisis personal que se vive cuando ya no se puede estar en primera línea de acción.
Cuando no me siento útil, fácilmente paso a sentirme “inútil”. A este sentimiento de inutilidad le añadimos lo duro que es aceptar mis limitaciones, que no puedo hacer lo que hacía y que, además, me tengo que dejar cuidar por una persona desconocida que se mete en mi intimidad. Cuesta mucho dejarse cuidar.
En general, constato una falta de preparación psicoespiritual para asumir las limitaciones y la posible situación de dependencia que antes o después a todos nos puede llegar en cualquier edad. Y si además tenemos miedo a la muerte y no queremos hablar de ella… todo se complica. Aunque también es cierto que hay personas que usan su enfermedad y limitaciones para poder manipular su entorno y entrar en una especie de juego psicológico o de poder.
Sin embargo, aquí puede emerger lo mejor de la vida religiosa, aquellas personas que son todo un ejemplo de santidad por su manera de vivir estas situaciones. Personas que en medio de grandes dolores, y con un nivel enorme de deterioro físico, son capaces de mantener la sonrisa, con una mirada dulce y tierna, que no se quejan nunca y que te manifiestan sentimientos de felicidad y el deseo gozoso de ir al encuentro del Padre. Evangelios vivientes.
P.- La Fundación San Camilo es pionera en dar respuesta a esta realidad apremiante. ¿El futuro de el cuidado a los religiosos mayores pasa necesariamente por la intercongregacionalidad?
R.- El cuidado a los religiosos mayores lo han venido dando muchas empresas antes de nosotros. Lo pionero es que nuestra Fundación se ofrece como una respuesta intercongregacional a este reto del cuidado de los religiosos mayores. Actualmente hay 38 superiores mayores implicados en este proyecto. Pero hay que seguir profundizando en esta dimensión intercongregacional, y es uno de nuestros objetivos. Aunque sólo sea por un tema de costes, que se van a volver inasumibles por muchas congregaciones, y también por la calidad de cuidados. Hay enfermerías pequeñas en las que el coste mensual de atender a un religioso puede llegar a los 3.000 euros mensuales, muy por encima del coste de una plaza residencial y con muchos menos servicios. Además, cada vez es más difícil encontrar superiores o superioras preparados para destinar a este tipo singular de comunidades. Son muchos retos como para que cada uno se busque soluciones por su cuenta.
P.- La Vida Religiosa siempre ha tenido sensibilidad hacia el cuidado de los mayores. Ahora con pocas vocaciones que sirvan para ir renovando tareas, ¿puede cojear esta sensibilidad en algunos institutos?
R.- No tengo claro que esto dependa de la falta de vocaciones. Yo creo que depende más de las personas y de las diferentes culturas congregacionales. Hay institutos religiosos que tienen a sus mayores totalmente aparcados en las enfermerías, aislados. Recuerdo un provincial que cuando contrataron nuestros servicios me dijo que lo único que quería era que no le llegaran problemas de la enfermería. O los religiosos que en encuentros de CONFER han dicho públicamente que las enfermerías son el corredor de la muerte. Creo que esta falta de sensibilidad que se da en algunos institutos depende de otros factores distintos de la falta de vocaciones. Afortunadamente, en la mayoría de los que trato, incluso sin ninguna vocación desde hace muchos años, sigue existiendo esta sensibilidad y dedican sus mejores esfuerzos y energías a cuidar de la mejor manera posible a sus mayores enfermos.
P.- Supongo que es una pregunta complicada, pero ¿qué haría hoy San Camilo ante la cada vez más extensa lista de religiosos mayores y/o enfermos?
R.- Camilo veía a Cristo en el enfermo. De ahí brotaba su trato reverencial ante el enfermo, al que consideraba como “su dueño y señor”, sin infantilizarlo, sin imposiciones, atento a sus necesidades desde un profundo respeto a su autonomía, y con mucho amor. Este cambio de mirada fue fruto de su “conversión” tras el encuentro con Jesús, pues previamente, en su primera experiencia hospitalaria, fue despedido por su mal comportamiento. Creo que lo que hoy nos diría es que revisemos cómo miramos a los religiosos mayores. Si realmente vemos en ellos a Cristo, entonces tenemos un auténtico tesoro en nuestras comunidades. Tal vez aplicaría a las enfermerías lo que decía de los hospitales: son una mina llena de oro y piedras preciosas. Con esta mirada podemos revisar muchas de las decisiones que se toman institucionalmente referentes a las enfermerías.